domingo, 17 de enero de 2016

Los Pazos de Ulloa (7) Emilia Pardo Bazán. Rencores pequeños




"La nueva esposa mostraba afición suma a recorrer la casa, a informarse de todo, a escudriñar los sitios más recónditos y trasconejados."

Los Pazos de Ulloa (7) 
Emilia Pardo Bazán 

De lo primero que hablan Julián y el Marqués es de Sabel. El caso es que el capellán la ha visto con el gaitero, sabe que le ha pedido los papeles para casarse al abad de Naya, pero todavía ni se ha casado ni tiene artes de quererse marchar. Pedro lo tilda de papanatas, de ser un infeliz. Aquí el que decide de siempre es Primitivo que lo ha engañado como a un chino. Y está claro que ahora no quiere bajo ningún concepto que su hija se vaya de la casa. Su poder ha aumentado desde que se ha metido en política. Consigue adeptos para la causa entre las gentes de la comarca. Les hace de banquero y así consigue sus voluntades. Incluso la borrica que la jueza le dejó en Cebre para Nucha embarazada, la consiguió por mediación de Primitivo

Julián no le había dado la enhorabuena a don Pedro por el embarazo de su mujer, ni siquiera había reparado en “que a ella pudieran ocurrirle los mismos percances fisiológicos que a las demás hembras del mundo.” Tal era la veneración que le tenía. El ideal de esposa bíblica, poético ejemplar de mujer fuerte. El se siente orgulloso de su contribución al matrimonio cristiano con la fusión de fines espirituales y materiales. Tuerce el gesto siempre que observa actitudes impropias del honesto trato conyugal. Siente en su interior que Nucha es un modelo de la perfecta casada, merecedora de un estado “más meritorio todavía, más parecido al de los ángeles, en que la mujer conserva como preciado tesoro su virginal limpieza,” querencia a la vida monástica, pues si es buena mujer para un hombre, mejor lo será para Cristo, dejando así intacta su inocencia corporal que es lo que Julián tanto desea, alejada de los peligros de la carne. 

Paralelamente, a la nueva cocinera le hacen la vida imposible, ésta empieza a poner pegas, que si la leña está verde, que si el humo, que si todo. Total, que se va. Inmediatemente después sucede la vuelta a los orígenes, el viejo régimen en la cocina. Sabel coge la sartén por el mango, pero ahora más discretamente. Perucho, evaporado, hace su vida en los numerosos cuchitriles de los pazos: desvanes, bodegas, lagares, hórreos, perreras, cochineras, herberas… que la nueva ama inspecciona de vez en cuando, atraída por tanto sitio recóndito y misterioso para un alma cándida educada en la comodidad de las ciudades. 






"No se conocía en todo el contorno, ni acaso en toda la provincia, casa infanzona ni más linajuda ni más vieja"


 Nucha observa que las gallinas no ponen huevos ni para una tortilla, a pesar de los frecuentes himnos triunfantes de la gallina fecunda al liberarse del huevo y los cloqueos de las hueras. Un día pilla a Perucho que anda tras ellas, no deja parar los huevos. Conocedor de todos los niales, echa mano de los huevos nada más salidos de las gallinas. Confiesa que después los vende a las mujeres a dos cuartos la docena. Nucha siente compasión por el muchacho como antes lo tuvo el cura Julián. Se propone enderezarlo ahora que todavía se puede, ahora que aún es una vara renueva. A Julián le preocupa que ella descubra el pastel de la paternidad de Perucho

Los recién casados se dedican a visitar a los aristócratas del vecindario. Van en cuadrilla, tantos animales como personas. Ante todo paridad. Además de la pareja, los acompaña Julián y su mula junto a dos mozos vestidos de domingo que les hacen de espolistas, las caballerías y algún perro de los favoritos. La jerarquía también es importante. 

Comienzan la tanda de visitas por el juez de Cebre, un poco azarado colocando y dando sitio a tanta multitud acompañada de requilorios y ofrecimientos de casa. La señora, que no termina de embutir su humanidad en el corsé y de ponerse un almacén de quincalla encima, llega cuando casi se van. Ese mismo día se acercan a Loiro a visitar al Arcipreste y a su hermana. Para llegar a Loiro tienen que adentrarse bastante en la montaña, pasar por despeñaderos y precipicios peligrosos. Las tierras feraces anexas a la casa rectoral, cultivadas un día, hoy presentan un estado lamentable de abandono como consecuencia de la Desamortización de Mendizábal. Algún día alguien tendrá que estudiar por qué en todos los sitios que visitas le echan las culpas del deterioro de numerosos monumentos singulares a este señor que debió ser ministro. Los habitantes del caserón son personas mayores y de enorme arquitectura. La sordera de la pareja provoca un quid pro quo divertido. Hacen pasar dentro quieras o no quieras, confirmando así la tradicional hospitalidad campesina. 







"Sintieron la impresión del frío subterráneo de una ancha cripta abovedada."

Al día siguiente salen tempranito. A pesar de que las tardes de verano son largas, necesitan el día entero para cumplir con el programa. Una mocetona, cargada con un haz de hierba más grande que ella, les informa de que las señoritas de Molende no están en casa, se han ido a la feria de Villamorta. Mejor, así tienen más tiempo para dedicarle a los habitantes del Pazo de Limioso. Aquí la autora nos deja de nuevo otra prueba más del genio de su pluma, ahora siguiendo la mejor tradición de los más aventajados escritores del Siglo de Oro. La descripción de Ramoncito Limioso y la prima, sus posesiones en decadencia y destartaladas, “acérrimo tradicionalista,” hidalgo antiguo. 

Merece la pena leer en el par de páginas finales del capítulo quince, la desgraciada postración y miseria que estas casas de enraizado linaje escondían. Un padre paralítico invisible desde fuera, encamado de por vida, un mito, una leyenda de la montaña. Dos tías, vestidas siempre de luto, secaronas y fibrosas como la piel reseca de un pandero y dedicadas a hilar todas las horas del día. Al salir del Pazo de Limioso, “callaron todo el camino porque les oprimía la tristeza inexplicable de las cosas que se van.” Justo a la mitad de la novela.


Un día 
los enanos se rebelarán 
contra Gulliver. 
Todos los hombres de corazón diminuto 
armados con palos y con hoces 
asaltarán al único gigante 
con sus pequeños rencores, con su bilis, 
con su rabia de enanos afeitados y miopes.
Joaquín Sabina





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



4 comentarios:

Paco Cuesta dijo...

A mi juicio una de los mayores aciertos de la novela es la capacidad de retratar con la palabra, y en el caso de la aristocracia venida a menos, es sencillamente genial.
Un abrazo

Abejita de la Vega dijo...

Una aristocracia decadente, casi fantasmal, qué buenos retratos. El de Limioso en los huesos de puro flaco, en contraste con el clero: el abad de Loiro y su hermana como dos osos de pie, con sus papadas.
Un placer visitarte, Pancho Celestino.
Besos

Pedro Ojeda Escudero dijo...

En efecto, hay fuerza y denuncia en esa sabia descripción de la decadencia de estas casas, ganadas ya por la naturaleza más brava.

Gelu dijo...

Buenas tardes, pancho:

Que bien descritas las sesiones de visitas, y las llegadas de sorpresa a las casas. Da risa sólo imaginarnos a la “jueza” de Cebre, y sus prisas por vestirse a medias.
Al desnudo, la tristeza de la vejez en los de Loiro.
El marqués se portó bien -con Nucha-, en el embarazo.

Un abrazo
P.D.: De las ilustraciones y la música te digo lo de siempre: ¡estupendas! Y para completar, la imagen de la pasarela de madera del video.