"que como músicos son /los pájaros que gorjean, / no quieren cantar de noche"
El Alcalde de Zalamea (3)
Pedro Calderón de la Barca
Jornada segunda
A decir de Nuño, después de la pendencia disimulada, a don Álvaro no se le cae la casa encima. Rondando siempre la puerta de la dama, cortejándola. Don Mendo lo concibe todo como veneno que mata, pero al mismo tiempo es alegría. El hidalgo pobre se alegra por el desdén con el que Isabel responde al capitán. Mal de muchos, consuelo de tontos. Cuando la noche tiende su sombra negra le pide a Nuño que le ayude a revestirse con todas las piezas a la manera que hacía Sancho con don Quijote.
Don Álvaro se extraña de la resistencia a sus cortejos de una mujer villana, escrúpulos más propios de la hidalguía. No todo el monte es orégano, la fortaleza es dura de pelar. El sargento le pregunta por qué quiere que lo quieran si va a ser breve la parada en el lugar. Tanta premura hace sospechar que las maniobras amorosas del militar no vienen acompañadas de buenas intenciones. El capitán le contesta con poesía de altos vuelos, nada de cacharrería. Sólo es necesario un día para que el sol venza a la mala sombra; en un día se ganan o se pierden las batallas. Después de la tormenta viene la calma también en un día. Y en un día se nace y se muere. ¿Por qué entonces no pudiera suceder que en un día se alcanzara la dicha del amor? “¿Es fuerza que se engendren más despacio /las glorias que las ofensas?” Se pregunta el capitán despechado con bellas palabras medidas de Calderón.
Y continúa con su monólogo. De una sola vez queda don Álvaro prendido de la belleza de Isabel como una mota de pavesa se recrece y forma el voraz incendio o una sima helada explota en incandescente volcán de lava que arrasa, incendia, asombra, abrasa o hiere.
Don Álvaro admite que la belleza de Isabel, representante del pueblo llano, le ha pillado desprevenido. Ni por asomo esperaba encontrar tal hermosura en el erial de los siervos de la gleba. El tendido de sol.
"Haya, señor. jira y fiesta/y música a su ventana/; que con esto podrás verla/ y aún hablarla."
Con las sombras de la noche se empieza a respirar en Zalamea los días de quebranto y calentura del mes de agosto extremeño. Don Pedro Crespo y don Lope de Figueroa buscan en el jardín la frescura de la brisa para cenar. Los ruidos de la naturaleza, el suave airecillo que roza las hojas de las parras al compás del rumor del agua de la fuente al caer se apoderan del silencio. Música callada. Que nadie cante hasta que las claras del día despierten a los gorriones. Los dos interlocutores en escena compiten en maneras educadas a la silla y a la mesa. Inventario de urbanidad y buenas formas. “La cortesía tenerla con quien la tiene.” Responde el anfitrión de la casa en el mismo tono y letra que el militar. Un toma y daca dialéctico en escena, ninguno de los dos se da por vencido. “Jurar con el que jura /rezar con aquel que reza” para acomodarse al invitado. Don Pedro siente lo mismo que el invitado siente: por doler, le duelen las dos piernas por no recordar cuál es la dolorida.
Sale Isabel al jardín, requerida por el padre a sugerencia del general, pues una vez vistas las buenas intenciones del comensal, excusa las reticencias de su hija a mezclarse con los invasores mundanos de la milicia.
“así todos los soldados
corteses como vos, fueran,
ella había de acudir
a servirlos la primera.”
Unos cánticos desordenados y guitarras desafinadas rompen la nueva fase de cortesía, de ofrecimiento de silla del interior del jardín. Son los soldados que vienen en ronda a cantar a la ventana de Isabel unas letrillas más entonadas:
Las flores del romero
Niña Isabel
Hoy son flores azules
"Buenas noches. (Encerraré por defuera a mis hijos.)"
Retirados a sus aposentos las mujeres y las personas formales, aparecen en escena los soldados de ronda a la ventana de la casa de don Pedro Crespo, liderados por el sargento, Rebolledo y la Chispa que lleva la voz cantante. Se detienen un momento porque oyen venir a alguien, son don Mendo revestido con todas las piezas, salido de algún retablo de las maravillas y su sirviente, Nuño. Estrafalario y celoso de que Isabel haya abierto la ventana a los rondadores.
Voz al aire, la Chispa canta:
Érase cierto Sampayo
la flor de los andaluces,
el jaque de mayor porte,
y el jaque de mayor lustre;
éste, pues, a la Chillona
topó un día...
A espada desnuda salen don Pedro y don Lope al alboroto. A cuchilladas obligan a los soldados cantores a batirse en retirada.
A breeze crosses the porch
Bicycle spokes spin 'round
Jacket's on, I'm out the door
Tonight I'm gonna burn this town down
And the girls in their summer clothes
In the cool of the evening light
The girls in their summer clothes
Pass me by
Bruce Springsteen
El presente comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
3 comentarios:
Ese agosto extremeño que desata las pasiones y hace nudos en las mentes...
Excelente y redondo tu comentario.
Un objetivo: Isabel, dos realidades: el capitán consigue por la fuerza no que no le es posible por el convencimiento. Don Nuño sin más fuerza que el oportunismo espera paciente la oportunidad imposible.
Un abrazo
El amor del capitán no es tal sino engolosinamiento mezclado con orgullo, ira, pasión. Arrastrará a sus subordinados, a algunos soldados y al sargento. Un soldado apicarado, Rebolledo, y Chispa, una soldadera dispuesta a sacar la espada, ayudarán a consumar la fechoría.
La luna señala a la desdichada Isabel.
Un abrazo, Pancho.
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