Nada mejor que estos días en que los camposantos están concurridos también de vivos, visitados como si los cementerios fueran museos del descanso eterno, para sacar del ostracismo estas sentencias del genio de Torres Villarroel sobre la muerte. Que sirvan de conjuro de esa especie de carnaval de máscaras de origen sajón que tanto se ha asentado entre nosotros a costa de la tradición.
“No hay cosa que no sea sepultura para el hombre muerto. La tierra le pudre, el agua le deshace, el aire le enjuga, el fuego le seca, los gusanos le comen, los animales le despedazan, las aves le pican y los peces le tragan. Dos cosas no le pueden faltar al hombre: si vive, muerte; si muerte, sepulcro.”
“De nada se burla el tiempo tanto como de la vanidad de los muertos. ¡Qué presto borran los días la soberbia de los difuntos en los epitafios de las piedras!”
“No quiero elogios, porque son anuncio del túmulo, ni que me busquen las honras con los pies en la tumba; más quiero espantajo que pueda yo mirar, que estatua que no pueda ver.”
Cuando las campanas tocan a muerto, no tocan por otro, tocan por ti: un paso al frente para cubrir las mermas.“De nada se burla el tiempo tanto como de la vanidad de los muertos. ¡Qué presto borran los días la soberbia de los difuntos en los epitafios de las piedras!”
“No quiero elogios, porque son anuncio del túmulo, ni que me busquen las honras con los pies en la tumba; más quiero espantajo que pueda yo mirar, que estatua que no pueda ver.”
Torres de la catedral y de la capilla de la Universidad.