sábado, 9 de enero de 2016

Los Pazos de Ulloa (5) Emilia Pardo Bazán. Rara belleza.







¡Simbolismo! ¡Jerigonza! El pórtico no era para tanto. 

Los Pazos de Ulloa (5) 
Emilia Pardo Bazán 

Las primas le enseñan Santiago al Marqués, le hacen de cicerone. Venido de la amplitud del campo, la ciudad le parece vieja y mohosa. Puestos a elegir, para humedades ya tiene las de los pazos. No valora el arte ni las cosas antiguas. Valga que la Plaza del Obradorio sea ancha; pero no comprende la alta consideración de la Gloria. Se le escapa de las entendederas el simbolismo de las figuras de piedra esculpidas en la catedral. Para monumento, prefiere a su prima Rita

Las primas son cuatro y todas ellas distintas. Observa que a Manolita la rodean a menudo enjambres de moscones zumbones. A Carmen la sigue un estudiante melenudo. Sus ojos brillan cuando se cruzan con los del encontradizo por los portales del Villar o la frondosidad de la Alameda. Nucha no debe tener ningún adorador y Rita responde con ojeadas vivas y flecheras a las miradas y requiebros de sus admiradores. Para Pedro es el prototipo de una mujer de bandera. Pero tiene un defecto: es una mujer “que toma varas”; vamos, que se deja querer. Y él no está dispuesto a que le den gato por liebre de buenas a primeras. 

Pide consejo a Julián sobre las primas. Sobre todo le interesan Rita y Nucha porque las otras ya tienen quien las quiera. Está enorme en estos párrafos la autora reflejando el peso que los prejuicios y la hipocresía tienen en la sociedad compostelana (fácil resulta la extrapolación a otras sociedades). La importancia del sentido de pertenencia a un grupo y no a otro, la etiqueta de la tribu. Lo de aquí, los nuestros. Aquello que todo el mundo sabe, pero de lo que nadie habla por conveniencia. 

Julián siente predilección por Nucha, siempre la llama Marcelina por el respeto religioso que le inspira. Piensa que llamarla con el diminutivo significa profanar una flor o entreabrir un capullo de pureza virginal. Un sacrilegio abominable. 







"Pareciéronle, y con razón, estrechas, torcidas y mal empedradas las calles"



Rita provoca en el Marqués una mezcla de atracción física salvaje y desconfianza. Ese recelo que la desenvoltura de las hembras de ciudad produce en el campesino, esas mujeres que se esponjan a toda clase de halagos masculinos y que los de la aldea asimilan con depravación. No le importa que en su huronera Primitivo le domine o Sabel le venda con el gaitero, pero no tolera que ninguna de sus primas le toreen en la ciudad: “La hembra destinada a llevar el nombre esclarecido de Moscoso y a perpetuarlo legítimamente había de ser limpia como un espejo.” 

Don Pedro entiende el matrimonio a la manera de Calderón, manera española neta: severa con la mujer, indulgente con el varón. Rita ya tiene bastante con sus enredillos comentados en el casino donde se cortan trajes a medida de las veinte o treinta familias de viso de Santiago. El Marqués se ve influenciado por la fama de coqueta que la hermana mayor arrastra. 

Lleva el Marqués un mes en la ciudad y el señor De la Lage ya se empieza a impacientar sobre el huésped de larga estancia: ¿No le pedirá de una vez la mano de Rita? La situación de Pedro en la casa es tácitamente de novio aceptado. 

El desván de la casa tiene techo bajo. El Marqués tiene que caminar medio a gatas para no darse coscorrones contra el techo. Las chicas quieren torearle un día allí arriba en los altos de la casa, todo lleno de cachivaches arrumbados contra la pared. El desván contiene una potencial magnífica exposición de usos y costumbres de la nobleza gallega durante los últimos doscientos años. Medio en penumbra Rita le pone al toro el sombrero de tres picos, banderillas negras. Los trastos los maneja Manolita que se escabulle en cuanto puede. A Rita la pilla en una revuelta y le da un beso detrás de la oreja, ella se crece en el castigo y lo sigue citando. Persigue a Nucha hasta la habitación sin saberlo. Pedro oye que alguien se esconde en el sagrado de su habitación, para entonces ya no está en respetar cotos cerrados ni sagrados. Quien lo busca, lo encuentra. A la que encuentra es a Nucha que se resiste con todas sus fuerzas al abrazo desmesurado del Marqués que pide perdón por la violación del espacio sagrado de una dama. Ella se lo concede a condición de no volver a las andadas y bajo la amenaza de contárselo a su padre. 

El Marqués lo comenta con Julián después de unos días de tregua en los que hace más indagaciones sobre la familia en los conciliábulos del casino. Se presenta al señor De la Lage para informarle de que su elegida es Nucha. Aquello sentó como un escopetazo. 

El padre ya se había hecho a la idea de colocar primero a la mayor y las otras ya irían cayendo como fichas de dominó. Pero Nucha, no, a ella la quiere a su lado para gobernar la casa y acompañar a Gabriel como manda la costumbre y conviene al mayorazgo. Además de eso, a ella no le hace falta, cuenta con la herencia de la tía de Orense que vive como una rata en un agujero, ahorrando y ahorrando. 




"¡Piedras mohosas! Ya le bastaban las de los pazos." 


La elección inesperada de Nucha levanta una gran marejada en la casa. Durante la quincena siguiente tienen lugar una sucesión de entrevistas, cuchicheos, madrugones, lloreras a escondidas, trastornos en las horas sagradas de las comidas, cotilleos, vigilancias de Dueña Rodríguez, acusaciones de ventaneo, en fin, toda suerte de menudencias que se emparejan a un grave suceso doméstico. La marcha de Rita a Orense con su tía y de Pedro a una pensión provocan todo tipo de comentarios exteriores y rompen la rutina cotidiana de la casa. 

La boda se celebra un día de finales de agosto al atardecer, tan pronto como llega la licencia pontificia. La novia se casa de negro en una parroquia solitaria, medio a escondidas, sólo para la familia más allegada y amigos íntimos. Los amigos hablan bajito, compungidos como en un duelo. Boda fúnebre de negros augurios. La última comida de un condenado a muerte. Qué bien señala la autora que aquello va a terminar mal, cuando apenas ha comenzado. El ruido de las pisadas del recién casado y el crujir de las botas amenazadoras del Marqués son heraldos negros de un futuro incierto. Cuando el padre la deja en la habitación del tálamo nupcial, ella tiembla como la hoja de un árbol, lista para el sacrificio.


Me pongo a pintarte 
y no lo consigo 
después de estudiarte lentamente 
 termino pensando 
que faltan sobre mi paleta 
colores intensos que reflejen tu rara belleza.
Cánovas, Rodrigo,Adolfo y Guzmán







El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



4 comentarios:

Abejita de la Vega dijo...

Don Pedro va a elegir entre las primitas, juegos y bromas. Nucha es un vaso endeble para traer al mundo un pequeño Moscoso, pero la liquidez es la liquidez. ¡Pobre Nucha!

¡Qué poco valoraban el románico en aquellos años! ¡Con lo que a mí me gusta! El Pórtico de la Gloria, especialmente.

Un abrazo, Pancho.

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Qué bien captado por doña Emilia: “cosas muy sin razón ponderadas, en concepto del marqués: por ejemplo, la Gloria de la Catedral. ¡Vaya unos santos más mal hechos y unas santas más flacuchas y sin forma humana!, ¡unas columnas más toscamente esculpidas!”
El destino se encarga de cambiar los cursos de las vidas hasta en las novelas. Si el primo en los juegos del desván no se hubiera confundido de puerta…

Un abrazo
P.D.: Hacía "siglos" que no escuchaba esa canción.

Paco Cuesta dijo...

Toda la novela, fundada en contrastes e intrigas mantiene el interés del lector. Buena muestra es la elección de Nucha, apartando a Rita del primer plano.
Un abrazo

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Es interesante comprobar cómo ha manejado los hilos de la narración doña Emilia para que al final la elegida sea Nucha... y comprobar cómo le importaba o no a don Pedro y cómo al padre... Sociedad decimonónica, sin duda.