viernes, 10 de abril de 2015

Entre visillos (7) Carmen Martín Gaite. El campo estaba verde.






"Me apoyé un rato bastante largo en la barandilla de piedra del Puente y me estuve allí, con los ojos medio cerrados, el sol en la nuca, oyendo los gritos de unos niños que se bañaban en la aceña"


Entre visillos (7) 
Carmen Martín Gaite 

Después de la marcha de Rosa, Pablo Klein sigue con la costumbre de ir al Casino los jueves y domingos a las ocho. Los chicos juegan al cubilete, no hacen mucho caso a las chicas. Emilio se ha encerrado a estudiar notarías. Federico le enseña la biblioteca del Casino, pero Pablo prefiere los bares. Por la tarde a la hora del café se hace cliente habitual de un bar solitario donde tocan tres hombrecitos de oscuro, entre los destemplados fichazos de los jugadores de dominó sobre el mármol. “A partir de las siete la gente andaba por la calle con un paso lentísimo como si les pesara la tarde que no terminaría nunca de pasar.” 

Un día le llevan a casa de Yoni, en un ático del Gran Hotel. Hace esculturas y no para de trabajar mientras las visitas se sirven de beber lo que quieren. Ha vivido diez meses en Nueva York, pero habla de París. También su hermana Teresa vive al lado, puerta con puerta. “Habla con voz única, separando poco los dientes.” 

Otro día antes de empezar las clases, cuando se comenzaban en octubre, Pablo Klein observa a Elvira desde el viejo puente de piedra. Está tumbada en la yerba tomando el sol a la orilla del río. Ha comido un par de bocadillos acompañados de un litro de vino que ayuda a perder el decoro, desata la lengua y ahuyenta los fantasmas de la timidez. Hablan de la poesía de Juan Ramón Jiménez. El la acusa de darle vueltas a las cosas, buscarle tres pies al gato,  para parecer original. La tiene muy cerca, siente el temblor de sus labios, pero ella se desprende de allí y luego desaparece. Pablo sigue bebiendo, confraternizando,  por las tabernas del barrio. 




 "Casi nunca hay nadie por aquí otras veces que he venido"

Los personajes femeninos lloran mucho en esta novela. La segunda parte comienza con Gertru secándose las lágrimas en el pañuelo de Ángel,  impregnado de olor a tabaco y Varón Dandy. Las dobleces bien planchadas. Este pañuelo refleja el hombre impresentable, como un espejo que devuelve lo que se le pide: la doblez y las noches de luna y clavel (vino y calor). Compendio de estupidez que ensarta un rosario de ofensas: “Para casarte conmigo, no necesitas saber latín ni geometría; conque sepas ser mujer de tu casa, basta y sobra.” “Te tienes que acostumbrar a que te riña alguna vez.” “Lo hago por tu bien.” Un tren que descarrila en línea recta. Los ojos después de una noche allí sin que ella se entere. Resaca, dolor de cabeza arrebatada de alcohol, echarse atrás, usar y tirar. Huir del compromiso. También Julia consuela a su hermana Mercedes entre sollozos, ya en casa después de la fiesta en el ático del Gran Hotel y justo antes de quedarse dormidas. 


¿Qué va a decir mi madre mañana? Pues sí que le preparas un recibimiento." 

 Los señoritos de vida licenciosa que no pegan un palo al agua, que cierran los bares por dentro con el dinero de papá y tienen un picup (modismo de corto recorrido). Modernos por fuera y corazón de cartón que escuchan a Ives Montand y Juliette Greco con religioso silencio. Lo que mola al final son las bulerías de Ramón. 

Hasta las casadas frívolas, invitadas por Teresa, pasan el rato allí envueltas en el humo de los Peninsulares que irrita los ojos. También acuden las hermanas Julia y Mercedes. Las han dejado en casa venir con la condición de estar de vuelta a las diez, y a poder ser antes, mejor que después. Mercedes baila con Federico que unas copas de más le ponen el habla lenta y estropajosa la voz. La aprieta al bailar y se separan. Terminan en la terraza al final. Las dos hermanas se enfadan, discuten y se hacen llorar. Julia recibe carta de Miguel, el bálsamo que cura todos los males. 


 I come from down in the valley
Where mister when you're young
They bring you up to do like your daddy done
Me and Mary we met in high school
When she was just seventeen
We'd ride out of this valley down to where the fields were green
We'd go down to the river
And into the river we'd dive
Oh down to the river we'd ride
Bruce Springsteen

 



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, muchas mujeres somos de lágrima fácil, nos emocionamos por cualquier cosa, pero comerse las lágrimas no es la mejor medicina.

Yo, salvo el episodio de Gertru, ni me había fijado en las lágrimas, pero me alegro de haber vuelto a pasar por esas lágrimas.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué bien visto. En efecto, las mujeres lloran mucho. Los hombres, en cambio, pasan por la vida casi sin comprometerse con sus emociones. Qué suerte tienes al tener tan cerca los espacios de la novela para poder traérnoslos de forma tan acertada.

Abejita de la Vega dijo...

¡Qué mal olía esa varonil colonia! La única que osaban utilizar los hombres de por entonces. Con su pañuelo dobladito y planchado por manos femeninas. Doblez, mucha doblez.

Las mujeres lloramos cuando podemos. Lo peor es cuando las lágrimas se resisten a salir...pero están dentro y duelen.

Como dices Pedro, tienes cerca el escenario, ves lo que los no salmantinos no vemos. Veo a Pablo Klein como a un santo desocupado. Y a Elvira,no está mal un litro de vino para el bocadillo de una señorita de las de entre visillos.

Besos

Myriam dijo...

¡Qué diferencia con los hombres en la Novela de Vargas LLosa que muestran sus sentimientos! y no dejan de ser muy hombres por eso, por supuesto.

Un abrazo, Pancho.

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Qué forma de estropear los días que -por juventud-, debían ser felices.
Julia, tres años -ya- llorando por Miguel, que al final se casará con ella, quien sabe si animado un poco por el wolfram de su papá.
Se puede imaginar una segunda parte de la novela:
Mercedes, sin vocación de soltera, quizá “se libre”...también ayudada por el wolfram. El "Angelito" y su mamá, personajes para huir de ellos. Federico, borracho. Elvira y Emilio, que -hasta el aburrimiento- , serán el relevo de Estrella y Ramón, y durante años acompañarán a Yoni y a su hermana.
Goyita, se acostumbrará -a disgusto- a los encuentros con Luis Colina, con el pasar de los años, esperando los veranos y encontrando -al regreso de las vacaciones-, el desinterés y los desplantes de Manolo.
Y tampoco cambiará la ciudad de piedra dorada, y el río, que tan bien salen en las fotografías.

Un abrazo.