domingo, 7 de diciembre de 2025

Luces de bohemia (y 6). Valle-Inclán. Ayúdame a pasar la noche.

 


"Caballeros, si ustedes buscan la salida, vengan con nosotros. Se va a cerrar".


Luces de bohemia (y 6) 
Valle-Inclán 

Escena decimatercia 
Max Estrella muere en la calle en la escena duodécima, como Jesucristo en la decimosegunda estación del Vía Crucis. Las tres escenas últimas son póstumas, culminadas con la resurrección de algunos personajes como el Marqués de Bradomín, su creación, y Rubén Darío. 

En los entierros de España se hace literatura de arte mayor. A fuerza de simbolismo, Valle construye un mártir de la bohemia coronado de espinas entre cuatro blandones encendidos: “Velorio en un sotabanco. Madama Collet y Claudinita, desgreñadas y macilentas, lloran al muerto, ya tendido en la angostura de la caja, amortajado con una sábana, entre cuatro velas. Astillando una tabla, el brillo de un clavo aguza su punta sobre la sien inerme. La caja, embetunada de luto por fuera, y por dentro de tablas de pino sin labrar ni pintar, tiene una sórdida esterilla que amarillea”. Es costumbre que el finado esté de cuerpo presente durante veinticuatro horas por si acaso resucita o algo por el estilo. A Max hay prisa por enterrarlo, a las pocas horas ya huele. Por eso los modernistas que acuden en cuadrilla a velarlo se extrañan de que lo entierren tan pronto y pregunten por la hora: como potentados que son, no ganan para un reloj. Se conoce que la noche los confunde, acostumbrados a la luz nocturna de la luna, el sol los daña y desorienta. El esperpento ha llegado para quedarse, sigue después de la muerte, como el amor constante más allá de la muerte de Quevedo. A las cuatro en sombra de la tarde llegan los de la funeraria. Valle–Inclán nos deja otra muestra más de su original manera de hablarnos del tiempo dramático.
 
Exclama Collet rota de dolor: “¡Que no me lo lleven todavía! ¡Que no me lo lleven!”. Recuerda aquello tan universal de Federico García Lorca: 
¡Que no quiero verla! 
Dile a la luna que venga, 
que no quiero ver la sangre 
 de Ignacio sobre la arena. 
¡Que no quiero verla! 

Aparece el perrillo rabón que anuncia a don Latino briago, él lo achaca al dolor que le embarga al ver morir a Max en sus brazos y después abandonarlo a la puerta de su casa: “¡Es el dolor! ¡Un efecto del dolor, estudiado científicamente por los alemanes!” 

Max no muere de hambre, si acaso de atracón, acababa de cobrar del ministro, e incluso lo invitó a él y al mismo Rubén Darío a cenar, sin embargo: “¿Te acuerdas, hermano? ¡Te has muerto de hambre, como yo voy a morir, como moriremos todos los españoles dignos! ¡Te habían cerrado todas las puertas, y te has vengado muriéndote de hambre! ¡Bien hecho! ¡Que caiga esa vergüenza sobre los cabrones de la Academia! ¡En España es un delito el talento!”. Max muere en la miseria como mueren todos los genios, sólo entendidos por los poseedores de la llave que abre el acceso al secreto de la cultura, no por el gran público. Claudinita lo acusa del asesinato de su padre, salió de noche por su culpa, él malvendió los libros a Zaratustra para quedarse con la comisión. Dorio de Gádex se lo lleva a los bares, invita don Latino,  por raro que parezca. 

Collet piensa que Max muere de tristeza por no superar la ceguera que le impide trabajar. Concluye: “Sólo fue malo para sí”. Agradece los aplausos de los modernistas presentes, sin ellos habría estado más solo. 

Basilio Soulinake aparece por el velatorio, un magufo iluminado que opina que Max Estrella no está muerto, es un caso de catalepsia, interesante para la ciencia,  lo cual llena de esperanza a su mujer y a su hija: en la desesperación uno se agarra a un clavo ardiendo. Discute con la portera que tiene fino el olfato y ya huele a muerto. Propone hacerle la prueba del espejo normal, el que nunca deja nada a deber, pues siempre devuelve lo que le das. 

A continuación aparece el cochero de la funeraria vestido con todas las galas, experto en fiambres, éste zanja la cuestión encendiendo una cerilla en el pulgar de Max, como se consume sin que haya reacción al fuego, ahí está la prueba definitiva de que Max ha cruzado el río Estigia

Escena decimocuarta 
Los allegados que quedan en el mundo de los vivos un rato más cumplen con la obra de misericordia de dar tierra a los difuntos. Entierran a Max en el cementerio civil del Este, no lo entierran en sagrado como a los católicos. Dos sepultureros echan un cigarro sentados al lado del hoyo, cuando en los trabajos se paraba para fumar. Se extrañan de que un hombre de tanto mérito haya tenido un entierro tan pobre. Uno de ellos pontifica para que no haya debate: “En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo”. Pone de ejemplo al Pollo del Arete, un delincuente malasangre que se ha liado con la viuda del concejal que la dejó millonaria. 

Valle-Inclán propone el diálogo de dos personajes que ya no son de este mundo. El Marqués de Bradomín (creación literaria en Las Sonatas) y Rubén Darío (su admirado amigo, fallecido en 1916) pasean por una calle del cementerio flanqueada por cipreses altos, lápidas y cruces. La atmósfera invita a hablar de la vida de Max, la muerte, la situación de la cultura en España y lo solos que se quedan los muertos en la necrópolis. Para el Marqués la vida es un milagro, una excepción, un paréntesis en la inmensidad de la muerte. Contempla su pasado desde la distancia de ser muy viejo, casi eterno. 

La presencia de los dos sepultureros los lleva a hablar de Hamlet, del entierro de Ofelia adolescente: “En la edad del pavo todas las niñas son Ofelias. Era muy pava aquella criatura, querido Rubén. ¡Y el príncipe, como todos los príncipes, un babieca!” 

El Marqués confiesa su admiración por William Shakespeare, sin más mimbres que un filósofo tímido y una adolescente boba es capaz de construir una tragedia, en el teatro español no darían ni para un sainete de los hermanos Quintero. Reconoce la sabiduría popular de los sepultureros, aprendida en la universidad de la calle, no sin antes hacerlos sentirse inferiores por no tener ni idea de quién eran Artemisa y Mausoleo. Aprendió de Max cuando les preguntó a los guardias si conocían los cuatro dialectos griegos. 

Se despiden a la puerta del cementerio. El Marqués le pide a Rubén Darío que le ayude a encontrar un editor que publique sus memorias, Las cuatro Sonatas. Admite que necesita el dinero, la agricultura del Pazo le tiene en la ruina. 

Escena última 
Don Latino da la brasa a la clientela de la taberna del Pisa Lagartos, convida a beber al Pollo del Paipay. Se le atrancan las palabras al hablar y se tropieza con todo al andar. 

Don Latino no dice la verdad ni al médico, los parroquianos lo tienen bien calado, por eso no se creen que el ministro de la Desgobernación haya acudido al entierro, pero sí dice la verdad cuando afirma que don Antonio Maura se presentó en la capilla ardiente de la calle Arrieta a dar el pésame a la familia y cuadrilla de Gallito el diecisiete de mayo. Valle-Inclán no deja de reflejar la rivalidad entre gallistas y belmontistas en la Edad de Oro del toreo, cuando la gente empeñaba el colchón para no quedarse sin entrada en las corridas de toros de Gallito y Belmonte: 
DON LATINO: ¡Yo no miento! ¡Estuvo en el cementerio el Ministro de la Gobernación! ¡Nos hemos saludado! 
 EL CHICO DE LA TABERNA: ¡Sería Fantomas! 
 DON LATINO: Calla tú, mamarracho. ¡Don Antonio Maura estuvo a dar el pésame en la casa del Gallo! 
EL POLLO: José Gómez, Gallito, era un astro, y murió en la plaza, toreando muy requetebién, porque ha sido el rey de la tauromaquia. 
 PICA LAGARTOS: ¿Y Terremoto, u séase Juan Belmonte? 
EL POLLO: ¡Un intelectual! 

Cuando el Pica Lagartos pone reparos a servirle más copas a don Latino porque la cuenta a deber es cuantiosa, éste le dice insolente: “Tengo dinero para comprarte a ti, con tu tabernáculo”,  (Mi hijo tiene dinero pasá una vacaal tiempo que saca un fajo de billetes de lo más profundo de la capa, al instante le salen amigos a todo lo largo y ancho de la taberna. Todos quieren sacar tajada del décimo de lotería premiado con diez mil pesetas que don Lati le había sustraído a Max al dejarlo tirado, muerto, a la puerta de su casa. 

Al olor del dinero fresco la escena adquiere una velocidad y tono de sainete, lo cual viene a corroborar que el teatro español es incapaz de tramar una tragedia en condiciones. Entra la Pacona en la taberna voceando la noticia luctuosa de la muerte de Collet y Claudinita: "¡Heraldo de Madrid! ¡Corres! ¡Heraldo! ¡Muerte misteriosa de dos señoras en la calle de Bastardillos! ¡Corres! ¡Heraldo!"  El mundo es un esperpento, sentencia don Latino;  y Zacarías, el borracho,  concluye mientras cae el telón: ¡Cráneo privilegiado!

Yesterday is dead and gone
And tomorrow's out of sight
And it's sad to be alone
Help me make it through the night
Kris Kristofferson





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


martes, 2 de diciembre de 2025

Luces de bohemia (5). Valle-Inclán. Nunca le cobró.

 



¡Santísimo Señor! ¡Esto no lo dimana la bebida! ¡La muerte talmente representa!

Luces de bohemia (5) 
Valle-Inclán 

Escena décima 
¿Qué hacer después de haber comido, bebido y de haber escuchado a Rubén Darío? No parece mal plan sumergirse en el ambiente nocturno de la ciudad, pasear sin rumbo ni dirección a la sombra de la luna lunera por una calle ancha con jardines. Dos mujeres de la vida alegre, una vieja y otra joven, se ofrecen por tanto y la cama. Max les regala un habano, la Lunares se lo guardará para el Rey de Portugal, así nos enteramos que el antiguo conocido no es trigo limpio, es el chulo que las castiga. La Vieja Pintada prefiere regalárselo al inspector de la Higiene para que haga la vista gorda en el reconocimiento semanal y no la saque de la calle que es su sustento. 

Max se empareja con la Lunares que intenta camelarlo, (hace apenas tres años que la visita el nuncio), el ciego le pide que lo lleve a un banco a esperar que don Latino termine con la Vieja Pintada, pero que no se haga ilusiones: “Yo guardo el pan de higos para el gachó que me sepa camelar”. Max la escucha, la entiende, para cuando la llama ninfa y le dice que se gana la vida honradamente, ya la tiene en el bote. Ella sabe que es poeta por la melena larga como de nazareno que le adorna su cabeza de Hermes

Valle pone en escena la relación que hay entre la bohemia y la prostitución, habitantes de la noche ambas. Ellos no la buscan en la tienda de Catarino de Cien años de soledad, ellas le salen al encuentro en el parque de Madrid como sombras o bultos: “En la sombra clandestina de los ramajes, merodean mozuelas pingonas y viejas pintadas como caretas. Repartidos por las sillas del paseo yacen algunos bultos durmientes”. 

La escena décima es una escena quieta, no pasa nada que haga avanzar la trama durante el paseo de Max con la Lunares, de ojos verdes albahaca como la Pastora Imperio. De fondo sigue la revuelta obrera por las calles de Madrid: “Remotamente, sobre el asfalto sonoro, se acompasa el trote de una patrulla de Caballería”. Destaca el uso de expresiones castizas y coloquiales, no es lo mismo el habla cañí que el chamberilero: 
MAX: Llévame a un banco para esperar a ese cerdo hispalense. 
LA LUNARES: No chanelo. 
MAX: Híspalis es Sevilla. 
LA LUNARES: Lo será en cañí. Yo soy chamberilera. 
El “día dieciséis de mayo de mil "nuevecientos" veinte” quedó marcado a fuego en la memoria colectiva de los españoles, como consecuencia de la muerte de Gallito en la plaza de Talavera,  los poetas se pusieron a trabajar y publicaron cientos de coplas que la gente del común se aprendía de memoria y las cantaba en cuadrilla. De eso hablan la Lunares y Max Estrella: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Fundaci%C3%B3n_Joaqu%C3%ADn_D%C3%ADaz_-_ATO_00150_10_-_Coplas_de_la_muerte_del_torero_Joselito.ogg 

LA LUNARES: ¿Serías tú, por un casual, el que sacó las coplas de Joselito? 
MAX: ¡Ése soy! 
LA LUNARES: ¿De verdad? 
MAX: De verdad. 
LA LUNARES: Dilas. 
MAX: No las recuerdo. 
LA LUNARES: Porque no las sacaste de tu sombrerera. Sin mentira, ¿cuáles son las tuyas? 
MAX: Las del Espartero. 
LA LUNARES: ¿Y las recuerdas? 
MAX: Y las canto como un flamenco. 

¡Que por mayo fue, por mayo, 
Cuando lo de Talavera! 
Joselito el mejor hombre 
que hubo en la gente torera, 
cabal como un caballero 
noble como una bandera, 
en Talavera de la Reina 
¡ay!, dios, quién nos lo dijera, 
Se fue a vivir a la gloria 
Un dia de primavera. 
Bailaor se llamó el toro 
Que mala MUERTE LE DIERA. 
Torero como José 
no era para muerto, no era 
para quedarse sin sangre 
hecho escultura de cera 
en una maldita plaza 
en mayo y en Talavera 
Ramón de Garciasol (romance de ciego) 

Escena undécima 
El primer muerto de la obra aparece en brazos de su madre ronca de gritar “asesinos de criaturas”, está rodeada de un grupo de mujeres. La escena luctuosa se localiza en una calle del Madrid de los Austrias. Max y don Latino vuelven a pisar cristales rotos. Max se siente conmovido por la rabia de la voz trágica de la madre con su hijo en brazos, destrozada la cabeza por una bala. Hay división de opiniones entre los presentes, para unos la muerte es sólo un daño colateral como consecuencia de mantener el orden; para otros, una salvajada inaceptable. El episodio divide a la gente del común, los hay que se desentienden y evaden con el “algo habrá hecho” y para otros es un asesinato con agravante de alevosía. Max le corta un traje a Don Latino, más falso que un billete de tres euros, cuando dice “Hay mucho teatro” en la rabia de la madre. 

“De fondo suena un tableteo de fusilería”, el sereno anuncia que a un preso le han aplicado la ley de fugas. Max lo asocia a Mateo el anarquista. Le duele como si “mascara ortigas”. Max revive el dos de mayo, proclama que antes se muere de hambre que pasa por el aro de una sociedad cruel, insolidaria e insensible. “No te pongas estupendo, Max” le replica don Latino que le niega el macferlán tres veces en una noche triste. 

Escena duodécima 
Las primeras claras del día pillan a la pareja de supervivientes de la noche derrotados de tanto vuelo nocturno. Se sientan en el quicio de una puerta (no acabo de ver ese sitio para sentarse) sita en una rinconada en costadilla. Filosofan de cosas que no han hablado otras veces. Borracho y arrecido de frío Max tiene muchas cosas que decir, porque al amanecer lo llama aurora. 

Max teoriza sobre un nuevo género literario en el que estamos enredados en su ópera prima. La genialidad de Valle-Inclán radica en lanzar una teoría literaria dentro de una obra de teatro, dinamita el teatro desde dentro a la manera que hizo Cervantes con las novelas de caballería en El Quijote, a través de un diálogo eléctrico entre sus dos personajes protagonistas. Valle se vale de un ciego bebedor, poeta pobre, embrutecido por el alcohol, tiritando de frío, estafado y en las últimas que antes de morir deja en herencia la renovación del teatro español, vista en el fondo de un vaso recién bebido. 

Como quien no quiere la cosa, nos endosa su teoría del esperpento en un diálogo o novela dialogada sin desentonar del resto de la obra. Valle realiza un ejercicio metaliterario portentoso entreverado con las quejas y lamentos permanentes del deterioro físico real de Max Estrella. 
 MAX: Como te has convertido en buey, no podía reconocerte. Échame el aliento, ilustre buey del pesebre belenita. ¡Muge, Latino! Tú eres el cabestro, y si muges vendrá el Buey Apis. Lo torearemos”. Valle-Inclán coge el toro por los cuernos porque sabe que todo toro tiene su lidia, piensa como Gabriel Celaya cuando la muerte le embiste: 
 “!Soy Ibero 
Y si embiste la muerte 
Yo la toreo”.

Con ese corazón
Tan cinco estrellas
Que, hasta el hijo de un Dios
Una vez que la vio
Se fue con ella
Y nunca le cobró
La Magdalena
Joaquín Sabina/Pablo Milanés




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.