Don Juan Tenorio (3)
José Zorrilla
ACTO SEGUNDO
Ni don Luis ni don Juan están hechos para los barrotes que privan de libertad. El territorio ignoto les quema los pies, salen de él nada más entrar. Gracias a un alcalde prudente lo hace don Juan; la bolsa acaudalada de un pariente tesorero, no republicano sino real, que paga la fianza de don Luis, le permite estar ya delante de la reja de doña Ana de Pantoja para defender con destreza y valor a su prometida, la vida y el honor. Recaba la ayuda interesada de Pascual, fiero espadón, aragonés de pro, también fanfarrón y fiel servidor de doña Ana desde que ésta nació. Pero ni por esas las tiene todas consigo después de la primera derrota con un ser tan dañino como don Juan, hombre infernal, sin duda ayudado por algún diablo familiar. Confiesa a Ana, al otro lado de la pared, los temores que le provoca un don Juan audaz como un león que actúa taimado como una serpiente sigilosa. Ella le disipa los temores “porque tengo cifrada en ti la gloria de mi existencia.” Concierta con ella que a las diez en punto lo deje entrar para velarla toda la noche, hasta la hora de la boda. Pasar la noche anterior velando a la novia. Vaya duelo, noche de peso (y contrapeso) para una rara despedida de soltero.
Don Juan y los suyos se emboscan y detienen a don Luis en la calle antes de que entre en la casa para defenderla. La jugada es maestra pues esa noche don Juan ejerce de don Juan, ha de jugar a dos bandas y muestra su plena satisfacción por el lance que le deja uno de los caminos expedito.
Ciutti ha cumplido la misión encomendada. Brígida ha dado a Inés la carta de don Juan a cambio de su peso en oro y asegura que doña Inés lo seguirá como una cordera. La pobre garza de diecisiete abriles, hermosa como un ángel, siempre en el convento enjaulada no ha conocido más dicha que el claustro, el coro y Dios. Le ha hablado de la corte, del mundo, del amor y le ha dicho que don Juan es la pareja elegida por el padre, además de que se muere de amor por ella. A su corazón inflamado de deseo le faltan horas para pensar más en don Juan.
El relato de Brígida contiene tanta emoción que lo que empezó con una apuesta, un devaneo, ha encendido una llama que le quema el corazón.
Al mismo infierno bajara
y a estocadas la arrancara
de los brazos de Satán
Don Juan Tenorio sabe y quiere querer para extrañeza de Brígida que lo creía un libertino sin alma ni razón.
De nuevo el oro de don Juan abre puertas, ahora las puertas de la casa de doña Ana. Lucía las abrirá a las diez. Todo ajustado al segundo, cronometrada la arena del reloj. A las nueve será el asalto al convento y a las diez en casa de Ana de Pantoja, la novia de don Luis. Todo listo para el jaque mate definitivo, sin margen de error posible porque unas chinas en los zapatos provocarían el derrumbe del entramado teatral.
ACTO TERCERO
La abadesa considera a doña Inés una novicia aventajada. La abadesa envidia a doña Inés porque juega con ventaja al vivir ignorante de lo que hay más allá del recinto sagrado. La blanca paloma, el lirio gentil, siempre en mayo florido, jamás apetecerá las tentaciones del mundo exterior gracias a la virtud de no saber. Pero algo ha pasado en el intelecto de doña Inés porque en lugar de que sus pláticas provoquen placidez y deseos de buscar la soledad de los claustros, le dan temblores en el alma, palidez amarilla y arreones cardiacos incontrolados al corazón.
Brígida entra en la celda y cierra la puerta para hablar sin estorbos. Le pide a Inés que abra el libro de horas, un bello objeto personalizado cerrado con manecillas de oro. Se cae la carta de don Juan al manipularlo y ella se queda como inmutada, trémula, por su mente cruzan perdidos mil aleteos de sombras desconocidas. Desde que le descubrió el nombre del amante, el nombre ejerce una fascinación que le nubla la razón y la imagen de Tenorio ocupa su pensamiento allí y en el oratorio.
Inés lee la carta a instancias de Brígida que le hace de agradadora, siempre interesada porque tiene prometido su peso en oro. Don Juan le informa de que los padres ya tienen la boda ajustada. Su amor por ella, que empezó por un chispazo ligero ya es hoguera voraz. Un amor que si no es correspondido, ya pueden tener listo el sudario mortal. Alma de mi alma, imán perpetuo de mi vida, perla escondida: la sucesión de halagos mimosos hacen mella en la novicia. Don Juan suplica en el escrito que si alguna vez mira al mundo suspirando libertad, allí estarán sus brazos para salvarla de la opresión. El esperará a la puerta lloriqueando de noche y de día. Tanta falsa sumisión hace las veces de filtro envenenado que daña el entendimiento de doña Inés.
A las nueve en punto entra don Juan en la celda de doña Inés, la coge en brazos y vuelve a salir por donde entró.
Inmediatamente después se presenta don Gonzalo en el convento, con fuero para entrar en la clausura sin romperla y sin esperar por ser caballero de la orden de Calatrava. Quiere que la abadesa acelere la profesión de doña Inés, pues teme que don Juan manche su honor. Monta en cólera con el convento y todo lo que hay dentro cuando descubre la carta de don Juan en el suelo y la madre tornera informa de que ha visto cómo un hombre saltaba la tapia de la huerta para escapar.
Ahí está la pared
Que separa tu vida y la mía
Esa maldita pared
Que no deja que nos acerquemos
Esa maldita pared
Yo la voy a romper cualquier día
Ya lo verás mi querer
Tú volverás ese día
Bambino
2 comentarios:
Inés se enamora como sólo una niña puede hacerlo. Y don Juan caerá rendido ante la pureza, la inocencia de su enamoramiento.
Un placer leerte. Buenas fotos.
Un abrazo, Pancho.
Estas escenas de escalas y conventos siempre han tenido la simpatía del público... ¡Viva Bambino!
Publicar un comentario