lunes, 27 de octubre de 2014

El Quijote de Avellaneda (7) Alonso Fernández de Avellaneda. Cuando me amenace la locura




"Las vuesas mercedes se sosieguen; que esto no es nada, y yo solo sé qué cosa puede ser"


El Quijote de Avellaneda (7) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XII 

Don Álvaro Tarfe y don Quijote, impedido nuestro hidalgo por el pesazo de todas las piezas de la armadura, se encaminan a casa de don Carlos, juez de la sortija, a cumplir con la invitación que les hizo al término del torneo. Cuando don Álvaro le sugiere que se desembarace de la armadura, le responde que de ninguna forma se desviste, pues la costumbre convierte las cosas en naturaleza con lo que ningún trabajo hay que dé pesadumbre. Además añade con juicio que desconfiar es un deber para todo caballero andante de orden y nunca se deben subestimar la fuerzas del oponente. Gracias a ello Belianis de Grecia sobrevivió al ataque a mazazos y a traición de unos salvajes. De no haber sido por la celada bien ajustada, habría sido “fatal sustento de aquellos bárbaros.” De antiguo viene la protección del órgano vital de los tejados de trabajadores, deportistas, policías y manifestantes. El peligro viene de lo alto, siempre está en lo inesperado; lo que nos sorprende porque está por venir. 

Nuestro hidalgo acompaña el relato con tajos aquí y cuchilladas acullá, a unos deja partidos en dos mitades, a otros con un pie como de grulla. Vive la historia. Qué cosas dice el caballero andante; son cosas, no palabras, la cólera que había tomado a los salvajes. 



"Soberbio y descomunal gigante, yo soy ese por quien preguntas"

Mandan llamar a Sancho para cenar porque quieren que la risa continúe con las ocurrencias del escudero y sus ganas de querer comer más con la vista que con el estómago. Se pone como un pepe, hecho una trompa de París del capón y las dos docenas de albondiguillas que se engulle sin menear las orejas, como si se tratara de un racimo de uvas. Promete sembrar un celemín de ellas de tanto que le gustan. La pega que ve es que no las dejaría madurar a no ser que su mujer, ya  de cincuenta bien cumplidos y buena bebedora,  le pusiera alguna rémora, un espantajo o algo para asustarle. 

La panza de Sancho aún reserva un hueco para embaularse cuatro pellas de manjar blanco que le dejan señal en las barbas y guardar un par de ellas en el seno para el día después. La fabulosa velada se completa con una música extremada y un gallardo zapateador que al parecer de Sancho no debía tener tripas ni asaduras de tan ligero que saltaba. Para rematar la sobremesa,  hacen traer a uno de los gigantes que sacan en Zaragoza el día de Corpus. De más de tres varas de alto. Se hace llamar Bramidán de Tajayunque, Rey de Chipre y reclama al Caballero Desamorado al que lleva buscando por tierra y mar desde hace más de mil días. Siente envidia de su fama y viene a entablar batalla y a llevarse su cabeza de vuelta a Chipre junto a una hermana de don Carlos que solo tiene quince años de edad y viene acompañada por la gracia de una peregrina hermosura. Si no lo quiere hacer por las buenas, le reta a pie o a caballo a él y a todo el reino de Aragón junto y a cuantos aragoneses, catalanes y valencianos haya en su corona. Nada va en broma con Bramidán, sus armas descansan en un carro tirado por seis parejas de bueyes palestinos. Su lanza es una entena de navío; la celada iguala en curvatura y extensión a la cúpula de Santa Sofía de Constantinopla y de escudo una rueda de molino. Le mete prisa a don Quijote porque hace falta donde no está. 

"Soberano emperador Trebacio de Grecia, la vuestra majestad sea servida, pues me habéis aceptado en este vuestro imperio por hijo, de me dar licencia de hablar y responder por todos a esta endiablada bestia"

Don Carlos y Sancho tratan en vano de convencer a don Quijote para que se rinda y de esa forma evitar males mayores. Pero el no acepta el repentino “aquí te he visto, aquí te mato” del gigantón. Todo tiene sus tiempos, ritmos y protocolos como la curación de un ataque de ébola que ahora sabemos que existe - y por lo tanto hay que eliminar- porque también nos contagia a los ricos occidentales. Considera precipitado el aceptar el desafío loco y desvariado de Tajayunques por respeto a los presentes. Aplaza la solución, el combate será al día siguiente en la Plaza del Pilar después de comer

El gigante saca un guante de pellejo de cabrito. Lo lanza a don Quijote que lo recoge y se recogen a descansar y pasar una de las peores noches jamás pasadas, pensando en la peligrosa batalla con el desproporcionado gigante fanfarrón. 

La bravuconería del hombre grandón causa efectos desiguales en los presentes. Mientras unos tratan de apaciguar a la pantera furiosa que los tiene acobardados, a santo de qué va don Quijote a hacer caso a semejante caterva de cobardes carcamales. Él ha salido armado de la aldea para hacer frente a los insaciables y bravucones desalmados, a la vida que mata. Y levanta la novela al final de esta quinta parte creando nuevas expectativas en los lectores. 

 Cuando me apuñale la nostalgia
y no reconozca ni mi voz
cuando me amenace la locura
cuando en mi moneda salga cruz
cuando el diablo pase la factura
o si alguna vez me faltas tu.
Resistiré
Sandra Carrasco



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



1 comentario:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Este duelo es una forma de provocar la risa muy inteligentemente. Eso sí, no hago más que dar vueltas a la estancia en casa de los duques que le procurará Cervantes y este motivo de aquí.