miércoles, 26 de noviembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (13) Alonso Fernández de Avellaneda. Hora de volver a casa





"Quiso Dios acabase sus días, ordenando juntamente el cielo fuese el de su muerte el mismo en que fué el de la Priora y a la misma hora"

El Quijote de Avellaneda (13) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XX 

Como es natural, los padres de Gregorio se muestran encantados de recibir a quien dice traer noticias de su hijo desaparecido. El fervoroso recién llegado se arrepiente del regreso porque volver a casa supone un impedimento para sus planes de descifrar el código escondido de la querencia (¡Los encuentros cuerpo a cuerpo ayudan a derribar el  alto  muro de las medianías!); profesar, meterse religioso de la misma religión de la Priora. Por  su mente se desliza la penitencia que compensa la culpa,  hasta merecer el perdón, los agravios de la soledad, las madrugadas solitarias de carmín. Informa a los padres de que Gregorio ha padecido mucho desde su alzamiento en rebeldía, desde su declaración de independencia unilateral, desde que huyera de la obediencia y de la casa para salirse con la suya, el santo y la limosna. Señala que el hijo volvería si la vergüenza se lo permitiera. 

Cuando oye las alabanzas que en la casa proclaman la anchurosa santidad de Luisa, que corroboran la virtud que le otorgan las gentes del lugar, se le cargan de plomo las ojeras, le entra un paroxismo mortal. Medio reclinado en la silla, con la guardia baja por el desmayo, la madre descubre al hijo. Exclama entre aspavientos:
 “¡Ay, hijo de mis ojos, y qué disfraz es el con que has querido entrar en esta tu propia casa!” 


 "Alborotose luego la casa, corriendo las nuevas de la vuelta de don Gregorio por el barrio"

 
El padre se pregunta si pensaba hacer lo mismo que san Alejo hizo con sus padres en el medievo, en el siglo V, entre Siria y Roma  que vivió. El barrio se alborota con la noticia de la vuelta de Gregorio, como se conmocionaba Triana cada vez que Juanito Belmonte, “El Pasmo de Triana”, se paseaba por su barrio, entre los suyos, al otro lado del río después de una gran faena en cualquier plaza de España. Él piensa que vive una ilusión del demonio. Tras unos días de reposo, le ruega a su madre que pida cita con la Priora y le haga saber que ha regresado con hábito de penitente peregrino después de haber estado en Roma, donde reparten los carnés de arrepentido, y haber ganado la absolución papal de las mocedades cometidas durante la ausencia del hogar. La madre cumple el encargo con diligencia y traslada la respuesta de la aceptación de la madre superiora como “la medicina que más convenía al consuelo de su hijo y a su salvación.” 

Pasan ambos la noche en oración con similares deseos de saber los sucesos del otro. Apunta el narrador - no olvidemos que es el ermitaño quien narra el cuento- que “No tiene, señores, mi ruda lengua palabras con que explicar bastantemente la turbación de las con que se saludaron al primer encuentro los dos felices amantes, ” en caso de que las lágrimas que inundan los ojos de ambos les permitan verse uno al otro. Turbado el, encalmada ella, no aciertan a saber si están o no están, si su ser despega o aterriza. 




 "Se fue contentísimo a ser religioso en la misma ciudad, profesando en la religión que tomó, con notables demostraciones de virtud"

Ante ella tan de cerca, se reblandece por dentro, se acusa de cometer ofensas y sacrilegios contra el cielo solo merecedores del infierno más crudo. No comprende el misterio “cómo yéndoos conmigo, os quedastes acá, y, quedándoos acá, os fuistes conmigo.” Se acusa de ser el malo, el sacrílego, el traidor y peor de los hombres, semejante a Lucifer en el pensamiento por ponerlos en la esposa del mismo Dios, cielo suyo y niña de sus ojos. 



El regreso al convento 1868 
Óleo sobre lienzo. 54,5 x 100,5 cm
Eduardo de Zamacois y Zabala

Ella se queda consoladísima al oír  del autor de sus desventuras el relato ininterrumpido del desenfreno, además del abandono de la senda de la condenación. Su alma se serena porque ambos acuerdan emprender uncidos el camino de la reparación con una perpetua penitencia de ayunos y disciplinas. Concedido el recíproco perdón, él solicita a sus padres la licencia para ser religioso y les ruega que cedan los bienes a los pobres porque en su poder jamás se menoscaban las haciendas. “Repartieron las haciendas en los conventos de la Priora y de su hijo, con ejemplo de todos, muriendo cargados de años y buenas obras.” Llega a Prior de convento queriendo el cielo que los planetas se alineen para que la muerte de ambos sea el mismo día y a la misma hora. Y así se cumplió: “Murieron con notables señales de su salvación”

 Lend me your comb
It's time to go home
I got to go past
My hair is a mess
Your mammie will scold
Your pappie will shout
Unless we come in
The way we went out
Beatles 



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Es todo un tratamiento católico de las virtudes del arrepentimiento y la comunidad en Dios para hacer el bien y cómo se gratifica el alma... que acaba con los Beatles. Cada día logras sorprenderme.

Abejita de la Vega dijo...

Y se produjo la conjunción de los planetas. Y los dos volaron al cielo. ¡Vaya par de ángeles tridentinos!
Y los Beatles tan protestantes ellos.
Besos

Paco Cuesta dijo...

Los renglones torcidos a veces llegan a enderezarse.