RIÑA DE GATOS. EDUARDO MENDOZA. (7)
Sentados en la cafetería, junto a Paquita y AW, asistimos a una larga y jugosa lección sobre la pintura de Velázquez. A medida que los clientes de la mañana se van marchando, son sustituidos poco a poco por otros más ruidosos. AW le explica a la joven que "Venus y Cupido" es el primer desnudo de la pintura española. Los artistas conocían la técnica del desnudo, pero sólo ejecutan el masculino, obligados por el ambiente de la Contrarreforma y la condición de mecenas de la Iglesia.
Según la teoría de AW, Don Gaspar Gómez de Haro, sucesor del Conde Duque de Olivares en los favores del rey, le encargó a Velázquez una Venus desnuda a la manera de Tiziano que Don Gaspar guardó de por vida, hasta que todos murieron. El inglés se detiene en la explicación de la génesis de "Venus y Cupido" ya que el tema del cuadro de la tasación es una Venus con cara. Velázquez se enamora de la modelo y le pinta dos óleos: uno para el encargo del noble, que es el lienzo estrella de la londinense National Gallery de Trafalgar Square, con la modelo vista por detrás y el rostro difuminado en el espejo y el del Duque de la Igualada, responsable de la venida a Madrid, con cara. Lo debió pintar antes de su marcha a Italia. Durante los veintiocho meses de estancia en Italia pinta poco más que al Papa, Inocencio X, algunos cardenales y un par de paisajes. Velázquez arriesgó con el segundo desnudo: “Habría perdido el favor del Rey. Desde que llegó a Madrid y desplazó a los antiguos pintores de la corte con su estilo innovador, no le faltan enemigos que maquinan su ruina[…] Sólo una pasión irrefrenable pudo llevar a un hombre de natural sereno, casi apático como Velázquez a cometer semejante locura”. Serenada la pasión, regresó a España sin el comprometedor cuadro. Posteriormente alguien lo trajo y aquí está.
El autor coloca en el mismo plano a AW, a Jose Antonio y a Velázquez. Paquita los acusa de visionarios y confiesa estar harta de que lo importante sea lo otro y no ella: la política como excusa en caso del político y Velázquez en el del inglés. Tanto uno como otro huyen; uno se va a Italia escapando de su locura y AW abandonando a Catherine.
Es el mes de marzo y en las yemas abultadas de los árboles apuntan los primeros brotes. Quedan para las seis, AW le acompañará a un mitin de Jose Antonio.
La hora del aperitivo es sagrada. España puede estar en guerra o Chenel descumplir años por naturales en el hospital. Nada hay que pueda con la tradición; se aparcan las discordias y se abarrotan las tabernas. El inglés empieza a ver la luz al final del túnel, tanto en su relación con Paquita, como en el asunto del cuadro que es lo que realmente le importa y motiva. Se siente feliz. Rebosante de satisfacción, como si flotara en el aire e indiferente a la gente que atestaba las tabernas y a los olores a comida que le aguijonean el estómago. Se dirige presuroso al hotel, ansioso por escribir las sensaciones que se le agolpan en el cerebro.
Higinio Zamora detiene a AW a escasos cien metros del hotel, le advierte de que alguien con pintas de policía le espera a la entrada. Le invita a un cocido que el inglés acepta no sin reticencias. A cambio, tiene que soportar sus explicaciones marxistas sobre del curso de la historia, como telón de fondo o excusa de la petición de ayuda para la Toñina, pues para algo sirvió con su padre en África. A AW no le resulta fácil escapar de la encerrona de Higinio. Le promete que lo mirará para desembarazarse de él.
Con los vapores de una digestión pesada se dirige al hotel. No escribe ni una línea porque el sueño le vence y se despierta con el tiempo justo de llegar a la cita con Paquita, lavarse la cara con un poco de agua, ponerse el gabán y el sombrero y echarse a la calle cuando ya el farolero encendía las farolas de la plaza.
Llegan al cine del mitin. El inglés siente el pulso acelerado del que acude a algo prohibido. El cine de bote en bote, lleno hasta la bandera. La puesta en escena típica de las ideologías excesivas. Parafernalia de los fanáticos, iluminados de la sinrazón que llenan los huecos de la razón con banderas y carteles que niegan lo que esconden.
R. Fernández Cuesta y Sanchez Mazas hacen de teloneros. Calientan los oídos de los convencidos con lo que quieren oír antes de que el Jefe tome la palabra. Los enardece con su elocuencia hueca y concluye en tono profético (porque el entusiasmo no le permite continuar) que cuando todo sea rojo o azul “Veremos cuántos se apresuran a ponerse camisas azules”. Ellos abandonan el local y en la calle un grupo compacto de obreros de mirada torva encaminan sus pasos al cine; la tangana está asegurada.
En el taxi, Paquita le confiesa que a pesar de la locura algo le ata a Jose Antonio, sus destinos caminan en paralelo. AW se convence de la escasa consistencia del partido fascista.
"Maldito sea el gurú
que levantó entre tú
y yo un silencio oscuro,
del que ya sólo sales
para decirme, “vale,
déjame veinte duros”."
J. Sabina
que levantó entre tú
y yo un silencio oscuro,
del que ya sólo sales
para decirme, “vale,
déjame veinte duros”."
J. Sabina
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.