Huella de la intolerancia religiosa durante el S. XVI en Utrecht
Con la llegada de los rigores estivales el mundillo de los blogs entra en una fase de quietud, como en un periodo de hibernación. Pasa que con el cambio de rutinas, se pierde el ritmo bloguero y la motivación de leer y escribir con vistas al blog disminuye, en algunos casos desaparece al fallar la herramienta y los instrumentos de internet. Como tampoco es plan estar de luto tanto tiempo seguido, lo aliviaremos con estas pequeñas reflexiones surgidas a vuela pluma sobre el comienzo de El Hereje de Miguel Delibes:
Utrecht
La iglesia se sirve de la Inquisición como instrumento para garantizar la ortodoxia católica. Pero no solo se preocupa de asuntos religiosos, así, vemos en la novela que también ejerce control sobre los libros prohibidos por ella: incurrir en el delito de venderlos o difundirlos era castigado con dureza. Igualmente se opuso a la introducción del tabaco cuyo consumo empezaba a extenderse por todas las capas de la sociedad. No todo eran prohibiciones, también velaban por la salud de las gentes, algún aspecto positivo tenía que tener tanta privación de libertad. Con la perspectiva que da el paso del tiempo, bien podemos concluir que el pueblo siempre tiene razón; en ninguna de las dos imposiciones tuvo éxito, la verdad solo tiene un camino.
Los españoles no tenemos buena fama por ahí fuera, algunos antepasados fueron opresores.
El Hereje presenta en su composición una gran mezcla de muchos y variados ingredientes que el autor trenza con su mirada cervantina de experto narrador. Aúna profundos asuntos de religión que atormentan la conciencia de los protagonistas con temas banales como la caza, las peleas entre adolescentes en los internados para ganarse el respeto o la manera de satisfacer los apremios de naturaleza lúbrica de las distintas clases sociales.
Al igual que otras ciudades holandesas, Utrecht está cursada por abundantes canales
Cipriano Salcedo se siente un ser despreciable. No llega a entender que haya alguien que nazca para odiar. Al pecado original de odio a su padre se le une un sentimiento similar hacia Teodomira. El ingreso en la secta le proporciona el amparo que echa de menos en el hogar. Su entrega en cuerpo y alma al conventículo tiene su origen en ese sentimiento de desamparo.
Pues eso: Destruyamos paredes que separan en lugar de construirlas
El Preámbulo de El Hereje es un acercamiento a la historia de la religión en Europa durante el siglo XVI, cuando los caminos de los creyentes cristianos se bifurcan. Su precisión resulta sorprendente para un lector medio que no sea experto en la materia. Se trata de un tema que se suele pasar de puntillas en los planes de estudio, a pesar de su importancia para la configuración posterior de Europa. En modo alguno puede caer en el olvido la influencia que en esos tiempos tiene la religión y el papel que juega en Europa para la evolución de una sociedad feudal, rígidamente estratificada, a otra de componentes más democráticos y amables con los desheredados. A mi juicio, el capítulo representa un ejemplo perfecto de cómo se aprende más a través de la lectura a la que se llega voluntariamente y por convencimiento que con la lectura por obligación o por estudio. El autor se cuida de ofrecernos con detalle y profundidad, para el no iniciado, el marco religioso e histórico en el que se desarrolla la historia.
Aparcamiento de bicis, paraíso de los vehículos de dos ruedas
La presencia del doctor, don Francisco Almenara, llama la atención en el capítulo primero. Considerado sabio – atesora más de trescientos libros en sus estanterías-, tiene aspecto de Mago Merlín con su luenga barba canosa. Su importancia radica en los esfuerzos, basados en remedios caseros y en una lección de ginecología del S. XVI, para que doña Catalina dé a luz con el fin de evitar la afrenta de la esterilidad en la pareja, sobre todo en la mujer. No tener descendencia era considerado una degradación para ellas. La primera obligación de toda mujer era dar descendencia. El precursor de ginecólogo trabaja en equipo con el marido, don Bernardo, y con su mujer, Catalina, para intentar mantener la estirpe de los Salcedo. Y lo consiguen a costa del fallecimiento de la madre.
Los pingüinos de pega y el que esto escribe les deseamos a los comentadores, lectores y visitantes que le jueguen la vuelta a los calores como mejor puedan, los demás, haremos igualmente lo que podamos.
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.