miércoles, 22 de abril de 2015

Entre visillos (9) Carmen Martín Gaite Un firmamento solito pa ella.





"Es que papá antes no era así, cuando yo empecé a estudiar. Antes eso de la gente fina no le importaba nada, se reía."


Entre visillos (9) 
Carmen Martín Gaite 

De antes Salamanca era una ciudad pequeña y amurallada. El crecimiento demográfico hizo saltar las costuras de la muralla y empezó a crecer extramuros. Entre las nuevas construcciones destacaban los edificios que las diferentes órdenes religiosas levantaron en las afueras. El cinturón eclesiástico lo llamaban y se confundía con los cuarteles, centinelas de la ortodoxia oficial del momento. No íbamos a tener menos cintura que otras ciudades que levantaron el cinturón industrial. A un ala del construido por los Jesuitas mandaron al Instituto Fray Luis de León que había estado en las Escuelas Menores de la Universidad, mientras edificaban el nuevo en el Trilingüe (esto ya lo conocí). Las obras iban lentas. Los alumnos y profesores compartían edificio con los seminaristas, pero no la misma temperatura ambiente. Las arcas públicas estaban como siempre, vacías. No había dinero suficiente para gastar en calefacción. Ese lujo asiático en los inviernos de seis meses salmantinos (tantos como los que se pasan mis tortugas hibernadas, en estado de letargo). El frío seco de la meseta que mata. 

Pablo Klein nos cuenta que a veces sacaba a las alumnas a dar la clase fuera, enseñar paseando, enseñanza ambulante. Señala que “Era difícil la cordialidad con ellas. No se acababan de acostumbrar a la confianza que yo les brindaba.” No debía haber mucha seriedad en clase de alemán porque de quince alumnas matriculadas solo tres de séptimo curso son las que van hasta el río a dar la clase. Una de ellas es Natalia. Recuerda que un día a principio de curso la acompañó hasta casa. El día que turbó el ánimo de la adolescente y que tantos motivos diera para escribir en el diario. Para Pablo no es más que una simple anotación al margen. 




 "Me hacía gracia tener ya recuerdos de escenas de la ciudad, y que me tapasen la otra imagen que traía a la llegada, hecha en mis años de infancia"

Hoy, después de dar por terminada la clase peripatética, también suben juntos por la parte antigua de la ciudad. Se interesa por el futuro, qué se puede tener sino futuro en la adolescencia, que no sea tan negro como el de la ballesta. Sabe que ella pertenece a una familia adinerada, los nuevos ricos del wólfram. Apenas lleva unos meses en la ciudad y ya cuenta con un entonces, “recuerdos de escenas de la ciudad, y que me tapasen la otra imagen que traía a la llegada, hecha en mis años de infancia.” El tiempo pasa, nos vamos haciendo viejos y los recuerdos se emborronan como la acción del agua o la erosión del viento que redondea los perfiles puntiagudos de las rocas. 

Entran en un bar, ella accede a tomar un vaso de vino después de pensarlo mucho, no vaya a aparecer su padre y verla. Vence la timidez y cuenta cosas de la familia. Su padre antes no era tan engreído porque no era tan rico. Vivían de su trabajo en una finca, les gustaba el campo, salir de caza y montar en bicicleta. Estudiaba por libre. Se vinieron a la ciudad cuando empezaron a llover billetes del wólfram. Le incita a la rebeldía, que arriesgue los alamares. Le aconseja que no se deje amilanar, “la sumisión a la familia perjudica, muchas veces. Limita.” Que luche por su futuro y no deje de ir a la Universidad. Pero ella le responde que todo a su debido tiempo, ahora lo prioritario es conseguir que su hermana vaya a Madrid. 




"Ella y yo empezamos a subir juntos la cuesta que llevaba a  la catedral"


 Se desprende de allí con el temor a la regañina en casa por llegar tarde a cenar. 

 La autora nos traslada del discurso del profesor al diario de su alumna Natalia, ambos en primera persona como ya hemos señalado. El frío la saca de su habitación al salón. Allí, detrás de un biombo estudia para no desmerecer de la “matrícula de honor oficial.” Gana calor ambiental, pero a costa de perder intimidad, sobre todo por las tardes con el mosconeo de las visitas que hablan de ella, intrigadas por descubrir qué se cuece detrás del biombo. Su tía le regaña porque a los dieciséis puede que sea un pozo sin fondo de ciencia, pero no sabe comportarse, ni saludar siquiera. Nada que le moleste más que los besos “de esas señoras que al besar dejan un brote de roce y salivilla.” 

 Están empeñadas en traer a Petrita López para que sean amigas, como si eso fuera algo que dependiera de un edicto o de un decreto y no de un proceso de acercamiento como de noviazgo. 





"A lo primero se la toma manía por la cara que tiene de belleza de calendario"


 Sabe que Alicia no gusta en casa porque no pertenece a la casta, su linaje no viene revestido de prosapia, pero no dice nada por no liarla. Ha aprendido a nadar y guardar la ropa, matarlas callando como consecuencia de la estrategia propia de no darse golpes contra el muro de las lamentaciones. Después de la que hay montada con el asunto de Julia y su novio, no conviene llamar la atención con reivindicaciones propias. Alicia no necesita abrigo porque dice estar vacunada, se crió entre el frío, con su abuela y un tío en un pueblo de Burgos con tren. Pasar la niñez en un pueblo de Soria o Burgos imprime carácter, es una constante repetida en bastantes personajes de la novela española. Alicia es amiga y confidente, la única con la que habla del profe de alemán, la única por tanto que le dice que está enamorada de él. Aprovecha mucho el tiempo con ella. Todo el rato estudiar y estudiar. No pierde el tiempo en escribir un diario porque no lo tiene. Cuando termina de estudiar ayuda en casa y en la peluquería. 

 Ahora son amigas, pero después no lo serán porque llevarán vidas distintas. Igual que ahora ven el río de manera diferente.


Yo vengo a darte los recuerdos de un hombre que conocí, 
vive, vive pero siempre vive acordándose de ti. 
Me lo encontré en el camino y nos hicimos hermanos, 
le invité a que subiera al lomo de mi caballo 
y en una venta, tomando vino y más vino 
a mi hermano de camino le escuché dos o tres letras: 
"mi novia se llama Estrella y tiene un firmamento solito pa ella".

Manuel Molina





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Hay un juego latente en esta novela entre los que pertenecen a ese grupo apretado de la clase media acomodada de la ciudad y los que no están allí. La trasformación de la figura paterna, que has elegido bien como cita introductoria, es ejemplar en esto: hay mucho de derrota. La hija pequeña vuelve sobre sus pasos porque lo lleva dentro. Por eso es la única que verdaderamente se va a salvar de esa mediocridad.
Por cierto: excelentes las fotos de la entrada de hoy.

Abejita de la Vega dijo...

Alicia pertenece a otro mundo, es el único personaje de clase desfavorecida que Carmen Martín Gaite perfila en su novela. Con madrastra desagradable incluida. Contrasta con las toñucas, goyitas...

Natalia se siente a gusto en un instituto destartalado y sin calefacción. Recuerda con nostalgia a su padre cuando era pobre y vivían en el campo...rarísima esta chica.

¡Qué fotos!

Besos, Pancho.

Paco Cuesta dijo...

Tal vez hemos pasado por alto ese recurso de la clase fuera del aula tan poco comprendido y hasta tachado como negación de la docencia.
Es una reivindicación en toda regla de la necesidad de mutar hacia otros métodos.
Un abrazo

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Me encantan estas lecturas compartidas y ver lo que nos llama la atención.
De qué forma sutil nos explica Carmen Martín Gaite, el asunto de la calefacción y de la ocupación del edificio. Y "los estudiados horarios" de los paseos rápidos por la escalera de los seminaristas. Casi se pueden escuchar el ruido de sus sotanas.
Pablo Klein, recordará a su alumna con nombre y apellidos: ..."Con aquella Natalia Ruiz Guilarte había hablado un día, al principio de curso, una vez que la acompañé hasta su casa"
..."Se rió. Era chiquita, con el pelo negro muy liso y un cuerpo infantil. Me dieron ganas de cogerla del brazo, para sentir el calor de su compañía, pero no me atreví."
Un éxito, ya que los nombres femeninos que cita el profesor sólo son cinco.

Un abrazo

P.D.: Tus fotografías, estupendas, pero la del rinconcillo -con letrero cerámico incluido- es genial.
Lole y Manuel, ¡qué arte!