miércoles, 1 de febrero de 2017

Novelas Ejemplares Rinconete y Cortadillo (y2) Miguel de Cervantes. El silencio no ayuda.





"Otros dos,  hay que son palanquines; Los cuales, como por momentos mudan casas, saben las entradas y salidas de todas las de la ciudad, y cuales pueden ser de provecho, y cuales no."


Novelas Ejemplares
Rinconete y Cortadillo (y2)
Miguel de Cervantes

Preguntados Rinconete y Cortadillo, da cuenta éste de sus habilidades que no son pocas: artista del floreo, catedrático de la buena vista, experto jugador, maestro en el robo con escalo. Pero en lo que Cortadillo más destaca es en mete dos y saca cinco. Monipodio le baja los humos, le regula la corriente sanguínea. No niega que sean buenos principios, pero no pasan de ser flores viejas de cantueso, sólo aptas para engañar a ingenuos espíritus primaverales que no existen. Le asegura que con media docena de lecciones saldrá oficial famoso, quizás maestro. También quiere de ellos que cuando llegue el caso, tengan el ánimo suficiente para sufrir media docena de latigazos sin cantar, porque lo que dice la lengua lo paga la gorja y no tiene más letras un no que un sí.

Discurso tan bien hilvanado y rotundo lleva a Monipodio a proponerles como cofrades mayores de la comunidad de vagos, malhechores y maleantes de Sevilla sin pasar por el año de noviciado. Confirmada la propuesta por unanimidad de todos los presentes en asamblea democrática, los eximen del año de trabajos menores como llevar la recaudación a la cárcel de algún hermano mayor, piar el turco puro, no pedir licencia al mayoral para celebrar un banquete y entrar en el reparto de beneficios de lo garbeado desde el primer día. Palabra estrangulada en la boca de los veteranos amigos de lo ajeno.

Un muchacho que hace de centinela de la casa con patio aljamiado interrumpe alborotado la reunión porque se acerca el alguacil de vagabundos. Monipodio tranquiliza a la concurrencia; la autoridad está comprada, conchabada. El alguacil quiere que aparezca la bolsita de ámbar con los veinte escudos de oro que Cortadillo afanó en San Salvador a un pariente suyo. Como nadie manifiesta conocer el paradero de la bolsa, Monipodio monta en cólera, se le disparan todos los marcadores, temeroso de algún motín o algo. Recela de que haya alguno que se atreva a romper los estatutos y buenas ordenanzas y que alguien desafíe su autoridad. Rincón,  viendo la rabia del jefe, presenta la bolsa del sacristán completa, sin faltarle un ardite, para satisfacción de Monipodio que se deshace en elogios hacia Cortadillo el Bueno porque “no es mucho que a quien te da la gallina entera, tú des una pierna de ella.” Bien sabe el maestre que un día de disimulo del alguacil paga ciento por uno.




"Todos, cual por una y cuál por otra parte, desaparecieron, subiéndose a las azoteas y tejados para escaparse y pasar por ellos a otra calle."


Entran al patio la Gananciosa y la Escalanta llenas de desenfado y desvergüenza, vestidas de mujeres de la casa llana, emparejadas con el manco Maniferro, por tener una mano postiza de hierro, y de Chiquiznaque. Traen unas banastas bien repletas de naranjas, limones, aceitunas, tajadas de bacalao frito, queso de Flandes, productos del mar: camarones, cangrejos, alcaparrones ahogados en pimientos y blanquísimo pan de Gandul. Traen también una bota de hasta dos arrobas de vino de la que sacan un azumbre del que da buena cuenta el estómago de la Pipota, desmayado de continuo. Sentados al vino y a las tajadas, unos catorce sacan las facas de cachas amarillas.

En plena faena del condumio, Tagarete, el centinela de guardia, da la voz de alarma con gran escandalera. Juliana, la Cariharta, llorosa y llena de pelos, moza del mismo jaez que las otras, viene con la cara llena de tolondrones, denegrida y magullada, exclama a gritos la Cariharta: “¡La justicia de Dios y del Rey venga sobre aquel ladrón desuellacaras, sobre aquel cobarde bajamanero, sobre aquel pícaro lendroso, que le he quitado más veces de la horca que tiene pelos en las barbas!” Cervantes nos deja de regalo aquí un ejemplo soberbio de cómo se resuelven los conflictos de maltrato de género y falta de respeto en los espacios cerrados. El Repolido la chulea, la manda a pedir con el Cabrillas de ayuda. Al entregar veinticinco en lugar de los treinta reales cabales acordados, la azota entre unas oliveras. Lo que se quiere bien, se castiga, la Gananciosa justifica así la somanta. Ya quisiera ella que ese bellacón la azotara y la acoceara así a ella. Significa que la quiere más, como hace el Repolido: la intenta acariciar después de haberla molido y llora totalmente arrepentido. También la Cariharta lo quiere arrepentido más que a las telas de su cuore. La Gananciosa le aconseja que no vaya a buscarle, porque se extenderá y ensanchará. Mejor que espere un poco, que el volverá manso como un cordero. En caso de que no venga, le sacarán cantares, le escribirán coplas que le amarguen. Incluso Monipodio se ofrece a componer miles de ellas, pues aunque no es muy buen poeta, todavía tiene a su amigo el barbero, buen barbero y poeta, para henchirle las medidas a los versos.

Se hizo la paz entre los ruines y tantas manos a las tajadas y tantos gaznates resecos, le vieron en poco tiempo el hondón a la canasta y las heces al cuero. Monipodio le explica a Rinconete algunos secretos de la cofradía. Los dos personajes graves que llaman la atención por su pelo cano son los abispones, su cometido es andar de día por la ciudad, avispando en qué casas se puede dar el tiento de noche con poco peligro. Vigilan a los que salen de la Casa de la Moneda para ver dónde ponen el dinero, estudian el grosor de los muros y diseñan el lugar para hacer los guzpátaros (los butrones). Se llevan un quinto de lo hurtado, “como Su Majestad de los tesoros.” Son gente respetada, de mucha verdad, de buena vida y misa diaria. También cuentan con dos palanquines, atentos a los que se mudan de casa para aprender las entradas y salidas de provecho para lo suyo.




"Porque vive el Dador, si se me sube la colera al campanario, que sea peor la recaída que la caída."

El Repolido se presenta en el patio con las orejas gachas, humilde y mansito pidiendo perdón, pero que no achuche mucho la Cariharta no vaya a subírsele la cólera al campanario. Viendo que ella pide más y los demás la apoyan, interviene Monipodio para imponer la paz. Que se deshagan las palabras entre los dientes y que se olviden las dichas antes. Que se lleve el viento las palabras mal habladas. Y se preparó la zambra para celebrar la paz entre los amigos. Cada uno toca lo que sabe, que es mucho entre gente de compás y buen son. Hasta Monipodio se revela como buen tocaor, toca las tejoletas con un plato partido. La Gananciosa se arranca por seguirillas sentidas y Monipodio la secunda:
"Riñen dos amantes, hácese la paz:
si el enojo es grande, es el gusto más."
Y el Repolido firma la paz: “Cántese a lo llano, y no se toquen estorias pasadas, que no hay para qué: lo pasado sea pasado, y tómese otra vereda, y basta.”

Arte llevaban de no terminar el cante si no es por una falsa alarma del centinela que los evapora en un instante al dar el queo de que el Alcalde de la justicia aparece en la calle con varios corchetes, pero pasa de largo.

Aparece un mozo con una queja: no han dado cuchillada de catorce a un mercader a pesar de haber pagado. Chiquiznaque lo achaca a la poca cara del pagano, solo le entran cuchilladas de a siete. Confiesa que se la dio a un criado, pero, claro, eso no es lo mismo.

Monipodio no sabe leer ni escribir, sin embargo, guarda una detallada relación escrita de las fechorías cometidas, lo ganado y su autor en un libro de memoria que manda leer a Cortadillo. Hasta él mismo tiene pendiente un “unto de miera en la casa” por el que ha recibido cuatro escudos de señal de los ocho de la entrega completa. La clavazón de cuernos le corresponde al Narigueta.

Rompen filas y todos a sus puestos, les despide y les cita el próximo domingo para el reparto. A Rinconete y Cortadillo les asigna el tramo que va de la Torre del Oro al Postigo del Alcazar. El Ganchoso va de guía. Los apunta en la lista de cofrades sin noviciado. Floreo y bajón, sus artes. Un abispón da cuenta de que el Lobillo de Málaga, buena prenda, y el Judío merodean por Sevilla. Parece ser que Rinconete y Cortadillo estuvieron por Sevilla durante unos meses bajo las órdenes y con la bendición de Monipodio, pero narrar las peripecias ya es cuestión de otro relato que Cervantes  no tuvo tiempo de escribir. 

El silencio no te ayuda, 
 sé que no sabes qué hacer, 
 sabes que fue la primera 
 y no será la última vez
Porta




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Siempre me ha gustado ese orden metódico que se respira en el patio de Monipodio, ese culto de la burocracia a manera de parodia del Imperio. Los personajes y el ambiente están tan bien retratados que uno se queda sin palabras. No sé si Cervantes quería o no continuar la obra, pero yo soy de los que piensan que ahí la dejó porque tenía otra cosa mayor que se le fue enredando, El Quijote. Si no, quizá hubiéramos tenido una larga novela ejemplar que vete a saber dónde le hubiera llevado al bueno de don Miguel.

Abejita de la Vega dijo...

Para burócratas los del patio del Monipodio, las ansias de libertad de Rinconete y Cortadillo chocan contra un muro. ¿Aquí también?

Por la libertad...

Besos, Pancho.