jueves, 22 de mayo de 2014

El sí de las niñas (2) Leandro Fernández de Moratín. Camino seco




¡Qué chapucerías ! No ha dos horas, como quien dice, que salimos de allá, y ya empiezan a ir y venir correos.

La carta. Luis Paret

El sí de las niñas (2) 
Leandro Fernández de Moratín 

Don Diego encarna el esplendor de la ilustración, la genuina representación de la cultura en la fonda; lee para pasar el rato, matar el aburrimiento y llenar las horas muertas de aprendizaje sin que la edad importe. No hay manera de conciliar el sueño con tanto mosquito zumbón en el establecimiento. La joven doña Paquita desata un pañuelo, del hatijo salen rosarios, cruces, corazones y campanillas, un baratillo para viajantes y turistas apresurados de escaso poder adquisitivo. 

Doña Irene se remonta a la antigüedad para hacer inventario de sus antepasados ilustres. Entre el clero destaca un obispo de Michoacán del que otro sobrino, que oficia de regidor perpetuo en Zamora, está escribiendo una larga biografía a tomo por año. Ya lleva nueve escritos y murió de octogenario. La exposición de su madre no parece interesar a Paquita que gitana y mona, poseedora de un donaire natural que arrebata, excusa su presencia y con una reverencia a la francesa dirigida a don Diego hace mutis por el foro dejándolo medio “abobao” en mitad de la sala. 

Irene y don Diego han concertado la unión de la chica con el ilustrado señor mayor, en semejanza a la madre que se casó a los dieciséis con Epifanio de cincuenta y seis. Después tuvo otros dos maridos y a los tres enterró. Retrato de la mentalidad burguesa que admite sin que le remuerda la conciencia la desigualdad de trato entre hombre y mujer. Detrás y como excusa está el mantenimiento de la especie, la supervivencia de los mejor dotados en una época en que el concepto de sociedad machista no estaba mal visto. Como se nacía y moría con más prisa que ahora, la mujer tenía que ser fértil, a expensas del hombre que tenía menos importancia en el proceso, pero esos tiempos fueron idos y acabados. 

Don Diego decide salir para Madrid a la mañana siguiente, aprovechando la fresca y el sol de espaldas, el coche de alquiler ya preparado. 

Doña Irene no viaja sola, lo hace acompañada de una jaula con un tordo dentro. Extraño pasajero, los tordos no son aves cantoras, se mueren metidos en las jaulas de tanto revolotear, quieren amplitud y guindas para comer. El suyo come como un avestruz. Irene tiene pereza de ponerse a escribir, le pasa lo mismo que a mí. 


 A pocos días de haberle escrito, cata el coche de colleras.

Entra en escena el criado Calamocha cargado de maletas, botas y látigos. Reconoce la habitación número tres de otras veces, la recuerda habitada por numerosos inquilinos diminutos y molestos, tantos bichos como en el Museo de Historia Natural. Los criados se entienden entre ellos. Cada uno de sus amos ha salido de un sitio distinto, el varón de más lejos, las distancias dispares se igualan en la fonda. 

También se come en esta pensión, pero cada uno de lo suyo, de lo que trae en las alforjas. Calamocha ha preparado medio cabrito con ensalada de berros, pan de Meco y vino de la Tercia. Las señoras se atreven con algo más suave: unas sopas castellanas. Aparece Simón, socarrón que no suelta prenda de su amo, con la rapidez de un espadanchín pendenciero le lanza una estocada a Calamocha: “Algunos van por la posta y tardan más de cuatro meses en llegar… Debe de ser un camino muy malo” El camino. Es la mención al camino, el polvo, el sudor  y el cansancio lo que le rebrinca, como si le hubieran puesto banderillas de fuego al criado Calamocha, un soldadón acostumbrado a la gresca, la mejor defensa es un ataque: ¡Maldito seas tú y tu camino, y la bribona que te dio papilla! Exclama el criado recreándose en el eufemismo. 

A la luz de los candiles se produce el encuentro de don Diego y su sobrino, don Carlos. Le pide razones del abandono de la obligación militar. La que da es que quiere ver y sentir la cercanía, echa de menos el afecto del tío. El apunte no le convence, ni se cree nada y le prohíbe quedarse en la fonda, que ensille las caballerías y que se vuelva por donde ha venido. Lo expulsa de su vera con cajas destempladas. 

 Me gustaría darte el mar
Todo ese mar que no conoces
Todo ese mar que no has bebido
Que hace más seco tu camino de piedras sordas
De piedras sordas y de espinos
Me gustaría darte el mar
Joaquín Carbonell

 



 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


5 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué buen estudio de caracteres. Hay que reconocer el pulso magnífico de Moratín para caracterizarlos a la española y que no suenen extraños. Magnífica entrada.

Paco Cuesta dijo...

Otro de los logros de la obra es no abusar de los personajes ni en número ni en presencia en escenario.
Un abrazo

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, pancho:

Vaya con las recomendadoras, las religiosas de Guadalajara y de Alcalá, y con los informes de doña Irene y Rita, que cita don Diego en el Acto I, Escena primera.
Y qué acertadas las palabras de su criado Simón. El mejor espejo.
La carta de doña Irene, era para ‘la pobre Circuncisión’.
Tú, si tenías pereza has conseguido vencerla y el resultado ha sido este excelente post, con jovencita feliz, y florida pintura rococó en la entrada.

Un abrazo.

P.D.: La canción me ha recordado a Labordeta. Muy bonita y bien interpretada.

Abejita de la Vega dijo...

Escribir da pereza...casi siempre. A mí me da pereza siempre, hasta que empiezo y , una vez metida en harina, ya no hay pereza que valga, lo paso bien con esto, de lo contrario no lo haría.

Qué chapucerías, acaban de despedirse y ya están escribiéndose, como los chavales de hoy con el móvil. Hoy diríamos qué ñoñerías...

En aquella época el país entero era un tordo enjaulado, dándose golpes contra los barrotes, soñando en volar y comer guindas. Y rezando todo lo que le mandaban, que la Inquisición desapareció cuando desapareció.

Y Moratín con su sor Circuncisión y con sus santos de pasta comestible, y su obispo de Michoacán y la oración del Santo Sudario y Gloria Patri en el parloteo sinsentido del tordo y , lo más grave, sus ironías en torno a los conventos donde se educaban, o maleducaban, las paquitas casaderas. Un privilegiado crítico con algunos de los puntales del antiguo régimen.
Sigamos que ahora llega el galán más comedido que vieron los siglos del mundo...teatral. A ver si se anima el bloguerío...

Besos, Pancho.

Myriam dijo...

Con pereza, como dices, y todo, el trabajo te salió estupendo.