miércoles, 11 de abril de 2018

El hombre pez (6) José Antonio Abella. Dormir poco y mal.





"Llegamos pues a Salamanca, que es ciudad notable por su famosa Universidad, la más importante de las Españas."

El hombre pez (6) 
José Antonio Abella 

El último capítulo cambia de estrategia narrativa. Al autor le da un ataque de narrador importante y recurre al género epistolar para ponerle el punto final a la novela. Todo lo que ocurra desde ahora lo vamos a saber a través de la lectura de una memoria (como un trabajo fin de máster conservado en formol) que el padre franciscano, Juan Resende, le escribe al arzobispo de Burgos, don Juan Fernández de Isla, sobre el viaje de costa a costa de España para devolver a Francisco de la Vega a los suyos y hacer recuento de los hallazgos realizados durante la estancia de cuatro meses en Liérganes. De Cádiz a Cantabria por la Vía de la Plata, a través de Castilla la Vieja acompañando al desdichado amigo de los delfines, ayudándole a rescatar sus orígenes; única manera de comprobar si el hombre pez era el mismo Francisco que había desaparecido en la ría de Portugalete. 

Don Juan Resende era hombre habituado a largas caminatas, bien que presumía ante los hermanos de haber ido y vuelto sano y salvo a Tierra Santa como los cruzados, que era lo máximo entonces, tanto o más que ahora correr un maratón para un runner moderno y contarlo en algún sitio. Así que a la vista de su experiencia en el camino los superiores aceptan con buen criterio su oferta de acompañar a Francisco a Cantabria. La pareja parte del convento franciscano de Cádiz después de maitines. El hombre pez va vestido de fraile lego, sin rosario, sin cruz ni escapulario, ligeros de equipaje porque así anda mejor un viajero; con el salvoconducto del obispo bien guardado para ser acogidos en monasterios, conventos y casas de la orden. 

Nada digno de mención caminito de Jerez donde termina la segunda jornada. A no ser el impulso instintivo de Francisco que le empuja al mar cuando lo ven al pasar cerca de la costa. Es algo normal que a cada uno le tire su patria, como a la cabra le tira el monte. En el convento franciscano de Jerez le dan alojamiento y manutención, también a la cena les dan de beber porque según dice el chascarrillo: “Con vino se anda el camino.” 



"Y diéronme a mí ganas de hacer con mi compañero con ese toro lo que a Lázaro de Tormes le hiciera el ciego en ese mismo lugar"

Fray Juan bebe poco, pero Francisco empina bien el codo, se engolfa con la bota y por la noche ronca como un jabalí. No deja pegar ojo al fraile compañero. Así que a la mañana siguiente continuar el camino con calor, sudor y sueño se hace más penoso. Paran a descansar un rato en una sombra fresca y se quedan dormidos como troncos. Ni un rayo que partiera el árbol en que se recostaban los habría despertado si no son las risotadas de unas mujeres que se escandalizan por ver a un fraile dormido junto a un mancebo en pelotas. Algún amigo de lo ajeno los había desvalijado durante la siesta, dejando desnudo a Francisco y limpia de polvo y paja la bolsa de las limosnas. Fray Juan le cede los calzones y la camisa para que se tape las vergüenzas y así llegan al convento de Lebrija donde les dan refrigerio, descanso y ropa para Francisco. Lo visten de labriego porque el cuerpo escamoso soporta malamente los roces del áspero hábito franciscano. 




"Entramos a ella por un largo puente sobre el río Tormes"

Tres jornadas más tarde entran en Sevilla por el puente sobre el arroyo Tagarete. Pasan la Puerta de Jerez y de allí a la Casa Grande de San Francisco donde los hermanos quieren conocer detalles del extraño caso del dominico exorcista, les extrañaba el ahogamiento en el río Guadalete. Pasan dos días en Sevilla embobados con la actividad frenética del puerto, mezclados con gente de todos los oficios y categorías sociales. Deslumbrados por las numerosas carretas llenas de mercaderías que se dirigen al puerto para estibar la flota que sale de Sevilla para las Indias dos veces al año. La Sevilla de la riqueza, imposible de catar para ellos que llegan y se van con los bolsillos vacíos. De poco les sirve descubrir al ladrón de lo suyo, revestido con el hábito de franciscano lego, pidiendo para ir a los Santos Lugares. Es un desperdicio que la buena bolsa de las limosnas se pierda al verse descubierto. La capital del hampa, que Cervantes describe para los restos en Rinconete y Cortadillo. Pero hay que seguir, queda mucho camino por andar y de Sevilla y su maravilla habría para escribir un libro. 

Abandonan Sevilla por la Vía de la Plata que llega hasta Astorga, vía empedrada por los romanos. Ellos la dejarán en Salamanca donde terminan la jornada veintisiete. A fray Juan se le hacen aburridas las largas etapas de camino debido al mutismo de Francisco. Le habría gustado hablar con el hombre pez largo y tendido sobre cuestiones que le intrigaban acerca de su vida en el mar. Más o menos ya había observado la habilidad para sacarle las tripas a los peces y comérselos en un visto y no visto. Como decía el hermano cocinero: tres cuartas partes de los peces son agua, observado a ojo por la reducción jíbara de la mojama seca. Ha comprobado que Francisco tiene la resistencia a la sed de los camellos a los que observó en el viaje a Tierra Santa; pero ante el líquido no conoce la sequía, agota las fuentes o la bota de vino como hizo en Jerez



Una vez pasados los caminos angostos, pero bien empedrados de la sierra de Sevilla, que por algo los romanos eran expertos ingenieros, la caló empieza a calentar la cabeza de los caminantes por el día caminito de Mérida, la sartén de Extremadura. Por la noche duermen al raso, para contento de Francisco de la Vega que se pasa las horas muertas contemplando las estrellas. En esto se comprende que el hombre pez; hombre es, porque jamás se ha visto un perro o un caballo mirando al cielo, si acaso algún perro ladrándole a la luna. En la presa de Proserpina, el mar de Extremadura, la goza como un enano nadando y jugando en el agua. Fray Juan se ve mal para sacarlo del agua. Así, poco a poco un ratito a pie y otro caminando, le enseña el habla perdida, cantando,  y Francisco a fuerza de entrenamiento y horas de camino va sacando de las cuerdas vocales acartonadas al habla unos cuantos sonidos articulados.  




"Llegamos al convento de San Francisco el Grande , así llamado no por la grandeza -en su pequeñez- de nuestro santo fundador"

Y llegan a Salamanca, desde los Montalvos ven a lo lejos “el alto soto de torres” por vez primera. Cruzan el río Tormes por el puente romano, la ciudad doblada en las aguas serenas de la derecha. Al llegar al toro de piedra que hay en la mitad (“Torito de la puente / déjame pasar, / que tengo mis amores / en el arrabal”), entonces aún no estaba descabezado y roto, Fray Juan hace de Lazarillo del ciego, recibe la calabazada contra la piedra para gran risotada de Francisco que recuerda la lectura que el veterano de Flandes les leía de chico. 

Suben calle Tentenecio arriba, sorprenden a la cúpula escamosa (como de un hombre pez) de la catedral vieja mirando al cielo y pronto llegan ante la filigrana de la Universidad. Sorprendidos ante la perspectiva invertida de la composición artística de la portada que guarda el conocimiento, Francisco no repara en los delfines esculpidos que simbolizan la fidelidad más allá de la muerte. Miran hacia arriba y apuntan con el dedo a la rana como todos los turistas. Francisco la ve primero, lo que lleva a fray Juan a pensar que el hombre pez no tiene la cabeza tan perdida. “No es lo malo que vean la rana, sino que no vean más que la rana” Repetía Unamuno guasón sobre el asunto a cualquiera que le preguntara. Como si la entrada en Salamanca le hubiera prestado el entendimiento que la naturaleza le negaba. Alrededor de la rana se ha construido una leyenda, la tradición dice que quien la ve por sus propios medios terminará en bien sus estudios y encontrará pareja para casarse, no para echarse el yugo y las flechas encima. 





"En él nos dieron mis hermanos de la orden gran acogimiento"

Se alojan en el convento de San Francisco el Grande que ya ni existe. Sólo quedan unas ruinas de la iglesia del convento. En ese tiempo el convento era un gran monasterio, ocupaba la manzana de casas que va desde la Purísima hasta Fonseca. El Campo San Francisco, cedido por la orden a la ciudad, era la huerta. Se dice que el monasterio acogió en 1553 a más de tres mil frailes durante un capítulo general de la orden franciscana. Los hermanos les indican que la mejor dirección para Cantabria es el camino de Medina, la patria de Diego Cortado. Así de convento en convento los dejamos camino de la ciudad de las ferias y mercados más famosos de España.

Cada día despierto 
en distinta habitación 
donde doy con mis huesos 
cuando está naciendo el sol, 
dormimos poco y mal 
quemando la salud 
para llegar al quinto infierno 
donde cantaré de nuevo 
¿qué estarás haciendo tú?
Miguel Ríos


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


5 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Este cambio de registro sorprende pero pronto comprendemos que es necesario para terminar la narración, que juega con varios géneros. No podía faltar, pues, este fraile caminante que recorre España de punta a punta y nos lo cuenta. Una delicia que se completa con tu vídeo final: buen guiño divertido.

La seña Carmen dijo...

Ciertamente este viaje narrado por el fraile es una de las buenas páginas de nuestra literatura, que no desmerecería en un buen libro de viajes.

Y estupendo resumen, Pancho.

Recomenzar dijo...

Aprendo cada vez que te leo.gracias

Abejita de la Vega dijo...

No volvió más a la tierra.
Un abrazo

Paco Cuesta dijo...

Otro de los aciertos de Abella: rematar con una coda final. Gracias por tu buen hacer.