domingo, 2 de octubre de 2011

Calaíto, me salen los cubatas por el sombrero


















Menipo y Esopo. Diego de Silva y Velazquez
"Al final del camino hacia la cumbre no nos espera la gloria, sino el desencanto".



RIÑA DE GATOS.

EDUARDO MENDOZA. (3)
Al llegar a la recepción del hotel, el conserje le informa de que un extranjero con un español aprendido en los libros de texto, tan correcto como el suyo, ha preguntado por él. En la habitación intenta leer, pero no se concentra. Cierra el libro y regresa al frío de la calle. Callejea un rato y entra en una taberna atestada de gente. Se abre paso entre la clientela ruidosa, se acoda en la barra y pide una de gambas y un chato de vino. El bar resulta ser la sede de una peña taurina. Aquí no hay anti taurinos exterminadores de toros bravos. Los toreros son ídolos y se respeta al animal recio y en puntas. AW nos resulta un inglés atípico porque recuerda haber visto en el local a Ignacio Sánchez Mejías poco antes de su muerte en la plaza de Manzanares en 1934. Maduro, intelectual y distinguido, su muerte le había conmovido. Incluso tradujo al inglés uno de los poemas que Federico le dedicó y tampoco sería de extrañar que leyera la crónica de Gregorio Corrochano del día 18 de agosto en el ABC: «Luto en la capa negra de los negros toros de lidia. Luto, con trasparencia de gasa, en la chaquetilla de los toreros. Luto en el negro pelo de las mujeres que van a los toros. Luto en los capotes de los lidiadores [...] Luto en la tinta más negra al trazar la aventura desventurada de Sánchez Mejías». Ni que decir tiene que este inglés se hace querer. (Lo raro es que la fiesta de los toros haya llegado hasta hoy con columnas tan contundentes como la de Wenceslao Fernández Flores). Ojalá vivamos para ver su desaparición, significaría que viviríamos una larga vida.

La densidad del aire en el interior de la taberna no ayuda a templar el ambiente tenso que se respira, como ocurre siempre que la política es el tema de debate, porque cuando las diferencias ya no se pueden acortar con un abrazo y unos vasos de vino; la situación, definitivamente, está regular. Dos grupos de parroquianos se enzarzan, se quitan la palabra unos a otros, a gritos, para tratar de explicar la situación política del momento al extranjero. Con el mismo apasionamiento que si fueran seguidores de Cagancho o Gitanillo de Triana. José Tomás embarcando el astado por terrenos imposibles o Morante de la Puebla esculpiendo amapolas de oro y fuego (en sangre a veces, por supuesto, porque el duelo es a vida o muerte) en el envés del aire de los vuelos del capote. La insinuación por su parte de que toda disparidad de criterio se puede resolver a través del diálogo, les pone a todos en su contra. Las medias tintas ya no sirven: o a favor o en contra. En vista del sesgo que toman los acontecimientos, su vecino de barra le coge por el brazo, lo saca del bar y una vez en el exterior, lo acompaña a una casa de citas. Con buen criterio, dando por terminada una de las escenas mejor logradas del libro, metáfora perfecta de la situación española en la que cordura y acercamiento quedan fuera de lugar. La tragedia está servida.

El inglés, a instancias de su compañero de taberna, termina la noche con la Toñina. A la mañana siguiente, los excesos de la noche anterior no le impiden hacerse una idea cabal de su situación dramática: solo en un país extranjero, sin documentación y supuestamente desplumado por el compañero de aventuras nocturnas. A AW se le hace, otra vez, la noche por la mañana. No le queda más alternativa que recurrir a la embajada y confiar en que algún funcionario culto sepa algo de pintura barroca española y lo identifique o recurrir al amigo que acaba de traicionar con su mujer.

Una vez en la calle el agua mojababos apresura sus pasos hacia el Museo del Prado que actúa como el bálsamo fierabrás: sale reconfortado del museo. A la entrada agradece que la funcionaria de la puerta le franquee la entrada sin pedirle unos papeles de los que carece. Quiere ver Las Hilanderas pero se detiene en Menipo y Esopo, dos personajes menores de la cultura griega. ¿Por qué Velázquez joven los elige para competir con Tiziano por el favor del rey?

Cuando AW sale del museo, el sol se abre paso entre las nubes y ya no llueve en las calles de Madrid. Fiel a su esquema de combinar las anotaciones sobre Velázquez y la situación política del momento, ahora es un grupo de obreros que se dirige a un mitin el que ocupa la calle y algunos falangistas los que observan desafiantes en la Gran Vía. El ambiente le hace reflexionar sobre su intención de largarse de vuelta a Inglaterra o quedarse: “la sensación de violencia y peligro le producía una excitación del todo insólita en un hombre que siempre se había tenido a sí mismo por metódico, previsor y pusilánime”. No se pierde el tiempo esta vez en casa del aristócrata. El duque tiene preparados una docena de cuadros de pintores españoles del S. XIX que AW encuentra de difícil salida en el mercado extranjero a pesar de su valía. Cuando el duque se retira a devolver los cuadros a su posición original en las paredes, Guillermo, el hijo fanatizado y radical falangista, le confiesa a AW la decepción que siente por el fracaso de la venta porque al quedarse la familia, sus correligionarios ya no valorarán de la misma forma su firme decisión de permanecer en España, independientemente de la opinión de sus padres. Nos puede dar una idea del desarraigo y marginación que supuso la emigración de los que conformaban la tercera vía; intelectuales que pudieron dejar el país porque no quisieron tomar partido por ninguno de los bandos. A ellos se unieron en el extranjero los que después perdieron la guerra; entre todos formaron la España del exilio, pero no dentro de la misma categoría.

En la sala de música, el Marqués de Estella y Paquita recitan una tonadilla con Lilí al piano. Entre medias el inglés, perejil de todas las salsas, que siempre encuentra la excusa para que sepamos todo cuánto sabe de Velázquez. Lo dibuja como el típico español que sólo quiere alcanzar una posición y echarse a dormir, que es lo que hizo según él: dejó de pintar cuando alcanzó un alto cargo de funcionario en la corte. Y ante una sugerencia acerca de la posible doble vida del pintor por parte de Paquita, AW le aclara que precisamente por ser miembro de la corte, existe documentación exhaustiva sobre la obra de Velázquez, pero nadie puede desvelar el misterio, la verdad última del pintor. Por eso – afirma - su trabajo es tan apasionante: “En el fondo, estoy más de acuerdo con lo que usted dice que con lo que usted sugiere que yo he dicho”. ¡Qué bien habla español este inglés!


"Siempre que busco fortuna me luce el pelo
me salen los cubatas por el sombrero
y me buscaba la vida como un obrero
y por tu indiferencia, quiero y no puedo"
Paco Ortega




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

6 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

La construcción lingüística del protagonista para que contraste con el mundo popular es una de las cuestiones estilísticas que decantan la novela hacia el realismo costumbrista. Y uno de los recursos para generar humor.
Buen trabajo.

Merche Pallarés dijo...

Excelente tu descripción de ese mundo taurino, ahora, lo que a mi me extraña es que aparte de Lorca que lo encumbró con su poema "Llanto por Sánchez Mejías" y sus famosas estrofas: "A las cinco de la tarde..." su fama no ha trascendido tanto como Manolete ¿por qué será? Besotes, M.

Paco Cuesta dijo...

Gran recorrido por la novela con tintes castizos y taurinos.

Abejita de la Vega dijo...

Esas construcciones lingüísticas relamidas de Antoñito me hacen mucha gracia, habla como un repelente niño Vicente.

Veo que a ti también te gusta especialmente esa taberna taurina y su ambiente.

Los cubatas, je, je.

Un placer leerte.

Besos, Pancho Celestino.

Estrella dijo...

Lo que más me ha gustado de la novela son los personajes y ambientes costumbristas. Y siendo Madrid y el escritor de Barcelona, tiene mucho mérito.

Me gustan tus resúmenes.

Saludos

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

En esta lectura de tu resumen de Riña de gatos, una vez más, mi admiración por Velázquez.

Nunca me gustaron las corridas de toros. No entendía que un hombre se jugara la vida o la salud por dinero.
En una ocasión, un amigo me dijo que él sufría por los toros.
¿Qué te parece?.

Saludos.

P.D.: Bien por Paco Ortega y el 'Calaíto'