miércoles, 8 de mayo de 2019

La saga/fuga de J.B. (44) Scherzo y fuga. Gonzalo Torrente Ballester. Tierra firme.




"¿Sabe usted dónde está su hermana? Y Jacinto: ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermana?"


La saga/fuga de J.B. (44) 
Scherzo y fuga.  Capítulo 3 
Gonzalo Torrente Ballester 

Barallobre rechaza el simil de la granada estallante y los granos desparramados con la pasión desbordada y pone a pensar a la voz narradora que acepta la objeción; pero no elimina la comparación del todo, la aparca en la papelera de reciclaje para usarla en otro momento. La figura literaria no encuentra el sitio en la visita que don Acisclo, vestido con sotana nueva y sin violín, hace a Jacinto Barallobre a la mañana siguiente. El clérigo viene a interesarse por Clotilde. Barallobre lo recibe en la biblioteca llena de libros aspirantes al expurgo y la pira. Le responde con la hondura bíblica de Caín: ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermana? La repregunta le lleva a pensar que la ha matado por asociación de ideas. Barallobre le explica que el significado de una frase no sólo depende de los significados independientes de las palabras que la conforman sino de las circunstancias coincidentes. En este caso concreto, la referencia es el hecho bíblico por todos conocido. Sin embargo, como ellos no son ni el Señor ni Caín, el traslado de significados no es pertinente. El Señor que todo lo sabe, pregunta por preguntar y Caín responde con otra pregunta absurda, como buen gallego. Lo que ocurre es que don Acisclo mezcla los niveles semántico y lingüístico que es como coger el rábano por las hojas. Don Acisclo asiente, embelesado por el poderío del razonamiento de Barallobre. Un Demóstenes auténtico: la oratoria como arte de dominar multitudes. Lo respeta como Vázquez de Mella respetaba a Castelar, el símbolo de la oratoria, aunque fueran de ideologías diferentes. 

“La juventud es el lugar de cita de todas las sandeces”, sentencia don Acisclo dispuesto a plantar cara dialéctica al Castelar de la oratoria ante un cigarrillo que le recuerda la juventud en México. Nadie sabe el paradero de Clotilde; Barallobre supone que se haya ido a Santiago, como siempre hace cuando algo le sale mal. La noche anterior había sido la noche triste para ambos: los dos se quedan compuestos y sin pareja. Don Acisclo ni sospechaba que Clotilde estuviera enamorada de Jesualdo desde niña y ahora se casa con Lilaila





" Los masones de Michel labraban piedras informes y sacaban de ellas arquivoltas, columnas geminadas, capiteles historiados, meros perpiaños."

Jacinto se retira de la escena un rato, va a buscar la cruz de Coralina Soto, una joya de valor incalculable de más de mil años de antigüedad para que se la entregue a Lilaila como regalo de boda, como Clotilde le había prometido. Le da también el icono para que se lo regale junto a la joya y que Bendaña lo vea todos los días de su vida, ahí radica la maldad. Una venganza inteligente al parecer del descreído don Acisclo que esboza una sonrisa cortesana al dejar la casa, no sin antes mostrar su preocupación por el efecto que cause el desengaño amoroso en Clotilde. Siempre tendrá expedito el camino del convento: “Allí podrá encontrar, trascendido a lo divino, el amor que apetece”. La suerte de Jacinto le importa un bledo, un hombre podrá encontrar otra mujer que le satisfaga sin mayor problema. 

Las campanas de Castroforte resuenan alegres el día de la boda entre Jesualdo y Lilaila. Jacinto observa desde la terraza la ciudad disuelta en la niebla espesa que flota como un velero sobre el río Baralla. Las guedejas se enredan en los magnolios del pazo de Bendaña. La tienda del Mariscal asoma la gaita más allá de los mirtos y laureles. Allí los Bendaña y los generales juegan a la guerra y el Mariscal se ríe de todas las victorias sobre el enemigo de los descendientes: unos, ahorcados; otros, quemados; algunos, entregados a los ingleses o pasados por las armas; Jacinto Barallobre, comprando su libertad y él sin poder hacer nada “porque no le era dado cambiar lo acontecido, aunque los protagonistas de las derrotas pasadas estuvieran junto a él, en la misma terraza”. Conjugando en pasiva, justamente porque habita un tiempo al que no pertenece. Concluye y resume don Jerónimo: “El tiempo es una invención humana, la definición de algo irreversible e impenetrable”. 



"Ballesteros improvisados corrían a los matacanes. Amparados en las almenas, los fusileros disparaban."

 El Canónigo Balseyro propone dejarse de filosofía y pasar a la acción. Ha llegado el momento decisivo de empujar sin tibieza, la hora de las arengas. Cada uno a los suyos como mejor sepa. El obispo se dirige a caballo hacia la muralla. El canónigo al balcón. El almirante y el Lieutenant bajan la Rúa Sacra hacía la Puerta del Mar donde se ha emplazado la mayor potencia de fuego. Jacinto se mete en los billares donde los muchachos del instituto se entrenan para el tour de Francia. Tanto los arenga para que les mole impedir que se lleven a Lilaila Aguiar, aunque sólo sea por los años que llevan haciéndose pajas a su salud, que salen en tromba a apedrear el tren con el corazón desgarrado e inflamado de lo suyo: la afrenta más insufrible, la mujer más bella de Castroforte arrebatada por un Bendaña. Jacinto los distribuye en grupos de tres y a su orden rompen los cristales de los vagones del tren y enardecidos siguen dándole gusto a la mano y se apedrean entre ellos en nombre de Lilaila, la fugitiva. Una piedra dirigida a Jacinto y una flecha derecha al corazón de Jerónimo Bermúdez se chocan en el aire y trocan los rumbos: la pedrada descalabra a Jerónimo Bermúdez y la flecha desgarra el pecho de Barallobre afectando los pulmones. 

El Vate Barrantes a bordo de la barcaza cañonera se aburre como una ostra de tanto esperar a que el enemigo aparezca por lo alto del camino con la mecha prendida en la mano. El tiempo acompañado del espacio inestable baila en la ceremonia de un tiempo anárquico que confunde la  mañana, la tarde y la noche. Cae al agua, sale del río y la leyenda le obliga a esconder el Santo Cuerpo Rúa Sacra arriba y vuelta a las aguas del Baralla


 Mirar atrás, reflexionar, pararse a pensar qué es lo que ha pasado 
Nos hemos equivocado 
En alta mar no hay nadie a quién preguntar si es que hemos naufragado 
O sólo hemos encallado
Igor Pascual





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


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