lunes, 29 de febrero de 2016

Andarás perdido por el mundo (1) Oscar Esquivias. Ismael. Mar eterno.





"Se le ha enfriado la fe"


Andarás perdido por el mundo (1) 
Oscar Esquivias 
Ismael 

Lo bien hecho, bien parece (¿por qué no usar el refranero si es de lo mejor que tenemos?). Así reza el dicho y eso mismo pensamos de la sugerente portada de “Andarás perdido por el mundo.” Me refiero a la fotografía que llena la portada y a las pastas de cartón fuerte con solapas grandes que le dan un aspecto de firmeza y solidez al tacto, algo que se agradece cuando pagas al librero y te quedas con la impresión de que te llevas algo sustancioso y valioso a casa. Esa es la primera sensación que sobre cualquier libro recibe el lector y por lo tanto no debería descuidarse. Antes incluso o tan importante como la lectura de la primera página del primer cuento, auténtica bala trazadora que indica a los bíblicos perdidos por el mundo el camino más recto al objetivo. 

Andarás perdido por el mundo es una de las maldiciones que el Todopoderoso le endosó a Caín y a sus descendientes. El castigo por matar a su hermano Abel, que sufrimos los herederos y sufrirán nuestros vástagos desde entonces. ¿Qué,  si no,  es la exitosa serie de documentales de televisión “Españoles por el mundo” y la huida de la población siria del temible trueno de la guerra en Oriente Medio que deja las ciudades reducidas a escombreras? O el niño que se suelta de la mano de su madre en el trajín de Textiles Marín (como Chencho se pierde de su abuelo en aquella mítica escena en blanco y negro de la Plaza Mayor de Madrid). Salvando las distancias y la gravedad, claro. 

Recurrir a los libros sagrados para encontrar un título ya es una declaración de intenciones: nadar contra corriente. La primera página con catequesis y catequistas, concurso de belenes, Papá Noel, “la gloria infinita de ser español,” las cabalgatas de los Reyes Magos revestidos con ropas de los chinos de la esquina y la lista de las personas por las que hay que orar en el círculo joven de oración, forman un cóctel de ingredientes activos que puede ser explosivo como el trueno a poco que se le agite. 




"Los monitores nos hicimos una foto con las cabezas arracimadas"

Se están perdiendo las costumbres más cimentadas en el imaginario español de toda la vida. La prueba está en que de doce niños asistentes a la catequesis, solo cuatro de ellos monten el Portal de Belén en casa por Navidad. Hay que organizarse para ser efectivos. La reconquista de la tradición se hace imperiosa. Los cristianos deben sacudirse los complejos y dar testimonio de Jesús por el mundo. Así, con el aliciente de un premio, los niños obligan a los padres a buscar en los armarios empotrados y trasteros las cajas de zapatos arrumbadas, sabe Dios desde cuándo, con las figuras del Belén y montarlo en las entradas o los salones de las casas. El éxito es rotundo. Aquellas navidades no hubo casa sin el Misterio, así lo llama Ismael – ahora sabemos el nombre del monitor protagonista - apuntado a voluntario, paliativo de todas las desgracias y miserias del mundo. Defensor de los desheredados del tendido de sol. Andanada norte. Alma de Quijote. 

El cuento está narrado en primera persona del plural. Hay que leer varias páginas para descubrir que el otro se llama Bernardo, otras cuantas páginas más adelante se nos desvela que el narrador es Mateo. Esta estrategia de ocultación del narrador sin que se resienta la historia es bien cervantina. La materia narrativa se organiza en torno a un cuento de Navidad con protagonistas incómodos para la mayoría. A contrapelo de la moralidad vigente. Catequistas que organizan concursos de belenes, ahora que los quieren quitar. Viajes organizados a Roma a saludar al nuevo Papa argentino que pone mala cara a Macri y se ríe con Fidel. Amigo de la gente de la calle, de los invisibles y de los pobres, que le lava los pies a los desheredados de las andanadas y gallineros de los teatros. 



"Cantábamos un par de villancicos, pampanitos verdes, hojas de limón, rezábamos un avemaría y nos íbamos"

El cuento destila cultura musical a raudales, fiel reflejo de una generación de jóvenes privilegiados que aprenden a tocar instrumentos en sus ratos libres, en lugar de practicar un deporte o ir por ahí a tirar piedras como hacen otros. No hay más que ver la proliferación de bandas musicales en las procesiones de Semana Santa y los grupos de todo tipo de músicas formados por músicos excelentes, la mayoría salidos de los conservatorios que tocan de maravilla sus instrumentos. De antes no pasábamos de escuchar música en la radio. Solo los pertenecientes a familias acomodadas podían permitirse el lujo de comprarse un tocadiscos o un radio casete, un lujo asiático en los años setenta, no hace tanto tiempo. Estas cosas se las cuentas a los adolescentes actuales, todos con un móvil de última generación en la mochila y te miran raro. 

Y luego está el final explosivo del relato a bordo de un ferri de vuelta a Barcelona. Contrapunto de cervezas italianas para mitigar el bamboleo de la Bañera de Ulises. Valiente Oscar Esquivias para empezar.


Restos de naufragios 
bajo el mar eterno 
los muertos ahogados 
sirven de alimento 
a pequeños seres 
que serán pescados 
por barcos con redes 
luego cocinados
Paskual Kantero.





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



miércoles, 24 de febrero de 2016

Los Pazos de Ulloa (9) Emilia Pardo Bazán. Plantar cara.







"Largos días estuvo Nucha detenida ante esas lóbregas puertas que llaman de la muerte, con un pie en el umbral como diciendo: "¿Entraré?, ¿No entraré?"


Los Pazos de Ulloa (9) 
Emilia Pardo Bazán 

Ya hemos señalado aquí el desparpajo de la Pardo Bazán para llenar de palabras escogidas ambientes singulares. Auténtica brujona gallega. Pues bien, este capítulo décimo octavo que nos ocupa es un modelo de cómo tratar la llegada y los primeros meses de una criatura a una casa. Magia que desde lo más profundo de los valles gallegos sube hasta los altos cegados por la niebla y nos llega intacta a los lectores tantos años después. Sensibilidad a flor de piel, maternidad consciente, más o menos como la parlamentaria gallega en las Cortes con su cuadrilla de entretenedores de bebés alrededor. Es admirable la maestría que la autora demuestra para plasmar los balbuceos, lloros, fisiologías y gestos de la criatura recién nacida. Con lo difícil que se nos antoja escribir de algo anterior al hecho del habla y la sonrisa. Magno, como ella dice de los senos de la nodriza que nutren al bebé. Pardo Bazán encuentra el contrapunto al atontamiento y cursilería en torno al bebé en la rotundidad de las hechuras de la mocetona proveniente de los valles linderos con Portugal

En efecto, Nucha está durante varios días con un pie en la sepultura como consecuencia del parto. A un tris de pasar al más allá sin decir ni pío. Los nervios sacudidos por dolores internos, una fiebre que le sube como oleaje de la leche inútil que empantana los pechos ayudan a darle el empujón definitivo. Pero la juventud, las pocas ganas de pensar en el final, las medicinas de Máximo Juncal y, sobre todo, un puñito cerrado a ratos y otros una manita abierta, le recuerdan que no debe rendirse en la lucha por la vida. 

Julián acude a visitarla pasados unos días, cuando se incorpora un poco. La madre mantiene aún una palidez de marfil amarillento. No ha vuelto a ver a la niña desde el bautizo, la madre le dice que ha crecido una cuarta desde entonces. Aparece el ama con la niña que parece un pajarillo recostado en el magno seno de la oronda mocetona que lo nutre. Nucha y Julián no se cansan de mirarla, la miran como se mira una televisión encendida. Por un momento los labios dibujan una leve sonrisa que hace que el rostro macilento y desvaído de la madre se olvide de su extrema debilidad. Su felicidad no es completa, le duele que no la hayan dejado criarla. 

El médico, Juncal, la visita un día sí y otro no. Julián lo hace como una obra de caridad. Le lee en alto textos piadosos y de mártires que llenan de sosiego la lentitud de las largas tardes de verano. Hay tristeza en sus ojos; su rostro es “la demacrada imagen de la soledad.” Sólo la reaniman los cuidados de la niña. El ama solo para nutrirla, un tonel de leche con la espita abierta cuando sea menester. 




"Aran, cavan,  siegan, cargan carros de rama y esquilmo, soportan en sus hombros de cariátide enormes pesos y viven"

La descripción que hace de la nodriza es cruel. Lleva mala intención. Rebusca las palabras más hirientes del vocabulario para humillar a las campesinas gallegas. En su desmedido afán por describir la torpeza y rudas maneras del ama, su trapío como si fuera un toro bravo, su saque a la hora de comer, hace que Nucha parezca una burguesita remilgada y escrupulosa, miramelinda frágil en peligro constante de quiebra técnica. Pero llega Máximo Juncal a redimirla, para aplicarle las leyes de Darwin de adaptación al medio. La supervivencia de las especies en su lucha constante por la vida. 

Para Julián la niña es “un lirio, una azucena de candor. La cabezuela blanca, cubierta de lanúgine rubia y suave por cima de las costras de leche, tenía el olor especial que se nota en los nidos de paloma donde hay pichones implumes todavía.” La blandura de un bollo. La madre chochea de alegría ante la primera sonrisa. Julián empieza a querer a la niña con ceguera. Pero no todo es vida y dulzura en los pazos. El marqués esquiva a la niña, vuelve a las cacerías. Cada vez son más frecuentes las ausencias de semanas completas, las idas a cotos de caza cada vez más lejanos. Las cosas en la parte de abajo de la casa regresan poco a poco a su ser anterior. Sabel vuelve a ser la emperadora de la cocina. Cumple con la labor social de quitar hambres a una corte de comadres y astrosos mendigos de la parroquia. Pedro y Sabel vuelven a las andadas. Julián empieza a verla merodeando la habitación del marqués a deshoras. 

A Julián se le caen los pazos encima la mañana que sorprende a Sabel saliendo de la habitación del marqués. Revueltas las entrañas y una olla de grillos a punto de estallar en la cabeza le da por pensar. Se considera un Juan Lanas que se deja engañar, incapaz de imponer orden y disciplina entre los costales de malicia. Un sin agallas para echar a la calle a toda la canalla que merodea por la cocina de la casa. Nunca debía haber vuelto a pisar en los pazos. Mientras prepara otra vez la maleta, empareja los calcetines, ordena y cuenta pañuelos doblados, rumia su derrota. No entiende la infidelidad, cómo un hombre se puede ir con un pendón desorejado teniendo en casa la esencia de la mujer fuerte, la esposa castísima y modelo de virtud. Se muestra decidido a dejarlo todo por imposible, no puede luchar el solo contra el infierno en la tierra. 

Sólo las diez de la mañana, la hora de darle la sopa a la niña, lo ata al suelo. No pasa nada.  “Por veinticuatro horas más o menos…“ Al fin y al cabo “la vida es una serie de aplazamientos” a la espera del último y definitivo. Y luego está la madre, no puede dejar sola a la madre, ella necesita un defensor en aquella huronera hostil. Ahora su estancia cobra sentido, tiene una misión que cumplir. 




"Lo sorprendente es que el lanzazo lo sentía Julián en su propio costado"


Por la noche intenta buscar la serenidad en la lectura de Balmes, pero su cerebro está demasiado agitado con su monólogo interior para entender las honduras del filósofo. Se sosiega un poco al darse cuenta de que es capaz de afrontar cualquier riesgo si el deber se lo demanda. Una pesadilla surge entre las sinuosidades cerebrales cuando el sueño le otorga sus favores. 

Hay días que parecen noches oscuras del alma. Una sucesión de horas que te hunden en la desesperación. Te hacen un nudo en la garganta que te impide respirar, que aprieta hasta asfixiarte. Días de horizonte ciego que tiran paladas de ceniza a los ojos. Sin embargo, también pueden ser días que sirven de palanca para luchar más y sacar fuerzas de donde ya no quedan para sobreponerte si encuentras el motivo. Todo parece ir de mal en peor. Se produce un derrumbamiento general de lo que parecía encauzado en el soliloquio nocturno en forma de pesadilla del horror.

No sabes el dilema que me crea 
 pasar de todo y no decir ni mú, 
 por eso estoy aquí, maldIta sea, 
 plantando cara como harías tú
Luis Eduardo Aute



El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


jueves, 18 de febrero de 2016

El Alcalde de Zalamea (y 5) Pedro Calderón de la Barca. Al mono castigar.






"Y si queréis desde luego/ poner una S y un clavo / hoy a los dos y vendernos"


El Alcalde de Zalamea (y 5) 
Pedro Calderón de la Barca 

Jornada tercera 

Aparece en escena el escribano. El nuevo personaje está ungido de autoridad. Como fedatario, viene a dar marchamo de legalidad al cambio de jerarquía de Pedro Crespo, el concejo lo ha elegido Alcalde de la localidad. Llega también como heraldo del Rey, advierte de que el monarca llegará a la villa en el curso del día y confirma que han traído al capitán a curarse de una herida. De ahora en delante de don Pedro Crespo dependerá que se imparta justicia en Zalamea

Al parecer,  la herida del capitán ha sido leve y apremia al sargento a marchar antes de que entre los villanos se corra la voz de que están en la villa. El capitán se siente seguro de la impunidad que le ofrece su campanario, el aforamiento militar. La fuerza de la milicia le protege. La justicia ordinaria carece de competencia para juzgarle, únicamente tendrá que rendir cuentas ante un consejo militar. Sin embargo, el escribano actúa con severidad, ordena apresar a todos los hombres y matar al que intente escapar. 

Pedro Crespo tendría todo el derecho a aparecer en escena portando la vara de ayuntamiento, con la solemnidad del recién nombrado mandamás del pueblo, pero el alcalde recién elegido sabe que tiene que gobernar para todos, en contra de nadie, dando así una lección de buen gobernante. Retira el símbolo de la autoridad y se desgrana con el capitán. Considera que “buscar remedio a mi afrenta,/ es venganza, no es remedio.” 

La acción se encamina al garrote y hay necesidad de justificar la pena capital, que el escarmiento sea merecido. Con ese fin, al militar se le ofrece una segunda oportunidad, una posibilidad de arrepentimiento si se casa con la agraviada. Él la rechaza con arrogancia. Don Pedro le presenta toda su hacienda, se humilla hincándose de rodillas y le ofrece lo más valioso para un hombre: su libertad, en ingenioso juego de palabras: “y si queréis desde luego/ poner una S y un clavo.” Para nada porque lo que recibe es un altanero: “viejo cansado y prolijo, /agradeced que no os doy /la muerte a mis manos hoy, /por vos y por vuestro hijo.” Le niega hasta el aire de respirar. Hay que tener ganas de tener razón para continuar con la ofensa y llamarle “caduco y cansado viejo.” Son palabras arrogantes, hirientes y rebuscadas, una declaración de guerra unilateral que hace imposible el acuerdo, amparándose en la justicia militar que le corresponde por su condición de soldado. 

Pedro Crespo toma la vara de mando al ver imposible el pacto y exclama a lo más alto: “¡Juro a Dios! Que me lo habéis de pagar! […] Con muchísimo respeto/ os he de ahorcar ¡Juro a Dios!” Ordena que le pongan un par de grillos y una cadena, a todos tres que los pongan en prisión. 



"Con respeto / un par de grillos le echad / y una cadena y tened / con respeto gran cuidado."

Primero hará cantar a Rebolledo y a la Chispa por las buenas o por las malas - en el potro de las torturas de Torquemada- acerca de lo acontecido por la noche. La ley ampara a la Chispa que está preñada. No la pueden torturar para sorpresa de la concurrencia por creerla varón. 

Aparece Juan cansado de andar por el monte a la búsqueda de Isabel. Se ha atrevido a desertar para volver a la casa familiar en busca del consejo paterno otra vez. Sus intenciones son matarla para lavar la honra familiar. Y lo habría hecho de no ser por el padre que aparece con la vara de autoridad ordenando que lo lleven preso por herir al capitán, al menos por guardar las apariencias y que nadie diga que utiliza la ley a su antojo, que se toma la justicia por su mano. La justicia siempre ha de ser la dama ciega, nunca sectaria para que sea justicia y no venganza ni escarmiento. 

Pedro Crespo obliga a Isabel a denunciar al injuriador, no sin algún reparo, echándole en cara que no la vengara por no darle publicidad a la afrenta. Ahora le pone altavoz a la investigación como acto de libertad, única manera de compensar su honra perdida. Deja a un lado el particular código del honor con su liturgia sinuosa que ordena venganza y escarmiento como reparación, así ha sido educado. 

La acción se precipita hacia el final. Aparece don Lope en escena para reclamar al capitán. Ha vuelto porque el sargento, que se libró de las detenciones, le dio aviso. ¿Cómo se atreve un alcalducho de pueblo a procesar a un militar? No tiene jurisdicción sobre los militares. Ellos no actúan al margen de la ley, se rigen por sus propios códigos, mucho más severos que los que se aplican en la calle y los quiere aplicar. Aún no sabe que Pedro Crespo es el nuevo alcalde. Vuelven a chocar los dos personajes principales con su verdad propia y error ajeno siempre a cuestas, ahora por un tema de competencia jurídica. Mientras el militar se basa en la ley escrita, el labrador se rige por el código del honor, no escrito en parte ninguna, pero que todo el mundo conoce y cumple porque es la tradición y la costumbre si no quieren verse apartados de su grupo. El encontronazo está servido entre estos dos personajes de casta, con sables en las defensas. Don Lope obstinado: “Yo me he de llevar el preso; ya estoy en ello empeñado.” Y don Pedro decidido a seguir con la investigación de la violación de su hija. Don Lope no tiene nada que ofrecer, menos que dialogar. Ordena a un soldado que las tropas: 
“ bien ordenadas 
 lleguen aquí en escuadrones, 
 con balas en los cañones 
 y con las cuerdas caladas.” 
El conflicto en su punto más álgido cuando don Lope amenaza que si no le entregan el preso: 
“poned fuego y la abrasad. 
 Y si se pone en defensa 
 el lugar, todo el lugar.” 





"No hemos de dejar, señor, / salirse con todo al tiempo, /algo hemos de hacer nosotros /para encubrir sus defectos."


Justo en ese momento el Rey Felipe II hace su aparición en escena. Una vez enterado de los pormenores de la querella, pone paz entre los bandos, pero ya la sentencia está ejecutada. Don Álvaro ya criando malvas está. Don Pedro ha puesto especial cuidado en que todo se haya hecho con cierta legalidad. El Rey se encuentra ante una situación de hechos consumados. No quiere dejar enemigos en la retaguardia, necesita toda la tropa en Portugal. Dicta sentencia a favor del alcalde a pesar de que el ajusticiamiento fuera por garrote y no por degollamiento como marca la ley militar. El verdugo del pueblo no ha aprendido a degollar, solo sabe agarrotar. Su Señor el Rey dicta sentencia irrevocable:

“bien dada la muerte está; 
 que errar lo menos no importa 
 si así acertó lo principal..” 

Y nombra a Pedro Crespo alcalde de Zalamea a perpetuidad. Allí no queda más lugar que el acatamiento, dar cumplimiento a lo dispuesto por el Rey. Liberan a Rebolledo y a la Chispa; a Isabel la internan en un convento donde le espera un novio menos exigente en calidad. Sin honra y sin barcos no pasas de ser un residuo nuclear que nadie quiere cerca de su hogar, material conventual. 

Y se despide el autor afirmando que lo escrito, escrito está y además, basado en la realidad. Y si todo no es verdad; al menos aparentar, como establecía el maestro Lope de Vega a quien sigue Calderón con fidelidad.

They’re driving long nails into coffins 
You’ve been having sleepless nights 
You've gone as quiet as a church mouse 
And checking on your rights 
The boss has hung you out to dry 
And it looks as though 
They'll punish the monkey 
Let the organ grinder go
Mark Knopfler




El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


sábado, 13 de febrero de 2016

El Alcalde de Zalamea (4) Pedro Calderón de la Barca. Corazón lleno de agujeros.





"Por la gracia de Dios, Juan, eres de linaje limpio"

El Alcalde de Zalamea (4) 

Pedro Calderón de la Barca 

Jornada segunda 

Aparece en escena don Álvaro cortando la retirada a la desbandada de soldados cantores. Los organiza y arenga, los anima a dar muerte a los villanos. Pero se alza la voz de don Lope que con autoridad ordena al capitán que saque la tropa del lugar antes de que muera el sol. Don Álvaro obedece y manda que el sargento organice la marcha. Mientras suenan los clarines y trompetas de la compañía que abandona la ciudad, don Álvaro siente el corazón amante herido por el desdén mostrado por Isabel. Piensa quedarse porque en sus pensamientos deshonestos anida la violencia, coger por la fuerza lo que la voluntad ajena le niega. El sargento se convierte en cómplice del atropello al aconsejarle que no vaya solo sino con fuerza, mejor que le acompañen algunos hombres elegidos por si los villanos son de cabeza alta, no hincan la rodilla. A favor ya cuenta la ausencia del general que ha ido a recibir al Rey camino de Guadalupe. Juan le acompaña, enrolado al ejército como un militar más y un obstáculo menos para la afrenta. El sargento, Rebolledo y la Chispa lo acompañarán. 

Mientras unos se organizan para quedarse y preparar la fechoría, licencia para matar como lobos hambrientos que esperan la impunidad de la noche para caer sobre el silencio de los corderos sin correr ningún riesgo, otros se organizan para marcharse ligeros de equipaje, pero con la mochila bien cargada de consejos de padre orgulloso de su raza única. Don Pedro le endiña a su hijo el sermón de la montaña. Un discurso medido, compendio de atributos positivos que hacen de su portador buena gente. Una batería de buenos consejos que incluye sentencias ingeniosas como: “El sombrero y el dinero son los que hacen los amigos,” pues bien sabido es que cuando la miseria entra por la puerta, el amor y la amistad saltan por la ventana. Pero ¡ojo!, que no se nos olvide que aunque villano, se proclama de “linaje limpio” con todas las de la ley. Tanto como los nobles que provienen de los huesos de don Pelayo o los reyes de León. Ante todo y sobre todo, perro con pedigrí, nada de material sobrante, ni perro callejero mezcla de todas las razas. Sangre roja como las amapolas corre por sus venas. Tan orgulloso o más que aquellos que presumen de sangre azul. Superioridad darwinista. Con un decantado sentido de pertenencia a una tribu y no a otra. Que se note la diferencia y que nadie se confunda. 






"Hoy tus razones imprimo en el corazón, adonde vivirán, mientras yo vivo"


No hables mal de las mujeres; 
 la más humilde, te digo, 
 que es digna de estimación; 
 porque al fin de ellas nacimos. 

Con éste y otros,  por el estilo,  caros consejos paternos impresos en el corazón lleno de agujeros parte el hijo. 

El último tramo del segundo acto lo ocupa el asalto de los soldados que reducen a don Pedro Crespo desarmado (lo pillan sin armas a mano, como pillaron los malhechores a don Quijote al entrar en Cataluña), el rapto de Isabel y el regreso a escena de Juan, el otro miembro de la familia. Éste se ha bajado del caballo, más deprisa de lo normal y sin querer, como San Pablo camino de Damasco, al oír unos lamentos y gritos de mujer que piden socorro. El final del acto es una realidad que apuñala. Las espadas en todo lo alto, listas para caer sobre el delincuente. Un nudo bien apretado que pide a gritos un desenlace en lo que queda de función. 

 Jornada tercera 

La acción sucede en un monte cercano. La voz desgarrada de Isabel llena la escena con su lamento. Comienza un largo parlamento pidiendo que no se acabe la noche para que la luz no descubra la vergüenza de su honor mancillado. Ruega al sol que dilate su estancia en las espumas lejanas del mar para que tarde en descubrir la peor maldad que pueda escribir un hombre sobre el cuerpo de una mujer. Que por nada del mundo se descubra su deshonor, que permanezca oculto en la noche, pues fue de noche cuando se cometió. No puede ir a casa por no matar a su padre deshonrado que con orgullo guardaba el honor de la hija. Tampoco puede dejar de hacerlo porque la gente diría que el deshonor contó con su complicidad. En su interior confuso pide la muerte: 
¿No valiera 
más que su cólera altiva 
me diera la muerte, 
cuando llegó a ver la suerte mía? 

Una voz lastimera le guía hasta su padre atado de pies y manos a una encina. 






"Atadas atrás las manos a una rigurosa encina"

 En otro largo parlamento cargado de emoción y patetismo cuenta al padre y a los espectadores lo que todos conocemos o nos imaginamos que ocurrió en el monte durante el secuestro. La poesía sale al campo abierto con voz de mujer, alcanza una de las cotas más altas de fuerza lírica que uno haya leído para expresar la desesperación y la rabia que surge de la impotencia ante el atropello cometido por la fuerza. Para tomar apuntes: 

Qué ruegos, qué sentimientos, 
ya de humilde, ya de altiva, 
no le dije! Pero en vano; 
pues ¡calle aquí la voz mía! 
Soberbio ! enmudezca el llanto! 
Atrevido ¡el pecho gima! 
Descortés lloren los ojos! 
Fiero ensordezca la envidia! 
Tirano, ¡falte el aliento! 
Osado, ¡luto me vista! 
y si lo que la voz yerra, 
tal vez con la acción se explica. 
De vergüenza cubro el rostro, 
de empacho lloro ofendida, 
de rabia tuerzo las manos, 
el pecho rompe de ira. 

Creo que el recurso dramático que utiliza el autor para narrar lo que acaba de ocurrir, sin que los espectadores lo veamos,  es de una fuerza escénica extraordinaria. Drama desbordado. El monólogo leído de Isabel, mujer mancillada, es de una fuerza impresionante. Llega a pedir la muerte para sí misma por partida doble: se desnuda ante su hermano y ante su padre: “tu hija soy, sin honra estoy.” Le pide la muerte para que de él se diga que, “por dar vida a tu honor /diste la muerte a tu hija.” Pero su padre primero quiere salvar a su hijo al que supone en peligro por la venganza de los soldados al haber herido en la reyerta al capitán. Luego, en lugar de lavar su honor con más muerte, como dictan las severas leyes de la honra, don Pedro Crespo trata de romper el círculo vicioso de la violencia y le propone al capitán un pacto, que veremos ya otro día, la tercera jornada un poco avanzada.




You can tell me your troubles
I'll listen for free

My regulars trust me, it seems
You can come and see
Uncle to get through the week
leave your pledges with me to redeem
Some folk sell their bodies for ten bob a go
Politicians go pawning their souls
Which doesn't make me look too bad,
don't you know me, with my heart full of holes
Mark Knopfler





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


lunes, 8 de febrero de 2016

El Alcalde de Zalamea (3) Pedro Calderón de la Barca. La frescura de la luz de la tarde.





"que como músicos son /los pájaros que gorjean, / no quieren cantar de noche"

El Alcalde de Zalamea (3)
Pedro Calderón de la Barca

Jornada segunda

A decir de Nuño, después de la pendencia disimulada, a don Álvaro no se le cae la casa encima. Rondando siempre la puerta de la dama, cortejándola. Don Mendo lo concibe todo como veneno que mata, pero al mismo tiempo es alegría. El hidalgo pobre se alegra por el desdén con el que Isabel responde al capitán. Mal de muchos, consuelo de tontos. Cuando la noche tiende su sombra negra le pide a Nuño que le ayude a revestirse con todas las piezas a la manera que hacía Sancho con don Quijote.

Don Álvaro se extraña de la resistencia a sus cortejos de una mujer villana, escrúpulos más propios de la hidalguía. No todo el monte es orégano, la fortaleza es dura de pelar. El sargento le pregunta por qué quiere que lo quieran si va a ser breve la parada en el lugar. Tanta premura hace sospechar que las maniobras amorosas del militar no vienen acompañadas de buenas intenciones. El capitán le contesta con poesía de altos vuelos, nada de cacharrería. Sólo es necesario un día para que el sol venza a la mala sombra;  en un día se ganan o se pierden las batallas. Después de la tormenta viene la calma también en un día. Y en un día se nace y se muere. ¿Por qué entonces no pudiera suceder que en un día se alcanzara la dicha del amor? “¿Es fuerza que se engendren más despacio /las glorias que las ofensas?” Se pregunta el capitán despechado con  bellas palabras medidas de Calderón.

Y continúa con su monólogo. De una sola vez queda don Álvaro prendido de la belleza de Isabel como una mota de pavesa se recrece y forma el voraz incendio o una sima helada explota en incandescente volcán de lava que arrasa, incendia, asombra, abrasa o hiere.

Don Álvaro admite que la belleza de Isabel, representante del pueblo llano, le ha pillado desprevenido. Ni por asomo esperaba encontrar tal hermosura en el erial de los siervos de la gleba. El tendido de sol.




"Haya, señor. jira y fiesta/y música a su ventana/; que con esto podrás verla/ y aún hablarla."

¡Cómo se las gasta la Chispa! Puede ser mansa como un corderillo algodonoso o dura como el martillo que golpea inclemente el yunque de una fragua. A un pesado jugador que no le paga el barato, le anda en la cara con la daga, dando trabajo que hacer al barbero para arreglarle el desaguisado del rostro. Pero no se le ha olvidado cantar. Le promete a Rebolledo que cantará lo mejor del repertorio a la ventana de Isabel al anochecer, acompañada por un ruidoso coro de soldados.

Con las sombras de la noche se empieza a respirar en Zalamea los días de quebranto y calentura del mes de agosto extremeño. Don Pedro Crespo y don Lope de Figueroa buscan en el jardín la frescura de la brisa para cenar. Los ruidos de la naturaleza, el suave airecillo que roza las hojas de las parras al compás del rumor del agua de la fuente al caer se apoderan del silencio. Música callada. Que nadie cante hasta que las claras del día despierten  a los gorriones. Los dos interlocutores en escena compiten en maneras educadas a la silla y a la mesa. Inventario de urbanidad y buenas formas. “La cortesía tenerla con quien la tiene.” Responde el anfitrión de la casa en el mismo tono y letra que el militar. Un toma y daca dialéctico en escena, ninguno de los dos se da por vencido. “Jurar con el que jura /rezar con aquel que reza” para acomodarse al invitado. Don Pedro siente lo mismo que el invitado siente: por doler, le duelen las dos piernas por no recordar cuál es la dolorida.

Sale Isabel al jardín, requerida por el padre a sugerencia del general, pues una vez vistas las buenas intenciones del comensal, excusa las reticencias de su hija a mezclarse con los invasores mundanos de la milicia.
“así todos los soldados
 corteses como vos, fueran,
 ella había de acudir
 a servirlos la primera.”

Unos cánticos desordenados y guitarras desafinadas rompen la nueva fase de cortesía, de ofrecimiento de silla del interior del jardín. Son los soldados que vienen en ronda a cantar a la ventana de Isabel unas letrillas más entonadas:
Las flores del romero
Niña Isabel
Hoy son flores azules
Y mañana serán miel



"Buenas noches. (Encerraré por defuera a mis hijos.)"

La piedra que tiran a la ventana para llamar la atención de los de la casa indigna (otro verbo desgastado de tanto usarlo) a don Pedro y a don Lope que disimulan el enfado un rato, pero después tiran sillas y mesa y se retiran los comensales a la cama sin cenar como niños revoltosos castigados por los padres. El desorden de la soldadesca les quita el hambre. A Juan, sin embargo, le parecen lindas estas licencias de la tropa y se ofrece al general a enrolarse como soldado.

Retirados a sus aposentos las mujeres y las personas formales, aparecen en escena los soldados de ronda a la ventana de la casa de don Pedro Crespo, liderados por el sargento, Rebolledo y la Chispa que lleva la voz cantante. Se detienen un momento porque oyen venir a alguien, son don Mendo revestido con todas las piezas, salido de algún retablo de las maravillas y su sirviente, Nuño. Estrafalario y celoso de que Isabel haya abierto la ventana a los rondadores.

Voz al aire, la Chispa canta:
 Érase cierto Sampayo
 la flor de los andaluces,
 el jaque de mayor porte,
 y el jaque de mayor lustre;
 éste, pues, a la Chillona topó un día...

A espada desnuda salen don Pedro y don Lope al alboroto. A cuchilladas obligan a los soldados cantores a batirse en retirada.

A breeze crosses the porch 
Bicycle spokes spin 'round 
Jacket's on, I'm out the door 
Tonight I'm gonna burn this town down 

 And the girls in their summer clothes 
In the cool of the evening light 
The girls in their summer clothes 
Pass me by
Bruce Springsteen





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

martes, 2 de febrero de 2016

El Alcalde de Zalamea (2) Pedro Calderón de la Barca. La cabeza alta.






"¿Qué gano yo en comprarle /una ejecutoria al Rey /si no le compro la sangre?"

El Alcalde de Zalamea (2)
Pedro Calderón de la Barca 

Es verano, tiempo de recolección en Zalamea. La mies acarreada poco a poco ya está en las eras, a la espera del momento de la trilla. Pedro Crespo se da una vuelta por la suya rebosante de actividad. Los criados sudan la camiseta en las faenas del verano, allí se amontona y se limpia, se separa el grano de la paja ayudados por el aire. Siempre con el temor de que en el último momento un tormentón lo eche todo a perder,  antes de que el grano descanse en el granero o sea molido en el molino. Su hijo Juan  no sabe qué es sudar en la era, pide dinero para saldar unas deudas del juego. Recibe consejos de padre con el consiguiente enfado del hijo. 

El sargento se presenta en casa del labrador con la ropa del capitán para tomar posesión del alojamiento que le corresponde. Tampoco parece que al hijo le siente bien que su padre rico tenga que dar hospedaje a espadones forasteros, teniendo al alcance de sus manos comprar ejecutorias de hidalguía que lo eximirían del agravio. Pedro Crespo le responde que la honra no se compra con dinero y proclama en octosílabos perfectos el orgullo de su estirpe: 

Yo no quiero honor postizo 
Que el defecto ha de dejarme 
En casa. Villanos fueron 
Mis abuelos y mis padres; 
Sean villanos mis hijos. 

Don Pedro quiere que las mozas de la casa se guarden. Indica a Isabel y a su sobrina Inés que se escondan en el desván para que los soldados no las molesten con sus impertinencias y necedades. 

Juan recibe a los militares de graduación con ofrecimientos, abundantes deseos y formulario aprendido. Palabrería vana: “Estaré siempre a vuestros pies postrado.”     Mientras tanto su padre se ha ausentado, ha ido a disponerles el obligado agasajo. 

Don Álvaro siente frustración por no poder contemplar la belleza de la que todos hablan. Cuando el sargento le señala que el padre la ha encerrado para que los soldados no la molesten, más deseos de verla le asaltan. La inevitable atracción de lo prohibido. 




"Aquella misma que vos; / que no hubiera un capitán, / si no hubiera un labrador"

La acción se acelera en la parte final del acto con el ir y venir de personajes exaltados. Entre don Álvaro  y Rebolledo fingen una refriega. El capitán persigue a punta de navaja al soldadón veterano escaleras arriba, para desesperación de Pedro Crespo que ve cómo se derriba el muro erigido para mantener a su hija alejada y escondida. A cambio de la complicidad, Rebolledo consigue la exclusiva en el juego del boliche. Rebolledo no trabaja de balde. El monopolio le permitirá pagarse los vicios más antiguos e inconfesables y, al mismo tiempo,  cumplir con sus obligaciones sociales que se pueden ustedes imaginar en qué consisten. 

Rebolledo da a entender que el descubrimiento del escondrijo de las damas es fruto del azar, por casualidad. Que no tiene intención de invadir el sagrado de una dama, de perturbar el templo del amor y la belleza. En el encontronazo con las damas hace gala de un tono caballeresco impropio de un veterano hosco. Inmediatamente detrás del espadón aparece en escena don Álvaro con un muerte a los vivos:

“Yo tengo de dar la muerte 
al pícaro. ¡Vive Dios
si pensase!” 

Sin ocultar a Isabel  sus intenciones de cortejarla, le dice que sólo la belleza deslumbrante que lleva adherida y la apelación de piedad de damas desvalidas libran al rufián del castigo que le corresponde. Su obligación de caballero. Se muestra admirado por el gran entendimiento, hermosura y discreción que van ligados en rara unión en esta dama. ¡Vive Dios! 

Al tumulto llegan padre e hijo, amos de la casa, espadas desnudas en la mano. Cuando descubren que todo ha sido una treta para llegar a las damas, se sienten ofendidos en grado sumo, agredidos en su honor, dispuestos a “perder la vida por la opinión” (en el sentido del honor, la libertad). 

“¿Vive Cristo, Chispa, a que ha de haber hurgón!” Exclama Rebolledo. Pero he aquí que cuando ya las espadas están en alto para empezar la función, aparece don Lope de Figueroa que manda a parar. Que le expliquen los motivos de la pendencia. Se lo explican y no se complica más. Que Rebolledo sea castigado con unos “tratos de cuerda.” El más débil; el pagano. Y que el capitán se vaya buscando otra casa porque en adelante, esa será su casa. Se retira a descansar porque viene con la pierna a rastras del dolor. 




"A quien se atreviera/a un átomo de mi honor, / por vida también del cielo/que también le ahorcara yo"


Los dos personajes que se perfilan como principales, don Lope y don Pedro,  se desafían al quedar solos en escena. Dan duro con tieso en temas de honor. Si el uno tiene fama de ser incorruptible, mano tonta de la ley; el otro, lo sostiene en letras de bronce eterno tantas veces repetido: 
 Al Rey la hacienda y la vida 
Se ha de dar; pero el honor 
Es patrimonio del alma, 
 Y el alma solo es de Dios 

Con el orgullo tan español hemos topado cuando nadie se lo traga; el planteamiento del tema principal de la obra en el primer acto.


Si me muero, que me muera 
con la cabeza muy alta. 
Muerto y veinte veces muerto, 
la boca contra la grama, 
tendré apretados los dientes 
y decidida la barba.
Miguel Hernández/ Los Lobos





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.