martes, 5 de mayo de 2015

Entre visillos (y 11) Carmen Martín Gaite. Campana de la verdad





"Todavía no había podido librarme de la sensación de provisionalidad que me producía todo lo que iba viendo y haciendo en este viaje"

Entre visillos (11) 
Carmen Martín Gaite 

La autora remata la novela volviendo a los relatos en primera persona que la abrieron: el diario de Natalia y los recuerdos de Pablo Klein. La vida en círculos, como señala Pedro Ojeda, regresamos al punto de partida igual que el asesino retorna al escenario del crimen, sometido al campo magnético que ejerce el sentimiento de culpa, el remordimiento,  incapaz de desprenderse del peso muerto de su maldad

El profesor arrastra las cadenas tres meses por la ciudad. Las clases de alemán son la excusa, la banda sonora de la historia, el verso abortizo a beneficio de inventario notarial. Regresa al principio, la imagen de la señora de la limpieza que abre y cierra la historia. 

 Emilio se convierte en su mejor amigo (comparten hasta la novia). Su humildad, la fragilidad del enamorado que todo lo da por bueno. El cielo enchinarrado de estrellas de Miguel de Unamuno: “Si supiera lo que ella quiere de mí, me volvería absolutamente de esa manera aunque tuviera que vivir una vida fingida, diciendo palabras postizas. Me adaptaría a lo que fuera. Te lo juro.” Pablo reduce a Emilio a un experimento que mida el éxito o el fracaso de su idea sobre las maniobras de acercamiento al sexo opuesto. Dirigir el mundo por amor. Las mentiras piadosas. Los versos horribles del amigo aprendiz de poeta, la palabra alada remolona a alzar el vuelo de los ecos. Emilio le confiesa que las cosas con Elvira marchan mejor, precisamente desde el día en que el profesor la besó en su cuarto y la tarde del río. La volvía a desear. 




"Cruzamos la Plaza. Le dijo Yoni a Elvira que si la veían acompañada de dos hombres que no eran Emilio, y en pleno luto, que la iban a criticar"


 El último capítulo es un resumen de los tres meses de estancia a modo de coda final. Nos cuenta las cosas que sabemos. La novedad estriba en volver sobre los hechos desde el punto de vista del profesor. Reinterpretación de los hechos después de una tormenta de ideas de visiones distintas. La diferente visión del emparejamiento desde ángulos opuestos. La narración de después, cuando ya los recuerdos no son tan nítidos y carecen de la frescura e inmediatez del momento. Al fin y al cabo la estancia en la ciudad ha sido breve, insuficiente para dejar huella. El análisis de un corte transversal de tres meses en la rutina, el menudeo de la pequeña capital de provincias donde pasan pocas cosas. Que coinciden con los de permanencia del profesor que llega y se va en tren. La estancia como un paréntesis del viaje de la vida, roto por las anotaciones diarias, sinceras  y descaradas de una adolescente que se queda en la estación hasta que las circunstancias sean favorables para  emprender su propia huida. 

 La autora se fija solo en la rutina de una reducida porción de seres gregarios que habitan el hormiguero de una pequeña ciudad. Observados desde fuera por Pablo Klein con esa sensación de turista del este, que sacándole foto a todo,  se llevara entre los píxeles fragmentos de vida de las personas extrañas. La provisionalidad del que está seguro de que al día siguiente estará en otro lugar. Nos cuenta el entusiasmo de Emilio enamorado, los planes de futuro que el amor proyecta, la ilusión. Para la primavera irán a vivir a una finca, allí seguirá el encierro para las oposiciones y ella podrá dedicarse a pintar en la amplitud de la dehesa. Encina y toro bravo, el misterio de la casta. 

 El alboroto en las aulas llega a principios de diciembre. Hay quien quiere ya las vacaciones. ¡Antes de la Inmaculada! Hace los exámenes y se despide. “Me parecía que no dejaba nada en aquellas aulas.” Reflexiona el profesor con esa sensación de suficiencia que no le ha abandonado en todo el relato. Indiferencia del que no se entrega. Superficialidad soldada a la cara del funcionario aburrido. 



"Todavía no sabía bien adónde iría, pero sabía que no iba a volver"


 El final de la historia es magistral. El compás tembloroso de los sollozos de Elvira que llora a lágrima viva para cerrar la narración revela una gran escritora. Siempre hay un secreto que guardar. Llagas en la convivencia.  

 La cinematográfica escena de la despedida en la estación con el tren en marcha es un tratado de cómo resolver el final de una novela. Enmienda al pronunciado desapego del maestro cuando empezaba a levantar un poco el día y a lo lejos sonaba una campana. Los hierros de las vías cruzadas cacharreaban el vagón. Se le caían las lágrimas a Natalia descontando los días que faltaban para el regreso del profesor.


Hazme, Señor,  tu campana
campana de la verdad
y la guerra de este siglo
deme en tierra eterna paz

Miguel de Unamuno
Nino Sánchez




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Excelente remate para tu lectura de la obra. En efecto, hay mucho cine en esta novela: cine del de aquella época. Se percibe su influencia. No era de extrañar: el cine era casi la única ventana hacia el mundo que tenían en una ciudad de provincias. Y todo en círculos: Pablo sale de él porque nunca ha estado de verdad, día a día parece más un visitante. Natalia saldrá. O eso es lo que deseamos nosotros, los lectores. Qué bien ilustrado: y qué bien viene el vídeo final.

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, pancho:

Como final, queda manifiesta la amistad entre Pablo Klein y Emilio.
Capítulo-18
"...Volví por fin a casa de Elvira. Este primer día conocí a la madre, y a ella apenas la vi unos instantes [...]pero fue lo suficiente para comprender que algo estaba aún pendiente entre nosotros y que yo la volvía a desear, como la tarde del río y la vez que la besé en su cuarto. Tal vez no hubiera vuelto por la casa, si al día siguiente Emilio no me hubiera venido a buscar a la puerta del Instituto loco de entusiasmo."
En la novela hay muchos detalles graciosos. Apunto uno, por el enclave donde surge "la ocurrencia"
Cap.13
[Natalia]"de pronto vi el nombre de don Rafael Domínguez, el catedrático de historia natural que murió hace poco tiempo[...]me dio por preguntarme adónde habrá ido a parar la colección de piedras tan bonita que le entregué el año pasado cuando los exámenes."
[...]"El chico me dio la mano muy serio. Luego, en el coche, me he enterado de que son los hijos de don Rafael y de que ella se llama Elvira. Tiene los ojos más bonitos que he visto."

Un abrazo.

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, de nuevo, pancho:

Se nota en la novela de Carmen Martín Gaite su admiración y lecturas de Unamuno.
No estaría mal, haber hecho una segunda parte, con los mismos personajes vistos años después.

Abrazos.

Abejita de la Vega dijo...

Pablo se va como se ha ido. Natalia florecerá, aunque el profesor no vuelva, que no volverá. Y un rábano le importa.

Mucho cine vio la escritora, mucho cine se veía entonces; pero Carmen lo convirtió en una novela de las que quedan. Y leyó a Unamuno, en vez de engolosinarse con novelitas rosas, muy grande la hija del notario liberal.

Besos Pancho.