"[...] y hacía una visita silenciosa a una Rebeca que parecía desangrarse dentro del vestido negro con mangas hasta los puños."
Cien años de soledad (5)
Gabriel García Márquez
Remedios llega a la pubertad una tarde de febrero y un domingo de marzo, apenas un mes más tarde, dice sí ante el altar levantado en casa de los Buendía por el cura don Nicanor Reyna. Dónde si no, si esta madriguera sirve para nacer, investigar, amar, odiar, matar o morir. Fue un mes de mucho ajetreo porque hubo que enseñarle a marchas forzadas a llevar un hogar, a lavarse sola, a quitarle la mala costumbre de orinarse en la cama y a inculcarle la obligación de guardar el secreto conyugal por mucho que el aturdimiento la convoque a aventar los secretos de alcoba. A partir del día del enlace se revela en ella el sentido de responsabilidad con las dos familias, la sencillez en el trato y el reposado dominio de sí misma que van a regir los escasos días que le restan por vivir, incluso en las circunstancias más adversas. Es Remedios la que tiñe de ocre el camino hasta José Arcadio Buendía atado al castaño como un galeote y le lleva el trozo más grande de la tarta nupcial.
Rebeca es la única infeliz en la ceremonia. El domingo era también la fecha de su boda que hubo que aplazar porque el viernes anterior Pietro Crespi recibe una carta con la noticia de la muerte de su madre. Pero resulta ser una noticia falsa; su madre asiste a la boda, canta el aria triste preparada para su hijo en la boda de Aureliano. Pietro Crespi revienta cinco caballos para llegar a tiempo a su boda, pero sólo llega a las cenizas de la fiesta. Amaranta jura y perjura ante los evangelios que ella no ha tenido nada que ver con el desbarajuste que causa la noticia falsa.
Don Nicanor tenía pensado regresar a la ciénaga después de la boda, pero decide quedarse en Macondo una semana más, espantado por la aridez de los habitantes que arreglan sus cosas con Dios directamente, sin necesidad de intermediarios en la tierra. Hay mucho que hacer para legalizar concubinatos, sacramentar moribundos o acristianar recién nacidos. Como nadie le hace caso y harto de predicar en el desierto, decide poner la primera piedra de un templo. Recorre las calles pidiendo en un platillo de cobre. Le dan mucho, pero quiere más, así que un domingo reúne a medio pueblo en torno a una misa al aire libre. Al podéis ir en paz y demos gracias a Dios, cuando los fieles se desparraman para volver a las ocupaciones cotidianas, sucede el prodigio de la levitación. Don Nicolás se eleva unos doce centímetros del suelo después de tomarse una taza de chocolate. Todos se asombran del carácter divino de la ascensión, todos menos José Arcadio Buendía atado al castaño. Para él la presencia de Dios entre los hombres se escapa a la razón, sólo creerá en su existencia si lo puede ver y tocar plasmado en un daguerrotipo de los suyos. En vano intenta evangelizarlo el padre Nicanor, para él creer es ver y no hay quien lo saque de ahí. Toma la iniciativa con sus martingalas racionalistas bien engrasadas, como “el granito bien engrasado” de la ministra que no quiere reñir con las piedras, que habla despacio y acentuando las sílabas. Don Nicanor, preocupado por su propia fe, deja de visitarlo, continúa tocando el tambor, dedicado en cuerpo y alma a la construcción del templo en un pueblo en el que nadie se había preocupado de construir uno. No lo habían necesitado, como no habían precisado de cementerio hasta la muerte de Melquiades.
Sólo Remedios se comunica con José Arcadio Buendía en un latín rudimentario recién aprendido. Lo cuida, le arregla la choza y se entretiene en quitarle los piojos y las liendres de los pelos y la barba. Torturando, aplastando animales pequeños con las uñas como dirían los padres predicadores contemporáneos. Hasta que un día muere ella “envenenada en su propia sangre con un par de gemelos atravesados en el vientre.” El culpable es un chorro de láudano que Amaranta había destinado a Rebeca. Se conoce que Remedios es un personaje incómodo que a García Márquez se le agranda entre las manos y que al cortarle la retirada, le da inmortalidad. Un soldado raso en mitad de generales que perdurará jovencita en la memoria colectiva del hogar de los Buendía.
El porvenir de Rebeca queda vinculado a la construcción del templo. La boda con Pietro Crespi coincidirá con la inauguración. Úrsula contribuye generosamente para acelerar los trabajos. Calculan que tardarán tres años en terminarlo, los mismos que Amaranta no tendrá que preocuparse en matarla. Pietro Crespi, que no acepta la propuesta de Rebeca de fugarse juntos, hace otra aportación importante para la iglesia. Sigue convencido de la lealtad y confía en la palabra empeñada como un capital que no puede dilapidar. Remedios se encarga de los cuidados de Aureliano José, otro Buendía nacido de la relación extra conyugal de Aureliano con Pilar Ternera.
Aureliano y su suegro, Apolinar Moscoso, juegan interminables partidas de dominó mientras Remedios habla de las cosas serias de la vida con su madre y sus hermanas. El vínculo con los Buendía afianza la autóritas de Apolinar que consigue una escuela del gobierno para que Arcadio ejercite su vocación de maestro. Desplaza el garito de Catarino a las afueras y clausura otras casas de escándalo. A través de la persuasión consigue que la gente vaya pintando de azul las casas del pueblo. Incluso la llegada de soldados armados deja de alzar en armas a la población. Aureliano se muestra orgulloso de la eficacia del corregidor.
"Puso el daguerrotipo de Remedios en el lugar en que se veló el cadaver"
El noviazgo de Pietro Crespi y Rebeca se convierte en costumbre y cansancio. Rebeca vuelve a comer tierra y a chuparse el dedo. De esta atmósfera viciada emerge la figura única de José Arcadio descomunal. Su entrada en la casa a la hora de más calor es un movimiento sísmico que sacude los cimientos de la casa. Saluda uno por uno a todos los presentes con un escueto, “Buenas,” y se tumba en la hamaca en la que duerme durante tres días seguidos. Al despertar engulle dieciséis huevos duros y se va a la tienda de Catarino donde levanta admiración entre las mujeres de tolerancia que se subastan sus favores. Su ritmo de vida no se acompasa con la familia, duerme de día y se pasa las noches en la tienda de Catarino exhibiendo su fuerza extraordinaria. Las mujeres exhiben su cuerpo poblado de tatuajes. Deja boquiabiertos a los parroquianos cuando dibuja un fresco de las hazañas sobrenaturales que le acontecieron. Ha comido a compañeros muertos en alta mar para sobrevivir, como los lestrigones en la Odisea, derrotado a dragones que tenían en su vientre la armadura y las armas de un cruzado y ha visto la nave corsaria de Víctor Hughes “con el velamen desgarrado por los vientos de la muerte, la arboladura carcomida por cucarachas de mar y equivocado para siempre el rumbo de la Guadalupe.”
Qué diferencia entre el muchacho que se fue con los gitanos al grandullón que come medio tostón para el almuerzo, se tira unas ventosidades que marchitan las flores o lanza unos eructos bestiales a la mesa. Salud en estado gaseoso. Rebeca sucumbe al primer encontronazo con aquella fuerza salvaje de la naturaleza. Al lado del protomacho Pietro Crespi es “un currutaco de alfeñique.” Cualquier pretexto es bueno para buscar la proximidad del hermano adoptivo. Un día, a la hora de la siesta, pasó lo que tenía que pasar entre dos fuerzas que se atraen con la fuerza de un ciclón, porque Rebeca es también muy mujer.
Se me esta acabando lo buena que soy
Y me esta llegando lo malo por dentro
Yo no se matar pero quiero aprender
Para disipar todo el mal que me has hecho
Y si llego ser asesina por ti
Bajaras por esto
Derechito al infierno
Felipe Gómez "Indio" Jiménez/María Jiménez
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
1 comentario:
Cada vez que te leo comentando a García Márquez me reafirmo más en la conexión con ella de la Saga fuga de JB. Ya lo he dicho...
¡Y gracias por devolvernos a la pasión de María Jiménez! Qué fuerza tenía.
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