Gerardo Trives
Una vez rodados los planos exteriores, los actores se recogen a los estudios de rodaje como si de una película se tratara. La acción continúa de noche en el patio del castillo donde DQ y S han sido llevados a punta de lanza por los criados de los duques. Da la impresión de que esta vez la estancia no puede ser larga, percepción que se saca por la delgadez del lado por leer de la novela.
De nuevo nos encontramos con un capítulo nocturno. La diferencia con los dos anteriores estriba en que la oscuridad de la noche aquí es suplida por la luz de unas antorchas. La iluminación artificial contribuye a que nuestros protagonistas persistan en su mutismo. Siguen callados, ya no por imposición de sus secuestradores, sino por la admiración que les causa la pompa y teatro de la puesta en escena, como si ello les atara la lengua, mudos del asombro por un túmulo que ante ellos se levanta a dos varas de altura con Altisidora tendida, “que hacía parecer con su hermosura hermosa a la misma muerte”.
Tampoco en este capítulo nos libramos del juego de contrastes característico del Quijote. Aquí patente, además de en el empeño puesto por el autor en acentuar la claridad que aumenta el misterio de la noche, también en la altura a la que suceden los acontecimientos, elevación realzada por el nivel tan a ras de tierra del que provenimos, en el que sucede el atropello de los cerdos. Todo ello con S como principal objetivo de las burlas, el relato completo vestido como los condenados por el Santo Oficio, como si el atropello de la farsa de los asaltantes durante el gobierno de la ínsula no hubiera sido suficiente escarnio para los duques, al no haber sido testigos directos de ella.
Los duques entran con gran ceremonia en el recinto. Suben al estrado y se sientan en dos sillas dispuestas al lado de otras dos ya ocupadas por unos personajes de aspecto real. Visten a S con las ropas de los condenados a la hoguera, con llamas en las ropas. El capirote, de diablos estampados de los que mueren obstinados. Le obligan a atar la lengua, pero no hasta el punto de impedirle exclamar que ni abrasan las llamas, ni los diablos le llevan. DQ se ríe del aspecto del escudero y un mancebo canta dos estancias que nos hablan de DQ culpable de la muerte de Altisidora. La supuesta crueldad de DQ no le impide cantar y celebrarla hasta que se paren las aguas del olvido.
Uno de los sentados que parecían reyes se presenta como juez salido de las tinieblas del infierno. Él es el encargado de dictar la pena de S: “¡Ea, ministros de esta casa, altos y bajos, grandes y chicos, acudid unos tras otros y sellad el rostro de Sancho con veinte y cuatro mamonas, y doce pellizcos y seis alfilerazos [en] brazos y lomos, que en esta ceremonia consiste la salud de Altisidora!”. Cuando S oye la sentencia, rompe el silencio impuesto por el asombro: antes se hará moro que dejarse acribillar y manosear la cara.
Sólo tanta contundencia rompe el silencio de su amo para apaciguarlo y al mismo tiempo abundar en su humillación. Al verse sin apoyo, todo el mundo en contra, S claudica. No del todo, pues se opone al navajeo fino de los alfilerazos en una actitud de rebeldía que choca con la atmósfera de derrota y abatimiento que le rodea.
1929-Maestricht-Leiter
DQ, obsesionado con Dulcinea como sabemos que está, ve cómo Altisidora rebulle y aprovecha para, humillándose ante S, humillar también a su escudero al pedirle azotamiento que la desencante. S no acepta que él tenga que azotarse para que otros enamoren las novias. Altisidora se levanta del túmulo, se dirige a DQ a quien acusa de crueldad, agradece a S su resurrección con seis camisas nuevas. S corresponde rodilla en tierra. Su orgullo herido. Le quitan el ropaje de condenado y llevan a ambos a su aposento; Sancho, a dormir lo que resta de la noche; DQ, a rumiar su cobardía por no saber defender a su escudero.
1989-Mainz-Krahenwinkel
Este comentario pertenece al grupo de lectura del Quijote que coordina y dirige desde La Acequia el profesor D. Pedro Ojeda Escudero.