viernes, 22 de octubre de 2021

La hora del sosiego (1) Yolanda Izard. Una botella al mar.




"No deja de asombrarme que aquí haya arte por todas partes"

La hora del sosiego (1)
Yolanda Izard 

La lectura de La hora del sosiego requiere el cervantino paciencia y barajar, algo de trasteo  para ser productiva, en el sentido que indica William Shakespeare en Hamlet: “Pronto va a llegarnos la hora del sosiego. Hasta entonces, la paciencia gobierne nuestros actos”. 

Antes, Yolanda Izard nos ha metido en faena con tres citas de Herman Hesse, un haiku de Basho y otra de Agustín Fernández Mallo que hablan de la soledad como despojamiento de lo retórico, del camino interior y la desembocadura, que a la postre son los temas fundamentales tratados en la novela. 

El libro está dividido en ciento dos pequeños capítulos más uno narrados en primera persona por la protagonista, Berta, casi exclusivamente. También la autora concede voz narradora a otros personajes secundarios como Clement, el muertito francés que narra su propio fusilamiento y fuga posterior desde la fosa común cuando empezaban a tapar los cadáveres con paladas de tierra: “Nos colocaron delante de la tapia del cementerio de mi pueblo”. También a Marcus, soldado alemán que cuenta su vida con su voz vegetal desde su tumba de tierra y agua. Asimismo hay una voz en off, una especie de profesor de literatura que se dirige a la encarnación de un personaje para dirigirla en la escritura de la novela: “Y no es nada nuevo, Berta, eso es lo que hacen todos los escritores desde tiempos inmemoriales. Cómo conservar la memoria, las emociones, y la imaginación sin necesidad de disco duro, empuñando la pluma”. A primera vista el relato parece escrito como un monologo lineal en primera persona, sin embargo, la autora utiliza diversas técnicas narrativas que evitan la monotonía. A veces se dirige a un interlocutor en segunda persona como si fuera presente: “Pero ahora te pones un zapato. Estás sentada en el borde de la cama, con el ventanal de tu cuarto abierto de par en par”. Como si la protagonista y narradora viera la escena a través de una mirilla: “Ahora te veo en la casa ruinosa. Estás también sentada en el borde del colchón y yo a tus pies, mirándote”. Es curioso que la narración de los sueños sea en presente. 

Este tipo de escritura fragmentaria y esencial, depurada de lo accesorio, (Acendramiento, lo llama la autora), sometido a la tiranía de la estrechez implacable de la pantalla del móvil, está de moda y se impone en la actualidad. Cada vez con más frecuencia vemos este formato en novelas, cuentos, relatos y poemas. Que quepa en un pantallazo para que se pueda leer de una vez y ya. Juan Ramón Jiménez y su Platero y yo se ajustaría como un guante a los requerimientos lectores actuales. Su estilo recurre a la adición de adjetivos que recuerda al despojamiento de la prosa de Becquer, a Azorín o Josep Pla por citar algunos autores de lectura reciente: “El olor de aire ya respirado, devastado, saqueado, descompuesto, el olor de ex aire que flotaba en la iglesia, me ha hecho salir rápidamente”. “Y la naturaleza era compleja, cruel, descabellada, exultante, pacífica, armoniosa, sabia, atormentada”. 

La repetición del verbo correr diecisiete veces en el único capítulo sin numerar, el primero que no es el uno, tiene música y letra, una declaración de intenciones en una página de introducción o de prólogo. La sonoridad de los párrafos conseguida a fuerza de la repetición de fonemas fuertes, los sonidos negros de García Lorca que te atan a la lectura. El sonido fuerte y arrastrado de la letra erre, /r/ (erre con moño que no hay manera de poner con este teclado) en “Corro y corro” que tanto recuerda a la repetición de la erre suave /r/ en la primera página de Pedro Páramo. La primera página es una pieza musical con acelerón final, un párrafo larguísimo con ritmo vibrante, con pausas frecuentes marcadas con comas antes del staccato final. Correr y correr hasta caer al abismo junto a todos los personajes que aparecen en el relato. Correr para huir del espanto. La familia, los tres soldados enterrados y la perrita María que hará de confidente mudo, como Orfeo en Niebla de Unamuno; una herramienta útil para mantener el soliloquio. 

Después del apresuramiento viene la calma. Berta huye de la civilización y acampa en una isla en la que casi todo está por hacer. Se pega unas palizas soberanas para poner aquello habitable y visitable. Expulsa a los bichos, las criaturas chicas que huelen, se esconden, invaden, defecan, destilan savia y procrean. Queda agotada, pero con la satisfacción de adecentar la casa para poder vivir. Quiere cantar y volverse árbol para ser naturaleza y no dañarla porque “mis sandalias profanan el silencio”. Berta deja la ciudad para cantar, bailar, llorar y escribir. Para romper el silencio habla con María que solo escucha. Nada que ver con el busto parlante o Cipión y Berganza de Cervantes. Berta no reza, canta. Ni cuando visita la tumba de los soldados reza, la protagonista le canta al agua, a las colinas, al viento, canta para ahuyentar la muerte. Berta se declara incapaz de pedir ayuda sobrenatural: “Yo no sé rezar, sólo cantar. Sólo escupir, sólo plantar patatas y recolectar cocos, sólo mimar con mis pies el agua del regato, sólo nadar y presumir de ser la mejor en esta isla”. Qué fuerza tiene esta magnífica declaración de lucha por la supervivencia que llega directa al corazón.

Algunas veces vivo 
Y otras veces 
La vida se me va con lo que escribo 
Algunas veces busco un adjetivo 
Inspirado y posesivo 
Que te arañe el corazón 
Luego arrojo mi mensaje 
Se lo lleva de equipaje 
Una botella, al mar de tu incomprensión

 Javier Martinez-Gomez /  Joaquin Ramon Martinez Sabina






"Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

1 comentario:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Has visto magníficamente cómo el ritmo poético del primer capítulo te atrapa definitivamente. Quedas encerrado en esa isla. Una estrategia narrativa exitosa.
Gracias por estar siempre, querido Celes. Un abrazo.