"Se llama como nosotros , Jota Be, pero la Be encierra un Bendaña que le sitúa necesariamente al otro lado del río. Le aseguro que me da pena."
La saga/fuga de J.B. (22)
Gonzalo Torrente Ballester
La entrevista a Bendaña deja preocupados a los nativos, pero la vida sigue en Castroforte después del traumatismo. La gente no cambia sus costumbres habituales sólo porque un científico preclaro lo quiera. Si acaso, se les nota un poco más acelerados. El runrún de la entrevista no les cambia la vida porque a la mayoría aquello les coge de nuevas, sobre todo a los más jóvenes que ya viven huérfanos de ayudas providenciales, los nombres sacrosantos les resultan desconocidos.
Don Benito Valenzuela, godo activo y singular, carga el baúl en la carretilla con más piedras que de costumbre y no puede con ella. Cuando don Jerónimo Estévez lo encuentra atascado, se ofrece a ayudarle, ya son pareja para compartir la carga. Don Gerardo Villavieja, don Teófilo Alcalá y don Justo Ugidos hacen lo mismo. Así hasta llegar a la cifra de diez uncidos, unos a tirar, otros a empujar como jabegotes que, animados por el cante de un volga volga marinero, mueven de sitio el baúl sobrecargado de piedras.
Barallobre no sabe si Bendaña escribirá el libro o no, para el caso es igual, las consecuencias serán las mismas. A su parecer, Bendaña juega con las cartas del compañero. “Le mueve la imposibilidad de entrar en un mundo al que siempre quiso pertenecer y del que su nombre le excluye.” Será un Jota Be, pero con be de Bendaña y eso lo sitúa definitivamente al otro lado del río. Para José Bastida ciertas afirmaciones de las vertidas en el diario son de fácil refutación. Todo está por hacer. Por ejemplo, el vate Barrantes tiene versos buenos y versos malos, como todos los poetas. Si resulta desconocido, es debido a que a nadie se le ocurrió pasarse media vida estudiándolo y difundiéndolo. Un crítico hábil haría de él un precursor de Rubén Darío, coincidente con Antonio Machado en el tratamiento del amor y parecido a Gabriel Celaya o Blas de Otero en los poemas sociales. Lo introduciría en el hilo poético que nace en el Arcipreste, sigue con Garcilaso, continúa en las Rimas de Bécquer y desemboca en los mejores versos de Juan Ramón y Federico García Lorca. Vamos, un adelantado a su tiempo que nadie lee. Tanto énfasis y entusiasmo pone Bastida en la exposición que Barallobre le propone que sea él mismo quien escriba un libro sobre el poeta.
Ni corto ni perezoso, Bastida se presenta en la Tabla Redonda un día de niebla espesa, de andar con tiento, de tocarse para reconocerse. Allí matan al mensajero. No creen que Belalúa se atreva a asomar por la Tabla Redonda a causa de la entrevista, al menos como amigo. También los hay que no perdonan que los dejen sin su don Sebastián, la esperanza portuguesa del regreso del legendario libertador que nunca llega. Le ofrecen la Silla Peligrosa libre de abrigos y sombreros. Bastida saca unas cuartillas dobladas del bolsillo. Merlín acusa al auditorio de mentes cuadriculadas que no entienden el beneficio de la ciencia. A partir de ese momento serán también los jóvenes los que discutan de los mitos. La gente está alzada en armas, ofendida como si les hubieran quitado algo suyo, la espada del Cid. O hubieran insultado al equipo local. Incluso las féminas se han alborotado, con ganas de arañar a Bendaña o algo así. Además les duele que la desmitificación sea obra del paisano científico, la mente más clara de Castroforte y allí siempre se ha abogado por la ciencia. Si Bendaña descubre que Jota Be es una paparrucha, a ponerse el sombrero y cada uno a su casa.
“¿Y si los datos del señor Bendaña estuviesen equivocados? ¿Y si además lo estuviesen voluntariamente?” Pregunta José Bastida al auditorio con segundas mientras se dispone a leer las holandesas del bolsillo. Lo que propone es una polémica, la quintaesencia del periodismo de investigación, casi desaparecida con las prisas de internet. De repente aparece de la niebla un embozado con sombrero de copa del año de la pera. Una luz atravesada de pasión y desengaño le brilla en la mirada al contemplar el busto por restaurar de Coralina Soto. Entonces una voz arcaica, pero hermosa, llena el ámbito.
El recién llegado embozado se dirige a la estatua de mármol esquiva y cercana; remota, pero siempre deseada. La despieza en partes de corazón frágil; alma de brisa; risa de caracola; el cuerpo todo, nardo en primavera. La voz de timbal, de sirena; cantora y diva. Él se define como paladín y esclavo, dicha y amargura de la frialdad marmórea del busto. La sigue amando y lamenta los desconchones que el paso del tiempo deja en la estatua y maldice a los miserables que la insultan y que escriben puta en el cuello inmaculado. Llega de un sueño largo o de un largo viaje. Y concluye la alocución:
“Soy el Vate Barrantes, muerto o vivo
En cualquier caso soy”
“Soy el Vate Barrantes, muerto o vivo
En cualquier caso soy”
No one knows what it's like
To feel these feelings
Like I do, and I blame you!
No one bites back as hard
On their anger
None of my pain and woe
Can show through
The Who
El presente comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.