jueves, 30 de octubre de 2014

El Quijote de Avellaneda (8) Alonso Fernández de Avellaneda. Pájaro de altos sueños





"Por amanecer ya y estar la ventanilla dél entreabierta, entraba la primera luz de la clara aurora por ella"
 

El Quijote de Avellaneda (8) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XIII 

La fantasía atormenta el sosegado juicio de don Quijote que duerme como un esteta enflaquecido, sueña que el soberbio Bramidán ha entrado en el castillo para matarle a traición mientras descansa. Despierta sobresaltado, se levanta furioso, se ajusta la celada, peto y espaldar y se lanza en su busca por los aposentos del castillo, “olvidándose de las partes que por mil razones piden mayor cuidado guardarse.” 

La primera luz de la mañana entra por la ventana entreabierta de la habitación de Sancho donde el escudero duerme despreocupado, a pata suelta, con el guante a la cabecera. Don Quijote le lanza un ataque en sordo creyendo que se trata de la pareja del guante y el gigante mismo. Le propina un porrazo terrible con el lanzón en las costillas seguido de un puñetazo en los hocicos que lo dejan aturdido y sin resuello. Son los buenos días del amo antes de levantarse, nada de mojigangas y blanduras para empezar el día. 




"Cómo don Quijote salió de Zaragoza para ir a la corte del Rey Católico de España a hacer batalla con el Rey de Chipre."

Se alborota la casa con tantos alaridos. Parece una casa de locos cuando los criados salen a amansar la bravura de la fiera acorazada. Reciben lo suyo por ir desarmados y parecerse a  exóticos malandrines despiadados que acuden en auxilio del encantador Bramidán de Tajayunques. Solo la intervención providencial de don Álvaro es capaz de aplacar la cólera del hidalgo contra el manojo de jayanes insolentes que van por el mundo haciendo tuertos, forjando desaguisados, agraviando princesas, ofendiendo dueñas y maquinando traiciones. El caballero andaluz le aconseja por lo bajini recogerse en sus aposentos hasta saber la resolución del duelo pendiente en la Plaza del Pilar. Don Quijote se acuesta satisfecho de la aparente victoria alcanzada en la escaramuza, convencido en lo más profundo de su ser del valer de su brazo y de haber ahuyentado al gigante bravucón, de momento. 

El secretario de don Carlos aparece en la casa con la nueva de que su amo se va a la capital para tratar el casorio de su hermana con un noble principal de la Corte. Quiere que don Álvaro le acompañe. El mayor impedimento que encuentran es cargar con la rémora de don Quijote, su lentitud en el camino les haría demorarse demasiado y llegar tarde. Deciden que vaya por su cuenta. Le dan cuarenta días de plazo para la cita en la Corte, no quieren desperdiciar la ocasión de que la nobleza cortesana comparta las risas provocadas por la actuación de nuestra pareja de caminantes aventureros. 


"Esas dos benditas ciudades de Buen grado y Fambre ajusta ¿Están pasando más allá de Sevilla y Barcelona o desta otra parte hacia Roma y Constantinopla?

El secretario se vestirá de negro y simulará ser el criado del gigante. Se presentará ante don Quijote para proponerle el aplazamiento de cuarenta días del desafío armado con todas las armas. Si comete la cobardía de no aceptar o no presentarse al duelo, su señor publicará el ataque de canguelo por todos los reinos y provincias del orbe. En caso de victoria don Quijote podrá hacer gobernador de Famagusta y Belgrado a Sancho Panza, “pues en ella se crían los fértiles árboles que producen las sabrosas albondiguillas y dulces pellas de manjar blanco.” 

La mención de las albondiguillas y las pellas de manjar blanco le provocan escalofríos de muerte en la boca del estómago, dan los buenos días a las tripas de Sancho Panza. Meten prisa a su “filosomococía” que también apresura a su amo a ponerse en camino hasta Chipre para hacerse “señor disoluto de todas esas albondiguillas.” Al día siguiente después de haber comido, por no hacer un feo al cocinero cojo, salen de la casa con una diligencia increíble. En las alforjas, bien envueltas en una toalla, van los relieves de pan y carne sobrantes de la mesa para el camino.


Embraceable you
Charlie Parker

 


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



lunes, 27 de octubre de 2014

El Quijote de Avellaneda (7) Alonso Fernández de Avellaneda. Cuando me amenace la locura




"Las vuesas mercedes se sosieguen; que esto no es nada, y yo solo sé qué cosa puede ser"


El Quijote de Avellaneda (7) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XII 

Don Álvaro Tarfe y don Quijote, impedido nuestro hidalgo por el pesazo de todas las piezas de la armadura, se encaminan a casa de don Carlos, juez de la sortija, a cumplir con la invitación que les hizo al término del torneo. Cuando don Álvaro le sugiere que se desembarace de la armadura, le responde que de ninguna forma se desviste, pues la costumbre convierte las cosas en naturaleza con lo que ningún trabajo hay que dé pesadumbre. Además añade con juicio que desconfiar es un deber para todo caballero andante de orden y nunca se deben subestimar la fuerzas del oponente. Gracias a ello Belianis de Grecia sobrevivió al ataque a mazazos y a traición de unos salvajes. De no haber sido por la celada bien ajustada, habría sido “fatal sustento de aquellos bárbaros.” De antiguo viene la protección del órgano vital de los tejados de trabajadores, deportistas, policías y manifestantes. El peligro viene de lo alto, siempre está en lo inesperado; lo que nos sorprende porque está por venir. 

Nuestro hidalgo acompaña el relato con tajos aquí y cuchilladas acullá, a unos deja partidos en dos mitades, a otros con un pie como de grulla. Vive la historia. Qué cosas dice el caballero andante; son cosas, no palabras, la cólera que había tomado a los salvajes. 



"Soberbio y descomunal gigante, yo soy ese por quien preguntas"

Mandan llamar a Sancho para cenar porque quieren que la risa continúe con las ocurrencias del escudero y sus ganas de querer comer más con la vista que con el estómago. Se pone como un pepe, hecho una trompa de París del capón y las dos docenas de albondiguillas que se engulle sin menear las orejas, como si se tratara de un racimo de uvas. Promete sembrar un celemín de ellas de tanto que le gustan. La pega que ve es que no las dejaría madurar a no ser que su mujer, ya  de cincuenta bien cumplidos y buena bebedora,  le pusiera alguna rémora, un espantajo o algo para asustarle. 

La panza de Sancho aún reserva un hueco para embaularse cuatro pellas de manjar blanco que le dejan señal en las barbas y guardar un par de ellas en el seno para el día después. La fabulosa velada se completa con una música extremada y un gallardo zapateador que al parecer de Sancho no debía tener tripas ni asaduras de tan ligero que saltaba. Para rematar la sobremesa,  hacen traer a uno de los gigantes que sacan en Zaragoza el día de Corpus. De más de tres varas de alto. Se hace llamar Bramidán de Tajayunque, Rey de Chipre y reclama al Caballero Desamorado al que lleva buscando por tierra y mar desde hace más de mil días. Siente envidia de su fama y viene a entablar batalla y a llevarse su cabeza de vuelta a Chipre junto a una hermana de don Carlos que solo tiene quince años de edad y viene acompañada por la gracia de una peregrina hermosura. Si no lo quiere hacer por las buenas, le reta a pie o a caballo a él y a todo el reino de Aragón junto y a cuantos aragoneses, catalanes y valencianos haya en su corona. Nada va en broma con Bramidán, sus armas descansan en un carro tirado por seis parejas de bueyes palestinos. Su lanza es una entena de navío; la celada iguala en curvatura y extensión a la cúpula de Santa Sofía de Constantinopla y de escudo una rueda de molino. Le mete prisa a don Quijote porque hace falta donde no está. 

"Soberano emperador Trebacio de Grecia, la vuestra majestad sea servida, pues me habéis aceptado en este vuestro imperio por hijo, de me dar licencia de hablar y responder por todos a esta endiablada bestia"

Don Carlos y Sancho tratan en vano de convencer a don Quijote para que se rinda y de esa forma evitar males mayores. Pero el no acepta el repentino “aquí te he visto, aquí te mato” del gigantón. Todo tiene sus tiempos, ritmos y protocolos como la curación de un ataque de ébola que ahora sabemos que existe - y por lo tanto hay que eliminar- porque también nos contagia a los ricos occidentales. Considera precipitado el aceptar el desafío loco y desvariado de Tajayunques por respeto a los presentes. Aplaza la solución, el combate será al día siguiente en la Plaza del Pilar después de comer

El gigante saca un guante de pellejo de cabrito. Lo lanza a don Quijote que lo recoge y se recogen a descansar y pasar una de las peores noches jamás pasadas, pensando en la peligrosa batalla con el desproporcionado gigante fanfarrón. 

La bravuconería del hombre grandón causa efectos desiguales en los presentes. Mientras unos tratan de apaciguar a la pantera furiosa que los tiene acobardados, a santo de qué va don Quijote a hacer caso a semejante caterva de cobardes carcamales. Él ha salido armado de la aldea para hacer frente a los insaciables y bravucones desalmados, a la vida que mata. Y levanta la novela al final de esta quinta parte creando nuevas expectativas en los lectores. 

 Cuando me apuñale la nostalgia
y no reconozca ni mi voz
cuando me amenace la locura
cuando en mi moneda salga cruz
cuando el diablo pase la factura
o si alguna vez me faltas tu.
Resistiré
Sandra Carrasco



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



jueves, 23 de octubre de 2014

Medallas que no gané. El Quijote de Avellaneda (6) Alonso Fernández de Avellaneda





"No es cosa nueva en semejantes regocijos sacar los caballeros a la plaza locos vestidos y aderezados y con humos en la cabeza"

El Quijote de Avellaneda (6) 
Alonso Fernández de Avellaneda 
Capítulo XI 

“Llegó pues el domingo en que habían de jugar la sortija para universal pasatiempo.” Los participantes en liza portan escudos o tarjetas blancas con versos escritos, mostradores del agudo ingenio que a cada uno le acompaña. La Calle del Coso ricamente engalanada para la ocasión, los ventanales repletos de bellas damas presentan el aspecto de las grandes ocasiones. Tres generaciones de reyes: Felipe II, Felipe III y el emperador Carlos V representados en otros tantos arcos, acompañados de generales fundamentales, brazo armado del imperio que extendieron su grandeza por tres cuartas partes del mundo conocido. El Duque de Alba, don Antonio Leiva y el invicto Juan de Austria, armado con todas las piezas como don Quijote, el bastón de mando en la mano y el pie derecho sobre la rueda de la fortuna con la siguiente inscripción: 
 El merecimiento insigne 
que te levantó en mi rueda, 
cual clavo la tiene queda. 

Los caballeros y demás participantes en el torneo, ordenados de dos en dos, entran en la calle al son de menestriles asalariados y trompetas. Gallardos mancebos los unos; recién casados los otros, la dama recién pintada en los escudos; todos elegantemente vestidos para la fiesta. Algunos enamorados, también celosos. Los hay ricos de patrimonio y gastadores de la hacienda, tan pródigos que están llenos de deudas. Rivalizan en ingenio a la hora de engarzar los versos más graciosos. 

Entra don Álvaro Tarfe en un bien rodado caballo cordobés. Don Quijote lo hace sobre Rocinante entre risas y silbidos. Lleva un pergamino de gran continente con el ave maría escrito en letra gótica antigua atado a la punta de la lanza. En la adarga este cuartete: 
Soy muy más que Garcilaso, 
pues quité de un turco cruel 
el Ave que le honra a él. 

Rocinante iba pacífico y manso en contraste con los caballos de los otros caballeros, lucidos con saltos, corcovos y caracolas delante de la que era señora de su libertad. A medida que el concurso avanza los caballeros van entregando los premios a sus damas, don Álvaro Tarfe da unos guantes de ámbar ricamente bordados a una doncella harto hermosa. El objeto de sus pasiones reside en Granada. 


"Tras éstos, entraron veinte o treinta caballeros, de dos en dos, con libreas también muy ricas y costosas y con letras, cifras y motes graciosísimos y de agudo ingenio"

Don Quijote acude en su turno, espoleando a Rocinante que corre poco más que a medio trote. Ni con esas, ni con la lentitud de su montura es suficiente para que acierte con el trofeo. El lanzón se le eleva media vara de la cuerda. También el segundo intento es fallido, media vara por debajo, pero Álvaro Tarfe le pone el trofeo en el lanzón para evitarle el sonrojo del fracaso por segunda vez. El granadino queda como caballero cuando nadie le ve. El hidalgo “tan ancho y vanaglorioso que no cabe en toda la calle.” 

Don Quijote se dirige al juez, más ancho que largo, con el trofeo; este le entrega a cambio dos docenas de agujetas grandes de cuero de a cuarto de real la docena y una invitación a cenar en su casa, para él y su escudero, junto al caballero granadino. Le informa a nuestro hidalgo que las cintas vienen de la India, hechas de pellejo del Ave Fénix para regalarla a la dama más desenamorada de los balcones. Decide entregarlas a una vieja honrada de más de sesenta años de edad acompañada de dos doncellas afeitadas, típicas de Zaragoza, pero ellas le dan con la puerta en las narices, “con la ventana en los ojos” para enfado de Sancho que la insulta de mala manera por el desprecio. Se queda con ellas, le vendrán bien para los zaragüelles, las suyas ya están llenas de nudos. Pero no son buenos tiempos para sacar tajada de tarjetas opacas. Pasa por allí “un mozo de harta poca ropa, no menos ligero de pies que sutil de manos”, coge el sueño de la mano, toma las armas de conejo y en cuatro brincos se evapora entre el gentío que abarrota la Calle del Coso. Dicho en román paladino: les birla las agujetas. 





-¡Oh, desventurado de la madre que me parió! ¡Oh, día aciago para mí, pues en él he perdido unas agujetas tan preciosas y las mejores de toda la Lombardía! ¡Ay de mí!


Sancho llora, se mesa las barbas por la pérdida de las mejores agujetas de toda la Lombardía. La cólera andantesca de su amo le atraviesa la garganta. Siente las costillas cruzadas por algún nudoso roble. Si se entera de que el culpable del robo es un pícaro, desafiará a toda la picardía. Se siente tan afligido que prefiere matarse a causarse tanto mal. Se despide de los más cercanos, del más valiente caballero de cuantos andantes cría el cierzo y la tramontana. Se despide de su amigo Rocinante que una vez respondió con arcabuzadas en sordo por no saber hablar ni entender romance. También de su pollino sin nombre, rocín de sus ojos. Así sigue con sus lamentos, guayas y tribulaciones hasta que el hambre le lleva a su amigo el cocinero cojo, que “más vale buitre volando que pájaro en mano” y hace mutis por el foro “ensartando más de cuarenta refranes a despropósito” y sin compás. 

Los sueños dicen la verdad corazón;
dímelo todo, miénteme, por favor;
yo sólo pretendí
comer reina con alfil.

Pídele cuentas a la pura verdad
que no se pringa, que no tiene piedad;
yo sólo me colgué
medallas que no gané. 
Joaquín Sabina

 


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
 

martes, 7 de octubre de 2014

Nudo corredizo





 "Si le han de sacar en aquel asnillo que metieron ahora, que de ninguna manera suba en él; porque yo le tengo aparejado aquí el rucio, en que podrá ir como un patriarca."

1951-Paris-Valois


El Quijote de Avellaneda (5) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo IX 

Los ayes de dolor y los hipidos de Sancho llorando lágrimas vivas por su amo, condenado a galeras y sacado a la vergüenza de las calles, eran incontenibles. Aumentados por el abandono y soledad en tierra extraña. No había hombre ni mujer en la ciudad que los conociese. Quiso la suerte que por allí pasara don Álvaro Tarfe acompañado de otros siete u ocho caballeros principales. Postrado ante el, llora Sancho amargamente pidiendo compasión para su amo malparado y prisionero. Si tiene que salir desnudo y en asno a las calles, allí está el suyo de andar llano y tranquilo. 

Don Álvaro Tarfe se dirige a la cárcel donde ya están desherrando a Don Quijote de todos los hierros. El encarcelado se admira de que el noble haya franqueado la puerta de tan inexpugnable castillo sin daño aparente, duras prisiones interiores defendidas por gigantes salvajes y ferocísimos grifos de garras afiladas,  más fieros e iracundos que tigres de la Hircania. El libertador y noble caballero andaluz le aconseja que se esté quieto hasta que dé cabo y fin a la aventura. Don Quijote le promete obediencia y le ofrece su amistad. Que le acompañe en sus aventuras hasta ganar el imperio de Trapisonda, casarse con la reina de Inglaterra y tener dos hijos. El de la Ardiente Espada tendrá marcada a fuego una espada en los pechos. El segundo,  Mazimbruno de Trapisonda,  nacerá con una señal parda del color del acero, “significadora de las terribles mazadas que ha de dar en este mundo.” 

Don Álvaro consigue fácilmente la liberación del hidalgo apelando a una cristalina locura, también la de Rocinante y la restitución de todo lo que le habían quitado. Esperan al anochecer para revestir al caballero. A caballo lo llevan a la posada acompañado de un paje, ya libre de prisiones. Allí pasa dos o tres días de quietud, reponiéndose con una sonrisa ancha, riendo las gracias que Sancho cuenta y escuchando las aventuras del Caballero Desamorado. 


"A la mano derecha estaba su cristianísimo y único fénix, don Felipe III, nuestro rey y señor"

 
1986-Morristown-Silver


Capítulo X 

Venida la mañana el caballero andaluz se presenta en los aposentos de don Quijote para regalarle el oído con palabras que asombran al recién liberado, en unas tierras tan parcas en elogios a los suyos. Le dice que se le ha echado de menos durante las justas pasadas. Le informa de la presencia de descomunales gigantes y membrudos jayanes con los que luchar, tiempo habrá de resarcirse. En cuanto se los tope por algún camino, les hará pagar lo de antaño y lo de hogaño. Don Quijote lamenta la ausencia,  pero rebosa de alegría cuando le anuncia la celebración de una sortija al domingo siguiente, apenas dos días más tarde, participarán los caballeros de la ciudad y a ella acudirán hermosas infantas y princesas retozonas que inundarán de color y belleza la competición. Volverán en cielo las ventanas y balcones de la Calle del Coso. Hallará aventura a manos llenas. 

La perspectiva aventurera propuesta por don Álvaro enardece el corazón de don Quijote, se le llena el cerebro de fantásticas quimeras que le provocan despreocupación y abandono del cuerpo, cercano al arrobamiento. Se olvida de su apariencia física. Con las bragas a medio poner, mirando al suelo sin pestañear, arremete con el brazo contra la pared. A los gritos acuden Sancho y un paje que lo descubren semidesnudo, con la camisa un poco corta por delante y dejando a la vista las vergüenzas por detrás. 




"El día de la sortija que se había de jugar, estuvo, en comiendo, la Calle del Coso riquísimamente aderezada, y compuestos todos sus balcones y ventanas con brocados y tapices"

1986-Morristown-Silver

“Por vida del soguero que hizo el lazo con que se ahorcó Judas” grita Sancho viendo a su señor peor de lo que estaba. Le ruega que baje de las alturas imaginarias porque las verdaderas aventuras están abajo, en la cazuela y en la taza bien llena de malvasía regalo de la casa. Siempre mejor- por supuesto- que andar buscando quimera con meloneros que santigüen a uno el espinazo. Don Quijote se enfada con el escudero, le acusa de goloso y de no buscar la honra del verdadero caballero andante, “sino, como Epicuro, henchir la panza.” 

Llega don Álvaro Tarfe con cinco o seis caballeros principales, participantes todos en la sortija del domingo y riñe a don Quijote por haberse levantado. Luego le llama soberano y príncipe y le levanta la cabeza más de lo que estaba, contando aventuras de su mundo deformado con gravedad y reposo. El debate que se entabla sobre el reparto de libreas y sus colores más la decisión de Álvaro Tarfe de revestir a don Quijote con todas las piezas y armas de la armadura que le había regalado en Argamasilla, le exaltan el entendimiento. Salta de la cama de un brinco dispuesto a abatir con furia no pensada la soberbia de los famosos gigantes y jayanes descomunales. Los presentes se retiran ante la tanda de acometidas y cuchilladas que rasgan de arriba abajo los tapices colgados de la pared, dejándolos a jirones, no fuera a dar tras ellos tomándolos por jayanes de allende la ínsula Maleandrítica. Tal demostración de fuerza deja a don Quijote para el arrastre, “hijadeando de suerte que no le alcanzaba una respiración a otra.” 

 It's like we had a noose and baby without check
We pulled until it grew tighter around our necks
Each one waiting for the other, darlin', to say when
Well baby you can meet me tonight on the loose end
Bruce Springsteen



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


Las ilustraciones están tomadas de aquí