domingo, 5 de abril de 2015

Entre visillos (6) Carmen Martín Gaite. Tras de tu querer






"Niño y niña. Brincaban, crecían,  volaban; a tapar la calle nueva, la calle que nacía."

Entre visillos (6) 
Carmen Martín Gaite 


Miguel se vuelve a Madrid enfadado y sin avisar. Han pasado unos días y Julia ya lo echa de menos, le escribe una carta sellada con lágrimas y dulce desamparo porque sospecha que no se va a acordar de ella por su cumpleaños. Le perdona todo. La misiva es un modelo de fragilidad, de mujer vulnerable por enamorada. Jugador de chica, perdedor de mus, cuando le comenta que hay un Federico que anda detrás de ella. 

Que es un chulo. Haces el indio con él. Conmigo podía haber dado. Mejor que se desengañe ella sola. Te digo las cosas por tu bien. Le repiten sus más allegados acerca de las malas formas de Miguel. Los manda a la porra y desaparece, harta de oír consejos sobre cuál es su bien o su mal. Se ahorra las insulsas conversaciones tantas veces habladas sobre Elvira, el luto y su alivio. El negro come tanto… El misterioso atractivo de Pablo Klein. El baile del aeropuerto. La plaga de las nuevas en el baile del Casino. 



"Unas rocas en technicolor eran de pronto las rocas de la playa de Santander donde Miguel y ella habían tomado el sol de hacía tres veranos"

 Julia se les une antes del cine, después del berrinche. Las rocas en cinemascope son Santander y todo es nostalgia de los días de verano que pasó allí con Miguel. Sus citas a solas perdidos entre las rocas... El invierno apuntaba: “Tardes enteras yendo al corte y a clase de inglés” Pronto habría castañeras y nevaría. “Si estuviera Miguel, diría que eran millonarios de tiempo y que la noche no tiene pared.” 

La muerte del director del instituto, además de dejar una plaza vacante, ha enlutado la casa donde vive la familia. La viuda cierra puertas, balcones y ventanas para que reine la oscuridad, que se condense el aire dentro, que se note que “es una casa de luto.” 




"Todo lo del verano se les desmoronaba como si no lo hubieran vivido"

Elvira sale al balcón a respirar con fuerza, a su calle de siempre. Recuerda lo grande que era de niña, el miedo a perderse, el misterio de aquella calle prohibida, que ni siquiera en broma se podía nombrar. Mucho menos entrar; te podías perder para siempre si lo hacías. Veía a hombres privilegiados franquearla. Le parecían poseedores del secreto del Barrio Chino. Tardó bastante tiempo en comprobar que las paredes no estaban decoradas con mantones de Manila, como había visto tantas veces en los chinitos de ojos rasgados de las huchas del DOMUND. Se llamaba chino “por otra cosa, que sabe Dios por qué se llamaba así.” 

 La voz imperiosa de la criada la saca de los recuerdos, de los juegos de niños. Emilio era el amigo de la infancia. Lo tenía muy visto, un perrito dócil. El la quería. “Los dedos de Elvira eran muy blancos sobre la falda negra.” Emilio aspira a ser algo más que el amigo de toda la vida, sobre todo después de lo del año pasado. Vive de furtivas e inciertas miradas de ella que le dan alguna esperanza. “Será mejor que no vuelvas en algún tiempo. Será mejor que me escribas,” es todo lo que consigue de ella. Le parece un avance en la conquista de la fortaleza, ese laberinto intrincado de la mente de las mujeres. Su calle le parece vulgar y ordinaria, como Emilio. “Los árboles, la tapia, la tienda del melonero, ¿por qué no se alzaban como una decoración? Era un telón que había servido demasiadas veces. Le hubiera gustado ver de golpe a sus pies una gran avenida con tranvías y anuncios de colores, y los transeúntes muy pequeños, muy abajo, que el balcón se fuera elevando y elevando como un ascensor sobre los ruidos de la ciudad hormigueante y difícil.” 


"Luego le vio volver la espalda y sintió la puerta de la calle que se cerraba."

Teo habla de Pablo Klein. No le parece serio. El puesto de profesor le importa un bledo. La madre lo recuerda con su padre antes de la guerra. Gente bohemia y extraña. Pintor extraordinario a juicio del padre, nada raro porque nunca opinaba mal de nadie. Siempre iba acompañado de su hijo. La madre hace cuentas: rondará los treinta años. “Tráele a casa alguna vez” Oye Elvira decir a su madre desde la puerta.


En el firmamento de los ojos tuyos
me perdí una noche tras de tu querer
y junto a tu boca se rindió mi orgullo
bajo las estrellas del amanecer.

Quintero/León/Quiroga
Miguel Poveda



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



3 comentarios:

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, pancho:

Los recuerdos -en voz alta- de la madre de Elvira, aportarán las claves para situar en el tiempo la infancia de Pablo Klein, su antigua historia familiar, la unión con su padre y su paso por la ciudad.
Quizá, conocerlo, nos explique ‘la provisionalidad’ en todo lo que atañe a este viaje del profesor de alemán.
La vida de las mujeres, en esos años, se define con el título de la novela.

Un abrazo

P.D.: ¡Qué maravilla la primavera!
Luminosas fotografías de Santander.
Esas puertas pintadas...
Poveda, y la copla.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Hoy puede parecernos imposible, pero estas historias eran muy frecuentes en aquellos tiempos. ¿Han dejado de serlo? No lo creo, aunque se camuflen de modernidad.
Qué bien ilustrada esta entrada.

Myriam dijo...

Yo creo que mucho sigue estando, al igual que siguen estando muchos mitos antiguos, que se han destartalado y reconvertido, peor siguen estando.