"Todos los habitantes se echaron a la calle y vieron a Aureliano Triste saludando con la mano desde la locomotora"
Cien años de soledad (12)
Gabriel García Márquez
El matrimonio entre Aureliano Segundo y Fernanda del Carpio está a punto de naufragar a los dos meses de casarse. Cuando ella se entera de que él se ha hecho una foto con Petra Cotes vestida de reina de Madagascar, le entran los siete males de los celos, hace los baúles y se vuelve a la ciénaga. Aureliano Segundo tiene que prometerlo todo y abandonar a la concubina para que ella vuelva con el corazón herido y las maletas. Petra Cotes no muestra signos de preocupación porque él la abandone, ya volverá. Adopta la postura de una fiera en reposo. Conoce su fuerza porque ella lo hizo hombre, lo sacó del taller de Melquiades y lo moldeó a su gusto, como un ser vital y desabrochado, propenso a la juerga permanente y al despilfarro. Al calor de la parranda organizada por los amigotes la coronan soberana vitalicia de Madagascar. Ella experimenta el placer frío de la venganza consumada al tenerlo postrado a sus pies momentáneamente. Organiza un plan de espera sin desesperación; ante la resistencia masculina ella aparenta sumisión de pobre mujer abandonada, digna de lástima.
Aureliano Segundo comprende pronto que Fernanda es una mujer perdida para el mundo; viene de una ciudad cerrada por cuyas calles aún traquetean las carrozas de los virreyes y el aire muere en los cipreses altos de los patios. No sale de su casa hasta los doce años cumplidos para entrar en el convento. Los padres venden hasta el colchón para pagar los gastos de una educación de reina durante ocho años seguidos. Cuando regresa de la burla del carnaval de Macondo, llora desconsoladamente encerrada en su cuarto hasta que Aureliano Segundo la encuentra, siguiendo el rastro del oficio de sus padres: tejedores de palmas fúnebres y su perfecta dicción del páramo, extraviado por desfiladeros de nieblas y laberintos de desilusión. El encuentro es para ella la fecha de su nacimiento; para él significa el principio y fin de la felicidad.
Fernanda trae consigo un calendario con los días hábiles para el contacto sexual anotados. No pasan de cuarenta y dos al año una vez descontados los domingos, las fiestas de guardas, los primeros viernes, los sacrificios y los impedimentos cíclicos. A Aureliano le queda la esperanza de que el tiempo que todo lo cura, acabe por romper la alambrada hostil. No le permite el primer acercamiento hasta dos semanas después. En lugar de los pantalones de lona de velero que Úrsula había llevado al lecho nupcial, Fernanda, la mujer más bella de la tierra, se pone un camisón blanco, largo hasta los tobillos y mangas cerradas hasta los puños, “con un ojal grande y redondo primorosamente ribeteado a la altura del vientre”. Sólo con la fiebre de la reconciliación cede a los apremios varoniles, pero no consigue el reposo que Aureliano Segundo sueña cuando va a buscarla a la ciudad de los treinta y dos campanarios.
"Se dolió de no tener los arrestos de la juventud para promover una guerra sangrienta que borrara hasta el último vestigio del régimen conservador"
Aureliano Segundo admite que visita a Petra Cotes, pero sólo para que sigan pariendo los animales. Fernanda lo acepta, finge que no conoce la realidad, con la condición de que no muera en la cama de la otra. Así se asienta el trío, sin estorbarse, durante años y años.
Amaranta se incomoda con Fernanda por la dicción perfecta, esmerada, el uso de eufemismos políticamente correctos, el odioso lenguaje inclusivo para todo. Ella le habla en jerigonza:
-Esfetafa -decía- esfe defe lasfa quefe lesfe tifiefenenfe asfacofo afa sufu profopifiafa mifierfedafa. Desde ese día se retiran el saludo y la palabra.
Poco a poco Fernanda va cambiando las costumbres de la casa a pesar de la oposición de los Buendía. El acto cotidiano de la comida a la mesa adquiere la rigidez y solemnidad de una misa mayor. El rezo del rosario antes de cenar es obligatorio, liquida el negocio de los animalitos de caramelo, cierra las puertas de la casa siempre abiertas desde los años de la fundación y cambia el ramo de sibila y el pan candeal de la puerta por un nicho del Sagrado Corazón. Tan sólo permite al verso suelto de Aureliano Buendía, al que considera un animal apaciguado por los años, la costumbre de sentarse al atardecer a la puerta de la calle.
Al primer hijo lo llaman José Arcadio y a la primera hija la bautizan Renata Remedios. Consideran al abuelo Fernando como un ser legendario que cada Navidad les envía un gran cajón de regalos que nunca son para jugar. Son los restos empaquetados del patrimonio familiar que poco a poco va trasladando el esplendor funerario, el cementerio familiar, de una casa a otra. El décimo envío es el último, cuando el pequeño José Arcadio está listo para ingresar en el seminario. En él viaja el cadáver del abuelo Fernando pestilente, ya mordido por los gusanos de la putrefacción e invadido por las moscas de los muertos.
El gobierno organiza un acto para celebrar el tratado de paz de Neerlandia. Aureliano rechaza los honores porque el jubileo no puede ser más que una burla al coincidir con el carnaval. Lo único que quiere es que lo dejen con su paz de artesano humilde que fabrica pececillos de oro. Amenaza con pegarle el tiro que no le dio al presidente cuando debió hacerlo si aparece por Macondo, dolido porque hasta Gerineldo Márquez abandone por un rato su silla de paralítico y que intente convencerle de que aceptar la medalla de manos del presidente no debe ser tan malo.
Admite una excepción, recibe en su taller a los diecisiete mozos que se reúnen con su padre atraídos por el ruido del jubileo, venidos desde todos los rincones del litoral. En los tres días que pernoctan en la casa causan trastornos de guerra: “Hicieron añicos media vajilla, destrozaron los rosales persiguiendo un toro para torearlo, mataron las gallinas a tiro, obligaron a bailar a Amaranta los valses tristes de Pietro Crespi, consiguieron que Remedios, la bella, se pusiera unos pantalones de hombre para subirse a la cucaña, y soltaron en el comedor un cerdo embadurnado de sebo que revolcó a Fernanda, pero nadie lamentó los percances, porque la casa se estremeció con un terremoto de buena salud”. Hasta José Arcadio Segundo les organiza una tarde de peleas de gallos y Aureliano Buendía se divierte con sus locuras y les regala un pescadillo de oro al marcharse de vuelta a sus quehaceres, pues todos son buena gente, hábiles artesanos y hombres de su casa.
Aureliano Segundo ofrece trabajo a todos los primos al ver las perspectivas de parranda ofrecidas por tanto mocerío junto. Aureliano Triste se queda. Monta una fábrica de hielo, el sueño cumplido de José Arcadio Buendía. Como es el Miércoles de Ceniza, todos quedan marcados como las reses con una cruz de ceniza indeleble en la frente. Ese día van a misa por acompañar a Amaranta, antes de desparramarse por los pueblos del litoral.
Aureliano Triste descubre que Rebeca aún vive medio momificada en la vieja casona desvencijada de la Plaza Mayor. Descubre cómo se las gasta cuando al ir a preguntar por el alquiler lo recibe a punta de pistolón militar, defendiendo el privilegio de la soledad. Por febrero vuelven los dieciséis hijos aurelianos. Le restauran por las bravas la fachada, puertas y ventanas en medio día de trabajo de manera atolondrada, pero no les permite tocar el interior. Rebeca les paga con monedas retiradas hace tiempo de la circulación. Entonces comprenden hasta qué punto vive desvinculada del mundo.
De la segunda visita de los dieciséis aurelianos a Macondo, se queda Aureliano Centeno, uno de los mayores, marcado por la viruela y dotado de un pavoroso poder destructor. Fernanda le compra vajilla de peltre para que no acabe con todos los platos de la casa. Trabaja como un burro sin conocimiento y en poco tiempo la producción de hielo inunda el mercado local. Aureliano Triste piensa en extender el negocio a otras poblaciones de la ciénaga. Aureliano Segundo le financia y se marcha a traer el ferrocarril mientras Aureliano Centeno diversifica el negocio del hielo e introduce la fabricación de helados. Aureliano Triste aparece el invierno siguiente en una máquina de tren lanzando alaridos y saludando con la mano a la muchedumbre que le recibe. El tren que tantas calamidades y nostalgias traería a Macondo.
When you leave
There's cordite in the air
A ringing in the stillness
Smoke drifting up the stair
Mark Knopfler
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
2 comentarios:
He conocido historias reales con calendarios similares....
Por cierto, qué fotografías más oportunas.
Buenas tardes, pancho:
En la valoración de las fotografías de tu entrada coincido con el profesor Ojeda.
Te dejo un enlace que -con la ayuda de internet- busqué para esta lectura:
Tratado de paz de Neerlandia, y que explica bien la miseria que acarrean las guerras a los pueblos que caen en ellas.
Cómo se nota nuestro paso por aquellas tierras: la ciudad de los treinta y dos campanarios, los seminarios...
Graciosa la jerigonza de Amaranta. Los modelos de noche de Úrsula y de Fernanda, inolvidables, y para pasar a la historia del vestido de dormir :))
Abrazos
P.D.: Me ha gustado mucho la canción. Parece que en el 2019 se podrá escuchar en la jira que su autor hará por España.
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