lunes, 28 de mayo de 2018

Los refugios de la memoria. Jose Luis Cancho. Leve murmullo.





"El día que me pusieron en libertad, me avisaron a primeras horas de la mañana que preparase mis cosas porque se había recibido la orden de que abandonase la prisión."

Los refugios de la memoria 
Jose Luis Cancho 

Los refugios de la memoria está editado en papel Registro Ahuesado. Una autobiografía publicada con clase y sencillez, edición cuidada en todos los detalles, así lo venimos observando en muchas publicaciones modernas. Supongo que esta presentación tan pasional es un acto de resistencia del libro de papel clásico en un intento de contrarrestar la pujanza de la más impersonal o fría lectura electrónica. El libro como objeto físico valioso, valor añadido y digno de regalo, no sólo como material de lectura aunque ésta nunca deje de ser la meta primordial de un libro, por supuesto. Un mecanismo de supervivencia, la librería llena de libros como lugar exclusivo que va más allá de la eclosión de las tiendas de libros low cost con la venta a granel de la lectura. Una tienda de marca para fidelizar al lector. Es cuestión de marketing porque la competencia ahí fuera es feroz, ya nada se vende en el arca, ni los paños de Béjar por muy buenos que sea. Un marcapáginas con forma de postal de regalo es la sorpresa. 

La foto del autor, de sesenta y tantos, a la sombra de una higuera sin red; una de dos, o hay menos pájaros allí o no le gustan los higos. Si no pones red, ni los hueles en la higuera que planté. Caminamos con pies descalzos entre cristales consagrados hasta la nota del autor llena de nombres y apellidos de gente que compartieron la lucha política y la cárcel después. Una cita del poeta sueco y reciente Premio Nobel, Tomas Tranströmer, nos traslada de las montaraces cuevas interiores a los aros de la edad en la madera de los árboles: 
 “Dentro de mí llevo mis rostros anteriores 
como el árbol lleva los anillos de la edad” 

El capítulo uno rompe a andar por los caminos hollados en el pasado de una forma espectacular, marcando el territorio. Una frase rotunda como un mazazo inesperado en la boca del estómago: “A medida que envejezco mi lengua se empobrece.” La obra termina con otra confesión definitiva: “Tengo temperamento de vagabundo.” Casi toda la vida del autor hecha palabra esculpida en primera persona, el partido y los pases perfectos, las hojas volanderas, el disparo de lejos, los regates secos, las faltas técnicas y las paradas asombrosas. “Escribir desde la perspectiva de un muerto, ese es mi propósito.” Como Rulfo en Pedro Páramo. Desde ese estado confuso, lindero de la ambigüedad, vencido por la indiferencia. El muerto que escribe y habla no es nuevo, pero no se refiere aquí al muerto de un nicho, ya afectado del silencio sepulcral de los callados y solos para siempre. 




"Me irrita el tic tac de los relojes"

El sendero enmarañado que guía al autor hasta la escritura: La lucha clandestina, su organización interior, la cárcel, la amnistía, la sopa de letras de tanto partido cuando las primeras elecciones democráticas, las del ¡Habla, pueblo, habla! El autor toma como anclaje del artefacto narrativo el momento de la salida de la cárcel en 1975 gracias a la amnistía general. Desde ese momento, con veintitrés años y dos abriles robados por el régimen y la cárcel va desgranando, con la hierba primaveral en la boca, los recuerdos que le llevaron al talego y las vicisitudes posteriores. Sale como un héroe para los suyos en ideología. Más tarde el desencanto porque las cosas no salen como uno ha soñado o planeado durante tantas horas libres de ocupación en el trullo. Qué difícil es la coherencia, acompasar el modo de vida con las ideas. La lucha por el poder desgasta más sin clandestinidad. El poder desgasta, pero no tenerlo es peor. La división de la izquierda y la constatación de que la gente vota poco por los extremos en democracia. Los activistas radicales se instalan en los partidos moderados que saben ceder en los máximos para encontrar soluciones intermedias a los problemas que benefician a todos un poco y no fabricar otros nuevos. Abandonar las palabras hirientes que hacen los acuerdos imposibles. 

Al salir de la cárcel él ha cambiado, el partido ya no es el mismo. Forma parte del comité ejecutivo de la Joven Guardia Roja y del PTE, muy activos en aquellos momentos. Entra en una dinámica agotadora de viajes y reuniones que le llevan a tomar la decisión de abandonar el partido y desaparecer, harto de aquella vida. Le cuesta adaptarse a vivir sin sobresaltos. “Fue como pasar de encontrarse en el centro del torbellino a la calma más anodina e insulsa.” Termina los estudios de magisterio y trabaja de maestro en Irún. Pero no todo son las vacaciones del profesor. Hay que aprender a lidiar con una clase llena de fierecillas inquietas o adolescentes rebeldes, listos como el hambre para lo que quieren, absorbentes como esponjas de mar abierto, exigentes. Funda el Caballo canalla a la calle junto a otros aficionados a la literatura de San Sebastián. La revista dura cuatro números, uno por cada una de las estaciones del año. Luego funda Infolios, de corto recorrido también. 

Pide traslado a La Gomera que es donde uno se va cuando quiere desaparecer del todo. Allí no se adapta. Le angustia el comienzo del nuevo curso. Él es un superviviente y lo que le quede por vivir es un regalo. Lo que quiere es alejarse del mundo de la escuela. Se vuelve a Santa Cruz y renuncia a la plaza de maestro. En su mente bulle una determinación: Dedicarse a tiempo completo a la pasión absorbente de la escritura, entregarse en cuerpo y alma a la literatura a los treinta y tres años de edad. 




"Siempre es la parada lo que exige una explicación nunca el movimiento."

Se imagina a sí mismo como Jack Kerouac, viajando y escribiendo a la vez. No había recabado en la necesidad de la soledad y la quietud que requiere la escritura para pensar qué escribir. Antes de eso se echa al camino como un nómada, un vagabundo, alguien errante, don Quijote desarmado. Le asaltan en Panamá, estafa a los bancos en Ecuador, usa el fusil en Nicaragua, viaja en el techo de autobuses y trenes. Patea el desierto de Atacama traicionero para los pilotos de rally, pero maravilloso cuando las semillas germinan en una explosión única de color en el lugar más inhóspito para la vida del planeta azul. Recorre el continente americano de habla hispana de norte a sur. Llega un momento en el que ese contemplar lo que te rodea sin implicarse deja de llenarle; no es más que ver pasar el tiempo. Tanto viajar sin escribir es vacío. Tanto viajar para mirar y llenar el depósito de imágenes y resulta que la más elocuente es un patio con una higuera que abraza los recuerdos de la niñez, la primera tierra. 

 Decide parar, encerrarse con una máquina de escribir y parir El viajero junto al mar, la primera novela con cuarenta y siete años de edad. Un viaje iniciático que le lleva a la escritura de cuatro novelas en las que el punto de partida son los recuerdos. Reconoce que con estas memorias puede estar concluyendo otro ciclo vital, que a lo largo de su vida han sido de siete u ocho años y dedicarse a otra cosa. La decisión no es fácil de tomar porque ya no tiene edad para meterse torero o boxeador. Por su cabeza pasa la sensación de que es un flojo por huir de sus raíces, por abandonar la política o despedirse del magisterio y los viajes. Aún no sabe si dirá adiós a la escritura. Escribiendo así desde el nicho, con esa verdad, no debería dejarlo, el aire es denso para los autores creativos, en él vuelan numerosas historias inéditas,  esperando al escritor que las dote de la palabra justa, el ritmo perfecto.

Soy un leve murmullo del viento, 
caricia del tiempo, diciéndome adiós. 
Soy recuerdo de un largo viaje, 
familia emigrante a una vida mejor. 
Soy memoria de un tiempo de barrio, 
ciudad de extrarradio de lata y cartón. 
Soy un verso lanzado al futuro, 
proyecto seguro, guitarra y canción.
Luis Pastor


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Murmullo de la vida vivida hacia adentro a pesar de haber sido noticia. Todo un acierto.

Abejita de la Vega dijo...

Así es, Pancho:"Hay que aprender a lidiar con una clase llena de fierecillas inquietas o adolescentes rebeldes, listos como el hambre para lo que quieren, absorbentes como esponjas de mar abierto, exigentes." ¡Conocemos el percal! Pero creo que en el caso de José Luis Cancho era su vocación de nómada lo que le impidió empezar el curso en la Gomera, donde va uno si quiere desaparecer, como tú bien dices.

Mucho más que el chico que cayó por la ventana.