domingo, 28 de abril de 2013

Siempre están reunidos




"Un perro vagabundo le lamía las manos y Jesús le acariciaba y le dirigía largos discursos"

Toulouse Lautrec

Aurora roja. Pío Baroja (5) 

El trabajo empieza a llegar a la imprenta y Manuel pasa de la haraganería a una actividad febril que le mantiene ocupado, súbitamente, incluso por las noches. Un día que las gestiones le llevan por el centro de Madrid, descubre a Jesús de mala manera, borracho como una cuba. Le insulta, le acusa de burgués dominado por la Salvadora. En lugar de irse a casa, Manuel se va con él y una criada a comer. Paga Jesús que tiene dinero fresco. La comida se alarga hasta el amanecer. La Salvadora le espera cosiendo. Él sale de casa de nuevo para el trabajo y observa cómo Jesús le habla  a un perro vagabundo en la calle

Una tarde oscura y lluviosa del mes de febrero un carruaje se detiene a la puerta de la imprenta. De él se baja Roberto, el socio capitalista. Le ofrece trabajo fino para el negocio: una edición de un libro con grabados, cuadros de estadísticas y números, lo cual constituye un reto para la habilidad profesional de Manuel. Que Roberto ha prosperado, es algo que su porte al andar delata sin querer. Sin embargo, sus ideas han retrocedido, rayan en la desvergüenza, con el fascismo indecente. Defiende la anarquía, pero solo para los elegidos, las élites; a los demás que le vayan dando, a la canalla se le aplica la ley de vagos y maleantes: “Siempre habrá suplementos de hombres que suden por el sabio, por la mujer bonita, por el artista…” Roberto ha ganado dinero y conquistado una mujer de bandera, pero no tiene bastante. Quiere el poder, dominar a su antojo a los demás. Opina que a España le sentaría bien un despotismo progresivo, “un dictador que dijera voy a suprimir los toros, y los suprimiera; voy a suprimir la mitad del clero, y lo suprimiera; y pusiera un impuesto sobre la renta, y mandara hacer carreteras y ferrocarriles, y metiera en presidio a los caciques que se insubordinan, y mandara explotar las minas, y obligara a los pueblos a plantar árboles...” Qué peligrosos se me antojan estos iluminados, amantes del gesto autoritario de la prohibición, de la imposición por decreto. Ya de paso mandamos al matadero a una raza completa de animales únicos, leemos los libros que tu digas, nos censuras las películas, llenamos las cunetas de todos los que estorban, te instalas en el poder, nos impones tu lengua y llenas la linde de mojones, mugas y pasos fronterizos vigilados, no sea que la chusma vaya a contaminar tu aristocrático porte. 


"Luego, ya entrenado, Caruty cantó canciones socialistas y otras de café-concierto de Bruant [...]



La contratación de un gerente para la imprenta alivia la carga de trabajo de Manuel. En casa desempiedran el patio y plantan un par de parras además de una higuera achaparrada. Kis y Roch terminan por hacer buenas migas. Las gallinas cacarean, el gallo se gallardea y Manuel no avanza en asuntos amorosos. Un velo invisible se interpone entre él y la Salvadora. A Jesús, al señor Canuto y a otros les da por profanar tumbas de los cementerios cercanos para llevarse lo poco de valor que tengan los muertos. Cuando los descubren, le pide a Manuel cincuenta pesetas para quitarse de en medio, para bajarse al moro. 

La nómina de adeptos al sanedrín de Aurora Roja se amplía. Canuty es un revolucionario de los de la guillotina bien a punto, habla con acento francés y debe estar enfadado con el mundo de continuo: “Quisiera ver a mi padre, a mi madre y a mis hermanos ahorcados en un jardín reducido” son sus credenciales. Se le inflama el corazón cantando cánticos revolucionarios, pero termina entonando canciones del café-concierto de Bruant. 


"Había heridos gritando y la mar de señoras desmayadas, y una niña de diez o doce años muerta"


Un judío ruso, Ofkin, comisionista y vendedor de perfumes en París, manifiesta su apego a la mezcla de esencias. Su anarquismo es cuestión de química y síntesis artificiales. Para Manuel “la anarquía de aquel señor era también algún producto químico, encerrado en un frasco”. Habla la jerga meridional mediterránea, mezcla de francés, castellano e italiano. 

El Libertario cuenta el caso de un paisano andaluz, hijo del sacristán del pueblo, “simpático y modesto, lo que es bastante raro en un andaluz” (don Pío haciendo amigos de nuevo) y admirado por las parisinas a causa de su aire bárbaro. Curtido en las minas de carbón de Gales, un día lo descubre portando una bandera roja en una de las frecuentes manifestaciones en París provocadas por las protestas del caso Dreyfus. “-Creía en la Anarquía como en la Virgen del Pilar” proclama Prats. Juan le repone que “en todo lo que se cree, se cree lo mismo”. 




 "cuando el entierro de las víctimas, parece que se le ocurrió subir a lo alto del monumento de Colón con diez o doce bombas, y desde allí irlas arrojando al paso de la comitiva".  
Jose María Torrecilla


Skopos el griego conoció a anarquistas de renombre como Angiolillo o Paulino Pallás y fue testigo de la bomba en el Liceo de Barcelona. Vivió de primera mano el turbión de gente espantada, con los ojos desencajados que se precipitaron en avalancha fuera del teatro después de la explosión. Conciben el Anarquismo como una nueva religión. Manuel se siente a disgusto en aquel ambiente de destrucción. 

El cementerio de La Patriarcal está abandonado. Hace tiempo que los cipreses perdieron su venerable aspecto detrás de los altos tapiales derruidos. El abandono ha hecho estragos entre los sepulcros. Las tumbas y los caminos, en otro tiempo bien cuidados y trazados, parecen una selva espesa. Las matas de zarzas agigantadas, los jaramagos, las ortigas amenazantes, los cardos y labrestos se habían apoderado de la soledad de los muertos. Era el triunfo de la naturaleza salvaje y de la hierba espesa que crece más alta en los cementerios. Ni el silencio quedaba en el campo santo. Manuel y Rebolledo acompañan al agente Ortiz, viejo conocido que reaparece, a levantar acta de la desidia. 


 ¿Y qué decir del manager audaz y decidido
que no me recibió, que siempre estaba reunido?
Hoy, moviendo la cola, se acercó como un perro
A pedir que le diéramos vela en este entierro
Joaquín Sabina

 



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

jueves, 25 de abril de 2013

Las flores de tu gracia


"En cuanto la noche cayó sobre ellos no se oía otra cosa que el rumor de las olas"

Jose María Torrecilla

La marca del meridiano. Lorenzo Silva (3) 

El primer café de la mañana se empareja con las luces del alba camino de Barcelona. Chamorro y Arnau, arropados por el aroma agradable del café recién hecho del área de servicio de Calatayud, escuchan el relato y diagnóstico del jefe acerca del contacto con López: trama de polis corruptos. Ya no dependen de ellos solos. Estar en manos de otra persona en el curso de una investigación desagrada al orgullo de todo detective que se precie. 

A dos horas de coche de Barcelona pasan por debajo de un arco que cruza la autovía. El GPS marca automáticamente Este donde antes se podía leer Oeste. Nunca falta quien dedica su existencia en hacer de las líneas imaginarias paredes estériles de hormigón armado. 

La investigación avanza por teléfono. López intercepta un mensaje de Salazar. Le han engañado. Se deduce que no quiere saber nada de los autores del crimen a un compañero de profesión. Las averiguaciones tienen servidumbres; Bevilacqua se vale de los tiempos muertos que el largo viaje en coche proporciona para contar su cuento por teléfono cuatro veces además de a los suyos, a saber: la juez, Reinares, López y su comandante. En la Ciudad Condal se presentan a la teniente Morata, de unos treinta y cinco años, lo que quiere decir que no es de academia, conoce la calle. Gil es un agente “pícaro rijoso”, viejo conocido con olfato de buen cazador. 



" [...] Otros tiempos, en los que la noche había sido un territorio de amargura y amenaza"

Amanecer en la playa de Vilanova. Jose María Torrecilla 

Bevilacqua lleva a los suyos a comer de menú a la playa de Castelldefels. Los edificios son un ejemplo de la arquitectura del horror playero de los años setenta y ochenta, del todo vale con tal de hacerse millonario de forma rápida, como si fuera un aluvión. Entrevistan a Consuelo, la viuda de Robles, en uno de los chalés desparramados por la ladera de la montaña que mira al naciente, de cara a la Bañera de Ulises. Salta a la vista que con un único sueldo de funcionario en la familia, el beneficiario es un claro candidato a estar empeñado la vida que le reste y dejar una herencia de deudas para terminar de pagar el préstamo. “Puedo decir que soy pobre, pero sin ese dinero extra, acabaría desahuciada, como tantos ahora”.- Confiesa ella a las insinuaciones de los investigadores que de buena forma podrían ser unos periodistas recabando información sobre desahucios y desahuciados en la actualidad. 

La habilidad de Vila desmorona la defensa de Consuelo que le entrega el móvil con la imagen de la extranjera de las últimas llamadas. El escarnio surte de desamparo a la mujer abatida que admite la deslealtad de su pareja. El caso se despeña por las cloacas de la legalidad, el sumidero de los bajos fondos, el lado oculto de la ley. Sus sospechas cobran corporeidad y le duele que tenga que ser él quien escarbe en la herida abierta de un amigo y compañero. López le da el nombre del sargento Nuño destinado en Vilanova. 

Antes de la medianoche, ya en comandancia, Virginia llama a la puerta de la habitación del brigada jefe. Mantienen una conversación en la que ella pone más, es la mujer quien le roba el escenario al protagonista. El autor nos sorprende con una escena en la que nada es lo que parece: “Vamos no te cortes. No soy ese verraco de Gil. Como dijo Kafka, admito la posibilidad de que algunas oportunidades sean demasiado buenas para aprovecharlas” Cómo no vamos a querer a este policía culto (por ende a su creador) que domina y mezcla los registros de la lengua para hacer literatura. He aquí un ejemplo perfecto de cómo una persona culta es capaz de mezclar a Kafka, quintaesencia de la progresía intelectual, con las expresiones más vulgares. Virginia le ofrece su confianza más allá de la obediencia, le reafirma su lealtad en una escena apasionante, pero sin tocarse, un amor platónico. El autor construye una escena conmovedora que tiene la virtud de emocionar al curtido brigada, más que un discurso patriótico antes de la batalla. Saber que puedes contar con alguien hasta las últimas consecuencias, cuando más lo necesites, va más allá del amor. En los encuentros a solas,  lo que se calla es tan importante como lo que se plasma en palabras. Y el autor posee la cualidad de la complicidad, de decir sin decir: de verter “esos silencios hondos llenos de tantas voces” que dijera el poeta. 

Los acordes patrióticos del himno de la legión le despiertan a las siete en punto de la mañana. Le infunden un chute de valor, no puede defraudar la confianza de los suyos, la fe ciega de Chamorro en el jefe. 

El intendente Ruidavets pertenece a los jefes de la policía autonómica catalana. Se conocen de otro caso anterior. Se ha enterado por la sargento Balderas de que Vila está en Barcelona. Ella será el enlace entre las dos fuerzas del orden. Balderas entra en la policía a través de la Guardia Civil. Se pasa a los Mossos para evitar traslados forzosos. Dispone que sean Gil, un veterano, y Romero, joven especialista en artilugios electrónicos y redes sociales los que les echen una mano en lo que sea menester. Les pone al corriente del negocio de la prostitución en la zona. Permitida por tratarse de delincuencia de tono menor. Para la bien pensante sociedad no deja de cumplir una peculiar labor social, siempre que meta poco ruido. 

Una vez echadas las redes y el amplio operativo desplegado, solo queda esperar que los peces vayan cayendo como fruta madura. A mitad de la novela Silva hace recapitulación del relato. Nos da a conocer un borrador en el que expone los diferentes frentes abiertos, como si fuera el esquema sobre el que la historia tiene que continuar y no perderse, que sirve a su vez de guía a los lectores. Así comprobamos que Bevilacqua está al frente de un despliegue que cuenta con Reinares y su gente en Logroño. En Madrid dispone de las agentes Salgado y Lucía entregadas al caso. Ellos en Barcelona, con la colaboración de Balderas que hace de enlace con los Mossos y toda la policía del país tras la pista del Seat León. 

López le pone al corriente de Nuño. Hábil. No tiene nada a su nombre. Su mujer, tres apartamentos en Gerona. Cuenta con un Porsche Cayenne, el coche mastodonte que sirve para fardar y que gasta y contamina cuatro veces más que uno normal. En vista de las bajas por depresión que presenta en el trabajo, debe estar deprimido de continuo. Lleva una doble vida, una vida secreta que hay que sacar a la luz. La entrevista es la primera situación comprometida a la que se enfrenta el equipo. Se trata de un armario empotrado de más de un metro ochenta de altura. Chamorro le acorrala cuando se le ocurre decir que lo único que sabía de Robles era que echaba unas canás al aire, como cualquiera. 

- ¿Cómo cualquiera? –indagó, con cara de colegial. 

Tampoco se cree Chamorro que uno de sesenta nunca presumiera de una conquista brasileña de veinte. Comienza el baile. El Touareg rumbo a Castelldefels a toda mecha, Gil y Romero han descubierto a la chica. Por su Facebook averiguan que es brasileña y se llama Lucimara. Bevilacqua admite estar desentrenado de los viejos métodos, la rutina de los polis cutres: horas de vigilancia llenas de aburrimiento donde nunca pasa nada. Con buen criterio el autor vuelve a sacar partido de la parada narrativa para describir el entorno. En unas cuantas, breves y precisas pinceladas de luz y sombra negra nos informa  - entre otras cosas - de que al arrimo de la montaña y el mar apenas queda espacio para tres hileras de edificios. 


 "Allí solo, a merced del mar y de la noche, tuve una sensación de desnudez que tampoco me pareció desagradable"

El mar. 1961-1970. Obra de Antonio López García

Un Mercedes recoge a las chicas a las diez de la noche, algo que ya suponían por el estudio de la hora y procedencia de los datos del móvil. Llevan pinturas de guerra, vestidas para matar o morir como en una representación de la tragedia. Bevilacqua confiesa que nunca le gustaron los clubs de señoritas de vida descarriada. Y eso que en su memoria se acumulan recuerdos de locales de alterne debido a las características propias de su trabajo. A menudo los negocios,  por cuyo control la sociedad le paga el jornal,  se hacen y deshacen en lugares oscuros, al menos ahora libres de humos, que impregnaban la ropa del aroma típico de la taberna durante días y días. 

Chamorro es polifacética, maneja sus armas de mujer para franquear entradas a locales con gorilas dotados de pinganillos a la puerta. Sus conocimientos de geometría sorprenden al brigada jefe, los utiliza para adivinar trazados invisibles tapados por cortinas de color incierto, desvaído por los humos perpetuos de los tugurios de mala nota. 

En el interior charlan con una jovencita española que les cuenta que Lucimara tiene éxito entre el personal masculino. El lado paterno de Bevilacqua le aconseja que deje esa vida. De la misma forma que aconsejaban a Don Quijote que abandonara su locura y regresara a casa: “No te quedes aquí, vuelve a casa. Hay otros mundos, pero no están en éste”. 


"Tú que sembraste en todas 
Las islas de la moda 
Las flores de tu gracia, 
¿cómo no ibas a verte 
Envuelta en una muerte 
Con asalto a farmacia?"
J. Sabina



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.     

jueves, 18 de abril de 2013

Sueños equivocados





"para eso prefiero ser solo impresor"

El grabador. Óleo sobre lienzo. 105 x 73 cm. Colección particular.
Aurora roja. Pío Baroja (4) 

Tan pronto como las fuerzas regresan a su ser, se levanta y se acerca a la imprenta por sorpresa. Pilla a los cinco operarios celebrando un bautizo, la primera cogorza del aprendiz. Vestidos de mamarrachos, procesionan, marchan uno detrás de otro al ritmo que dicta el aprendiz aporreando una sartén. Jesús oficia de maestro de ceremonias y proclama con la solemne severidad de un prelado: “-En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo -gritó-, te bautizo y te doy el nombre de Curda I, rey de todas las Cogorzas, príncipe de la jumera, conde de la Tajada y señor de la Papalina”. 

Como era de esperar, la presencia del jefe les agua la fiesta de celebración. La visión de los operarios entregados al desparrame,  hace saltar los resortes de su genio escondido, por primera vez vemos actuar a Manuel con energía. Jesús se le encara y le acusa de cochino burgués explotador. Le presenta la renuncia al puesto de trabajo, pero como en el fondo no es de los malos, accede a quedarse hasta la recuperación del jefe. 

A menudo se nos dice que la vida del hombre en la tierra es un camino. Y claro, tanto nos lo repiten que el hombre -obediente por naturaleza- se pone manos a la obra a allanar caminos, eliminar obstáculos, limpiar cunetas que eviten tropezones incómodos que lastimen los pies tan delicados de los habitantes de las ciudades. Así el hombre, en su empeño por dejarlo todo a un andar, se convierte en un modificador del paisaje: achatando los altos y levantando las “bajerás” de tanto echar escombros en ellas. Una vez que el solar queda plano como la palma de la mano, aparece la población que poco a poco lo va repoblando de plantas, de animales domésticos y esas mismas personas que construyen una noria para regar los cuadros de hortalizas. 




 "Una noria, cuya agua regaba varios cuadros de hortalizas"

 
En una de las hondonadas que pueblan las afueras de Madrid destaca un complejo dedicado al ocio, está formado por una bolera, una churrería y la taberna del Chaparro. Éste tiene de socio a uno que llaman el Inglés, con el cual -por decir algo- se complementa porque la disparidad entre ambos es absoluta, tanto en el aspecto físico como en su manera de pensar y concebir el negocio. Por allí se acercan Juan y el Libertario, un bromista e indiferente barbudo que, cuando toma la palabra, es un fanático que no pierde ocasión de intentar adoctrinar a Juan. De hecho, imparte doctrina a cualquier incauto que se pone a tiro. Juan acaba de pasar por un desengaño del mundillo del arte. Cada cual va a lo suyo, primero; después, lo propio y por último, lo suyo de nuevo. Gente mezquina. Como consecuencia, posa sus ojos en el colectivo de los obreros, la gente humilde que se deja la vida trabajando con sus manos, carente de envidia de tanto doblar el lomo. Argumenta que una vez vencido el egoísmo, el yo desaparece. 

Bautizan el grupo como Aurora Roja. Se reúnen los domingos por la tarde. Manuel encarrila su vida en el trabajo. La monotonía del ir y venir llena las horas y los días. Las ideas de Juan le parecen estupendas siempre y cuando se apresuren en sustanciarse en algo tangible como dar trabajo  a la gente, una casa y un huertito con noria donde criar tomates y patatas pal gasto. Reunirse para hablar y hablar y escuchar a cotorras que se desandan hablando es una pérdida de tiempo. Su tiempo ya es valioso; no es necesario ser anarquista para sobrevivir. 

Apunta el autor con su estilo sencillo y certero, directo al grano, cuatro grandes corrientes en la acracia hispana. A saber: los amigos de la dinamita porque todo les estorba. Aspiran a convertir el mundo en una escombrera para empezar de nuevo. Encarnan esta tendencia el señor Canuto, Jesús y el Madrileño, un santón que parece miembro de los Hare Krishna. Una segunda tendencia con apego a las instituciones, se inclina por aplicar la disciplina y aprovecharse de las ventajas del poder para hacer la revolución desde dentro. Maldonado apoya este pensamiento. El Libertario está a favor de un anarquismo intelectual, filosófico más que práctico. Por último, tenemos a Juan que prefiere el buenismo humanitario y artístico a la manera de Tolstoi e Ibsen. Más pronto que tarde, la habitación que usan para las reuniones se queda pequeña para albergar a tanta clientela libertaria, habilitan un invernadero contiguo para los conventículos. 


"Es como si a mí me quisieran demostrar que tengo derecho a quitarme la joroba".

 El sueño. 1932. Óleo sobre lienzo. Colección de Mr y Mrs Victor W. Ganz. New York. USA.Picasso

Un domingo por la tarde Manuel llega al cónclave con retraso. La discusión estaba en su punto álgido. Rebolledo el jorobado defiende que de nada sirve el derecho si no se puede aplicar. Su argumento es de peso: ¿De qué sirve tener derecho a edificar en la luna si no hay quien suba allí arriba? Sostiene que el derecho cambia con el tiempo y el espacio, tiene fecha de caducidad,  como certifica el hecho de que antes existía el derecho a tener esclavos, cosa que ahora ya no. El Libertario alega que todas las leyes son malas: “Las leyes son como los perros que hay en el Tercer Depósito -dijo con ironía el Madrileño-; ladran a los que llevan blusa y mala ropa”. Se enzarzan entre ellos en un claro ejemplo de cómo los españoles nos cuesta prestarnos al debate, solo embestir sabemos, o morrar. Dar duro con tieso. No hay manera de ponernos de acuerdo, así nos maten. 

Pío Baroja hace literatura de los asuntos candentes que interesan al pueblo llano. Expone en un diálogo ágil y de gran fluidez las grandes cuestiones sociales para lo que otros necesitan sesudos tratados filosóficos, tomos infumables para intentar ventilar el tema: la ley, la posesión, el reparto de la riqueza, el trabajo y su retribución, la herencia… 

Manuel escucha y aprende, Juan da razones, argumenta. Los demás defienden sus posturas contra viento y marea. 

"sueños equivocados,
Bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla,
llueve sobre mojado.
Y, después de llover,
Un relámpago va
deshaciendo la oscuridad
con besos, que antes de nacer,
morirán.
Ayer Julieta denunciaba a Romeo,
Por malos tratos, en el juzgado,
cuando se acuestan la razón y el deseo
llueve sobre mojado.
Sabina y Paez 




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.     


martes, 16 de abril de 2013

Anillo de quita y pon

La marca del meridiano. Lorenzo Silva (2) 

Un grupo de ocho guardias civiles reflexiona sobre la tortura ante el informe de la autopsia y las fotos de Robles después de muerto. Bevilacqua, siempre escrupuloso en el cumplimiento de los protocolos oficiales con los detenidos, pone en el mismo plano el linchamiento de Gadafi y el asesinato de su antiguo amigo el subteniente. Se conjuran para encontrar a los asesinos: “Te juro que si a los que han hecho esto no les pasa nada, le devuelvo el tricornio al contribuyente”- manifiesta Vila con rabia dirigiéndose al capitán Reinares que en su horizonte profesional se dibuja un traslado a la Brigada Central. 

Van a ver a la juez, le piden los permisos necesarios para que la investigación avance. Viste vaqueros y blusa blanca. Además usa metáforas al hablar. De aparente aspecto frágil; sin embargo, pica piedras: tiene montoneras de papeles por leer y estudiar sobre la mesa. Qué diferencia con los severos jueces bigotudos de sabor antiguo y venerable apariencia que vemos en las imágenes de antaño. 

Ante su amigo de cuerpo presente y la viuda cavila sobre la capacidad del amor para mezclar en su regazo la razón más pura y lógica con el veneno desbordado de la irracionalidad que nos arrastra hacia alguien extraño, a la búsqueda espiritual de una comunión profunda que mate los demonios de silencio y soledad. 

De nuevo en coche, otra vez de viaje. El conductor que le lleva con su gente a la Comandancia ha mamado el espíritu del Duque de Ahumada desde la cuna. De padres a hijos, su padre es también subteniente. Rememora los doscientos y pico caídos en lucha contra la ETA. Ahora los malos están en otros sitios del globo, ignoran que saltarse la ley es como echarse encima a ochenta mil hombres armados hasta los dientes con toda su mala leche. 

Los miembros de su equipo son incansables, trabajan al ritmo frenético que demandan las NNTT. Pegados al ordenador, investigan a pleno rendimiento. Las llamadas desde el móvil son una fuente de información, a través de ellas descubren que Robles llega hasta Bilbao y desanda el camino para ir a morir en Briones, un pueblecito de la provincia de La Rioja. Por las cintas de vídeo de la gasolinera saben la hora y los posibles coches que tomaron para huir del BMW. Por los restos de flora bacteriana en los zapatos del asesinado se podrán investigar los lugares por los que anduvo. 

Ahora disponían del fin de semana libre antes de despedirse de Madrid durante una temporada cuya duración quedaba a expensas de la marcha de la investigación. Bevilacqua tenía una cita con su hijo de dieciocho para ir al cine y hacer deporte juntos, una vez que el retoño se había convencido por sí mismo de que sus habilidades no daban para ganarse la vida dedicándose al fútbol a tiempo completo. 



 "Pierden de vista que de ángeles custodios pasan a ser demonios con cuernos y rabo"


Trabajan el sábado porque urge dar a la juez motivos que justifiquen el pinchazo de teléfonos. Recibe la llamada de la cabo Salgado. Uno de los números pertenece a una joven brasileña que circula por Casteldefells; el otro, ya está pinchado por una unidad diferente de la policía. Distribuye el trabajo y quedan a las seis de la mañana del lunes para ir a Barcelona. La mañana del domingo va a la Casa de Campo con un libro de Houellebecq (más difícil de escribir que Bevilacqua, que ya es decir). “El miedo al gendarme es la verdadera base de la sociedad humana” es una frase entresacada del libro y subrayada por su lector que coincide con el pensamiento de los locos por naufragar en las aguas turbias de las prohibiciones y orden impuesto por la autoridad hipócrita. Pero la ansiada soledad lectora del domingo por la mañana no se le logra a nuestro protagonista. Queda con el agente López de la SAI (Servicio de Asuntos Internos) para charlar de trabajo. De él, le atrae lo poco que su apariencia llama la atención. López es uno de esos  hombres de aspecto gris, de bajo perfil que pasa desapercibido por los sitios, excepto para nuestro protagonista. Suma puntos quien pronuncia su apellido correctamente a la primera. Sin perder el tiempo le muestra en el Ipad unas grabaciones de vídeo. En ellas aparece el agente Julio Salazar, última persona en hablar con Robles vivo, veintiún años de servicio en la benemérita de Cantabria. Ha sucumbido al vil metal. Se ha pasado a los malos, al lado oscuro de la vida regalada en la que el dinero se amontona en muladares y se carga a paletadas. 

López, con dos divorcios y una hija, tiene en común con Bevilacqua más cosas de las que parecen. Ambos se gastan el jornal en artilugios electrónicos para usar en el trabajo. El Mac que distingue a los usuarios, une a sus portadores más que ser brigadas y llevar trabajando veinte años bien cumplidos en la misma empresa. Nuestro protagonista se siente en deuda con el agente López porque él puede ofrecer bien poco a cambio de su valiosa información. Su investigación está en pañales. 

Recuerda que hace veinte años había costumbres en el servicio, pecados veniales, vicios adquiridos no merecedores de castigo que en los tiempos actuales serían pecado mortal de necesidad. 

Va al cine con su hijo Andrés. Paga las entradas con el dinero que le dan por unas clases particulares a dos tarugos de la ESO. Al final los aprueban con tal de que lean el enunciado y respondan algo que se le parezca. Después del cine ven Breaking Bad en la tele de casa. Para el brigada se trata de una puesta al día de sanchos y quijotes, por eso le gusta. Deja a su hijo a la puerta de su antigua casa y escucha un CD que López le había dejado antes de caer en los brazos de Morfeo. El resplandor de la amanecida los encuentra en el área de servicio de Calatayud camino de Barcelona. 

"y si de verdad me amas 
no habra casorio ¿para qué? 
con dos en una cama 
sobran testigos, cura y juez”
 “y viviremos lejos 
del trafico y la polucion 
mejor llegar a viejos 
a la sombra de algun sauce lloron” 
le regaló un anillo 
de quita y pon, que unen sin atar, 
y levantó un castillo 
de arena fina junto al mar… 
sus dos hijos dudaron 
entre en dinero y el saber 
llamaron al primero 
Caín y al benjamin Abel. 
J. Sabina 






Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.   

Fotos de Jose María Torrecilla. 

jueves, 11 de abril de 2013

La perfecta maravilla


"La Salvadora inclinó la cabeza y sintió en la mejilla el beso de los labios de Manuel"

El Beso.1907-8. Óleo sobre tela • Simbolismo.  Gustav Klimt. 



Aurora roja. Pío Baroja (3) 

Juan se gana en poco tiempo la confianza de las dos mujeres de su hermano Manuel. Su discurso cae bien entre las féminas de la casa. Les cuenta lo visto y lo vivido, las novedades de Londres, París y Bruselas. Había pasado las de Caín camino de Barcelona. Había ejercido de apuntador de cómicos ambulantes, pintor de retratos y restaurador de lienzos al óleo por las tierras del antiguo Reino de Aragón. Lo pasa regular en Barcelona, días de hambre y noches al raso le acompañan, tirado de mala manera en los parques de la Ciudad Condal. Las cincuenta pesetas que cobra de un retrato, le dan para alquilar una guardilla. Con el dinero que recibe por unos bustos de unos profesores del seminario,  se va a París. Se abre camino, trabaja de obrero. Hace sortijas y aprende. Coge nombre con un grupo escultórico que presenta en una exposición. Los periódicos hablan de él. 



 "Todos los días variaba el retrato; unas veces era la Salvadora melancólica; otras, alegre".



Tête penchée de femme, bronce. 1908. Obra de Pablo Gargallo

Modelar el busto de la Salvadora le ocupa un mes completo. Le cuesta dios y ayuda dar con la expresión exacta; mitad sonrisa, mitad melancolía. En ese tiempo Kis explora la casa. Descubre que su presencia suscita los gatunos bufidos de Roch. Las palomas con sus monótonos zureos le parecen tontas del bote. Unos gatitos blancos escapan. Las gallinas y el gallo andan a lo suyo, no ofrecen confianza que valga a perros señoritos de aristocrática procedencia británica. El burro, Galán, tampoco repara en canes aburridos. Sólo un galápago, que ni da ni toma, lo mira asombrado con ojos de besugo. En vista del escaso éxito con los animales de corral, se hace pirata y se une a una partida de perros callejeros que merodean por la calle Magallanes. 

Juan presenta tres obras a la exposición de escultura: Los rebeldes, una trapera y el busto de la Salvadora. La muestra es un éxito para el autor. La exposición deja ambiente que se cifra en varios encargos (nada raro es constatar que hasta el antitaurino más acérrimo y aclamado utilice expresiones salidas de la tauromaquia), el run run de las grandes tardes de toros. La gente abandona la sala hablando de escultura. Para celebrarlo, invita a merendar a todos los del "Equipo A" una tarde de mayo florido. Los dos Rebolledo y el señor Canuto se unen a los de casa al aproximarse a uno de los cementerios de la vecindad. Al autor le sale la vena poética y nos regala (como quien no quiere la cosa) una de las descripciones más bellas de las afueras de Madrid, otra más y ahí queda eso: “Y en el fondo, sobre el cielo de turquesa, el Guadarrama, muy azul, con sus cumbres de plata bruñida. Resplandecía el césped cuajado de flores silvestres, brillaban los macizos de amapolas como manchas de sangre caídas en la hierba, y en los huertos, entre las filas de árboles frutales, se destacaban con violencia las rosas rojas, los lirios de color venenoso, las campanillas de las azucenas y las grandes flores extrañas de los altos y espléndidos girasoles”. 

Sin embargo, como ya hemos señalado antes, en su constante afán de perseguir la armonía entre contrarios en todas sus vertientes, Baroja nos vuelve a sorprender con el contraste, con el chascarrillo gracioso bien adaptado al habla de las clases populares madrileñas. “Teorías... alegorías, chapucerías”, que diría el señor Canuto, rematadas con: 
 -¡Mátala! ¡Viva la niña!
Que en el fondo es el recurso a la tragedia, la muerte como generación de vida nueva, el “duelo de mordiscos y azucenas” de Federico:
 -“Señores: soy el amo de este establecimiento, en donde han tomado ustedes asiento y se les servirá un alimento con un buen condimento, que aquí hay un buen sentimiento, aunque poco ornamento, y si alguno está sediento, se le traerá un refrescamiento; conque vean este documento -y enseñó una lista de los precios - y ande el movimiento”. 


"los lirios de color venenoso"

 Bodegón de lirios. 1935. Obra de Benjamín Palencia

La reaparición de la Justa, bastante desmejorada y faltona a más no poder en el merendero,  es un puñado de ceniza arrojado sobre el paisaje. Viene a enturbiar la tarde. Se marchan a instancias de Manuel para evitar males mayores. 

Poco tiempo nos permite el autor disfrutar del estado de felicidad y beatitud en que la llegada de Juan ha sumido a los lectores y a la tropa que rodea a Manuel. Teme que nos quedemos en las nubes, contemplando las cumbres argentadas de la sierra del Guadarrama. Son hermanos de sangre pero cada uno parece provenir de una cepa distinta. Su llegada, además de favorecer la necesaria tensión narrativa, crea intranquilidad y desasosiego. Viene a perturbar la relativa paz en la que Manuel se ha instalado tras sufrir las cornadas del hambre y los sinsabores de los desequilibrios sociales. Juan se encara con su hermano a propósito del concepto de propiedad. Manuel, que lo máximo que ha llegado a tener es hambre, sueña con “tener un solar, aunque no sirviera para nada, sólo para ir allá y decir: esto es mío.” A lo que Juan le reprocha que “ese instinto de propiedad es lo más repugnante del mundo. Todo debía ser de todos”. 

Las teorías del hermano no parecen afectarle mucho porque,  a instancia de las mujeres, compra una imprenta, alquila un local, busca a Roberto de socio capitalista, gastan un dineral en adecentar el local,- los ahorros de ellas - y se instala. De la noche a la mañana montan el negocio, se convierte en burgués con todas las de la ley. No queda más que esperar que los clientes, ese elemento huidizo y caprichoso, entren en la imprenta a dar trabajo y - de paso - dar de comer al amo y a los asalariados. Tanto ajetreo repentino pasa factura a la salud de Manuel que cae malo. Unas calenturas terribles le acosan (o le escrachan): “Le pasaban los escalofríos por la espalda como soplos de aire helado” a pesar de tratarse del temido mes de agosto de Madrid. El médico pronostica que es debido al exceso de trabajo. Que no trabaje tanto y unas medicinas son el aporte del doctor como solución a los males. 



 "Le atendía la Salvadora con una solicitud de madre; se molestaba continuamente por él".

Horas de angustia. Julio Romero de Torres

La Salvadora se desvive por cuidarle,  Manuel se siente en deuda con ella. No así con su hermana, la Ignacia, que pretende llamar a la mujer del señor Canuto para cuidarle y que ella no abandone los múltiples quehaceres que permiten pagar las deudas de la imprenta recién inaugurada. Jesús se hace cargo de la imprenta durante la enfermedad. Una tarde bochornosa, de calor sofocante en la atmósfera, se desata la pasión. La humedad y el olor a tierra mojada plasmado en el ambiente, Manuel agarra a la Salvadora por la mano y le dice: “Déjame que te bese”. Ella siente unos labios que queman; él, una frescura deliciosa… 

“I feel wonderful 
because I see the love light in your eyes. 
And the wonder of it all 
is that you just don´t realize 
how much I love you”. 
Eric Clapton 







Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.