sábado, 3 de enero de 2015

El Quijote de Avellaneda (21) Alonso Fernández de Avellaneda. Para qué quiero yo penas.





"Para que su resplandor alumbre la redondez de la tierra, y haga detener al dorado Apolo en su luminosa esfera"

El Quijote de Avellaneda (21) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XXIX 

Cómo se levanta don Quijote de bien reposado esa mañana, dispuesto a que nadie le estropee el día recién estrenado como un año nuevo limpio de  propósitos y buenas intenciones. Sancho apaja los animales, los ensilla, almuerzan pasteles y pollo y una vez “rematadas las cuentas y pagadas” (nada dejan a deber en las ventas y mesones porque quien paga, descansa), se ponen en marcha. Caminan con prisa y a las tres y media ya están entrando en Madrid por los Caños de Alcalá. Desensillan, pastan, beben y dejan a las caballerías a sus anchas en las buenas manos del prado verde de la Puerta de Alcalá (ahí está, ahí está) y ellos - despreocupados- se echan la siesta a la sombra de unos álamos hasta las seis de la tarde que el sol pierde la fuerza y los humanos empiezan a respirar. 

Entran en Madrid, cabalgan por el paseo del Prado como fenómenos de circo seguidos por más de cincuenta personas admiradas. Cuanta más gente se suma al bullicio, más se estira los dobladillos y las sisas don Quijote dentro de la armadura completa de todas las piezas.  Ufano, se gallardea  por haber llegado a la villa y corte. Aparece un caballero principal en carroza acompañado de un séquito de treinta a caballo. Las dos comitivas al juntarse frente a frente ocupan todo el ancho del paseo. Informan al cortesano de la naturaleza de don Quijote y cuadrilla, de las hazañas de Zaragoza. Los invita a su casa para reírse con ellos. 


"A las tres y media de la tarde llegaron junto a Madrid, a los caños que llaman de Alcalá"

Litografía de Alfred Guesdon, 1854. La Illustration (París)

Don Quijote le entera de sus propósitos y su persona. Le enumera las razones de su llegada a la corte del Rey Católico. Viene por echar una mano a su amigo, el hijo del rey Belianís de Grecia, emperador cristiano, en pugna con Perianeo de Persia, pagano de la casta del emperador Otón. Cómo han desgastado de tanto mal usarla esta palabra tan noble, torera y castellana los que no quieren ver a un toro bravo ni en pintura. Costará décadas recuperar su primera acepción. Hemos adoptado el cursi "hacerse un selfi", que más parece cualquier otra cosa que un autorretrato ordenado con algunas gotas de sangre jacobina; sin embargo, hemos sumido en el arcaísmo "la casta", con lo bien que podíamos aceptar la sanchesca "hacer guerreación" en estos tiempos modernos. Voto por ello. Su intención es eliminar el estorbo a su amigo Belianís para que pueda gozar,  sin oposición, de los favores de la infanta Florisbella. Al infiel nunca le faltarán muchas turcas hermosas con las que poderse casar. Le exige rendición porque en caso de no salir de la carroza a entablar batalla, publicará la cobardía después de haber terminado con Bramidán y el hijo del rey de Córdoba. Algo pesado resulta el Avellaneda con tanta repetición de los enemigos literarios del caballero andante. 

Sancho abunda en las razones de su amo que ha hecho guerreación con “vizcaínos, yangüeses, cabreros, meloneros, estudiantes, y ha conquistado el hielmo de Membrillo, y aun le conocen la reina Micomicona, Ginesillo de Pasamonte y, lo que más es, la señora reina Segovia, que aquí asiste.” Que no los hagan perder tiempo que tienen cosas que hacer, las caballerías están cansadas y el hambre aprieta. No busque tres pies al gato y les dejen ir en buenas con Barrabás al mesón. El caballero los invita a su casa. Acepta el duelo, no para vencer sino para ser vencido porque la derrota ante tan afamado Caballero Desamorado dará gloria y lustre a su linaje. Concretarán el día y la hora en casa donde también conocerán la hermosura peregrina de Cenobia. Sancho apostilla que por ahora ella no puede descubrir la cara hasta que no se ponga la de las fiestas, mucho mejor que la presente, más propia de acallar niños que de ser vista por la gente. Pero don Quijote se la acerca un poco, el caballero se persigna al ver la encarnación de la fealdad, mejor manera no hay de ahuyentar los demonios, a decir de Sancho. 

Cenobia se presenta ante el caballero con la verdad por delante, revocando con su presencia la etérea realidad virtual de don Quijote“a quien falta tanto el juicio cuanto le sobra de piedad.” El hambre pone a Sancho los pies en el suelo de su ser y estar. Pide perdón por Bárbara, no tiene tan buen hocico como el amo ha proclamado, pero a quien dan, no escoge. Persignum Crucis en la cara. Las cabalgaduras no pueden echar palabra del cuerpo del cansancio que arrastran. Aunque Rocinante estaría días y noches escuchándole sus batallas y guerras,  mejor que comiendo media fanega de cebada. Se van todos con notable satisfacción a servir al príncipe Perineo respondiendo a la cordial invitación. 


"Comenzaron a caminar hacia casa del titular que les había convidado, con no poca admiración de cuantos los topaban por las calles"

XXX 

Llegados a casa del caballero, don Quijote rehúsa desvestirse porque no lo acostumbra. Y menos en tierra de paganos donde nunca se sabe de quién puede uno fiarse, ni lo que le puede suceder a los caballeros andantes. Se pone a pasear por la habitación en vez de sentarse en la silla que le ofrecen. 

Bárbara le comenta que ella ha cumplido la palabra que le dio de acompañarle hasta la corte. Ahora tiene miedo de que piensen que están amancebados; como consecuencia, los lleven a la cárcel y le hagan gastar el poco dinero que le queda y verse abocado a mendigar. Don Quijote le quita el miedo de encima, pues el caballero de la carroza es realmente el príncipe Perianeo de Persia. Le pide que los acompañe seis días más y después la llevará a su tierra con más honra que piensa. 

A Sancho no lo engañan, no se cree que sea príncipe de tan lejos, salta a la vista que vestía de negro como los grajos y no con turbante de moro, hablaba en romance y no en lengua paganuna. 

“El es sin falta ninguna el que ya tengo dicho” Sentencia don Quijote categórico zanjando la discusión. Un paje que les guarda la puerta confirma que el caballero es cristiano, “conocido en España; y quien lo contrario dijere, miente y es un bellaco.” Don Quijote se lanza a por él como un rayo que sale a la calle. El paje lo recibe con una pedrada en el pecho armado. Llegan alguaciles a prenderle. A uno de ellos le asesta una cuchillada en la cabeza de donde le mana la sangre. 



" se han atrevido a quererle llevar agarrado a la cárcel, cual si no fuera tan bueno como como el rey y papa y el que no tiene capa"

"¡Favor a la justicia que me ha muerto este hombre!", grita el paje. Don Quijote arroja cuchilladas a dos manos. Media docena de corchetes armados hasta los dientes hacen falta para dominar su furia y atarle las manos. Acierta a pasar un alcalde de corte a caballo que informado del tumulto le ve mala solución a la trifulca. Empeorado por la posición del hidalgo que le dice que siga su camino y que no se meta donde ni le va ni le viene. Un caballero andante es cien veces mejor que él y la vil puta que le parió. En cuanto le devuelvan las armas y la montura, castigará al príncipe Perianeo de Persia por la descortesía con Fernán González primer Conde de Castilla. 

Es un bellaco, se hace el loco para que no lo llevemos a la cárcel, indica uno de los corchetes. A las nueve llega el titular de la casa, que advertido de la controversia,  ruega que lo suelten, el se hace responsable de los daños ocasionados por don Quijote y de las curas del alguacil y compensación económica que sea menester. 

Don Quijote le agradece la libertad, pero en realidad no ha querido entablar batalla con gente bahúna, aunque alguno “ha llevado ya el pago de su locura.” También Sancho, que ha visto desde bien lejos los padecimientos de su amo, muestra su agradecimiento por su liberación de las garras de alcaldes peores que los de su tierra. El caballero mete a la pareja en casa dejando a los corchetes hechos unos “matanchines en la calle sin su presa.” 

Para qué quiero yo penas, ni cotilleos de nadie
Si penas y cotilleos los encuentro por la calle
Para qué quiero yo penas, ni cotilleos de nadie
No me vengas con desdenes cuando te hablo de amores
Las hay mejores que tú, como yo los hay peores
No me vengas con desdenes.
Eliseo Parra




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Esta entrada en la Corte es más que significativa para la cruzada moral de Avellaneda en esta obra: una sátira social en toda regla.
Por cierto, debo alabar con justicia la calidad de la lengua con la que escribes esta serie de comentarios sobre el Quijote apócrifo.

Abejita de la Vega dijo...

Impresionante entrada e impresionante foto la un Madrid con muchos árboles y pocas casas. La puerta de Alcalá mira altiva a la puerta de Madrid, la que sí está en Alcalá.
¿Chimenea?
Besos

Paco Cuesta dijo...

Por el Paseo del Prado en línea recta a su destino final.
Gran y concienzudo trabajo.
Un abrazo