viernes, 29 de marzo de 2013

No temas la tormenta


"La hermosura del espectáculo le admiraba en vez de darle terror"


Aurora roja. Pío Baroja 

Pío Baroja afronta el arranque de La Lucha por la vida III de forma dual, contrastando y a la vez armonizando dos viajes: uno al interior del hombre que lucha consigo mismo, a lo más íntimo de las entrañas donde no hay más que vísceras, soledad y creencias. El otro representa la lucha contra los elementos desatados de la naturaleza: montañas, ríos desbordados, noches infames de relámpagos y tormentas. Es el peaje que el seminarista debe pagar por el desistimiento, por romper el compromiso. El purgatorio que salda una deuda, impuesto por defraudar la confianza. Juan sortea los obstáculos del camino que lleva a Barcelona a pecho descubierto. Es el viaje iniciático exigido para el regreso a la tribu. Hasta ahora ha vivido bajo el paraguas protector y la inmunidad que otorga la sotana en el ambiente cerrado del seminario. Extramuros hay un valle de lágrimas donde se hace necesario luchar a brazo partido para ganarse las habichuelas. Su firme voluntad gana la batalla. Se desprende de la sotana con un gesto de ruptura del aire viciado del interior Con la misma determinación que había aceptado su protección,  arroja los hábitos que le  ataban a un concepto de vida al fondo del río. A partir de ahora caminará solo a través de vientos huracanados y tormentas. 

El silbato del tren saca del aburrimiento a los dos jóvenes que habían salido a pasear por los alrededores del pequeño pueblo de Soria. El murmullo del río que se desliza por la herida abierta en el bosque se apresura hacia la luz. La atmósfera adquiere un tono gris del espesor de la tristeza de un atardecer otoñal. Martín y Juan son dos seminaristas de permiso en el pueblo. Mientras Martín se entretiene dibujando con una navaja en una vara de fresno, Juan le da vueltas en la cabeza a una idea importante que le asalta últimamente y que le hará modificar el sentido de sus pasos. De golpe y porrazo le dice a Martín que no quiere volver al seminario. Se acabó la vocación y sin ella considera los estudios religiosos una pérdida de tiempo. Los profesores son unos alucinados confesos. El temor a la venganza pendiente del padre Pulpón a la vuelta por una caricatura a lo bruto que le había dedicado, ayuda a tomar partido. 


"He leído los libros de Marco Aurelio y los Comentarios de César , y he aprendido lo que es la vida"

 Prepara un petate y un morralillo, se despide de su tío ferroviario y se marcha en el tren. Media hora más tarde se baja y echa a andar. Quiere ir a Barcelona. Hace un lío con las ropas de cura y se deshace de ellas. Como su hermano había hecho a instancias de Vidal al entrar en el Círculo. Ahí fuera, extramuros y alejado del abrigo de las cuatro paredes hay que buscarse la vida. Nada se regala, nada es de balde. Rodeado de silencio y soledad, el mundo rural adquiere interés. La naturaleza se agiganta, fluye ante sus ojos como la música en la batuta de un director de orquesta. Juan se estremece, se funde con los sonidos primitivos de los árboles del bosque: “[…] cada uno de ellos, según su clase, tenía hasta un sonido distinto al ser azotado por el viento: unos temblaban con todas sus ramas, como un paralítico con todos sus miembros; otros doblaban su cuerpo en una solemne reverencia”. Un libro de literatura clásica, de enseñanzas antiguas del imperio romano le salva. 

Unos cazadores que andan de ojeo y siguen el rastro de una liebre herida le acusan del robo de la pieza de caza menor. El monte dicta sentencia, recibe unos perdigonazos de la ley de la selva. En una venta se topa con el mendigo que había levantado la liebre. Se la reparten. Pasan juntos una semana. El mendigo es un tipo vulgar; poco inteligente, pero muy hábil. “No tenía más que un sentimiento fuerte, el odio por el labrador, unido a un instinto antisocial enérgico”. 

Una pareja de la guardia civil le ayuda a encontrar el camino a Barcelona. Su habilidad para el dibujo provoca la admiración de un médico de pueblo, viudo y con siete hijos, la mayor de la edad de Juan. Se queda en su casa durante una semana a cambio de pintarle algún cuadro de encargo. Al marcharse promete escribir a Margarita, la hija mayor. 

Un ser inocente - el pobrecito a lo suyo- lleva a hombros una gran piedra de acá para allá. Los nubarrones, cada vez más densos y plomizos oscurecen el cielo. El relámpago formidable que precede al trueno tiñe el cielo como una acuarela, ilumina el monte, retiembla la tierra y pone el corazón en la garganta. Juan ha decidido llegar a Barcelona y no hay catarata pluvial, ni tormenta que ahogue su firme determinación. Hace cumbre y prosigue su camino siguiendo el agua desbordada que busca el cauce de los torrentes. En medio de rayos y truenos su corazón se agranda, es un ciclón en busca del futuro, del mañana incierto. 


"When you walk through a storm, 
hold your head up high, 
and don't be afraid of the dark ; 
at the end of the storm there is a golden sky 
and the sweet silver song of the lark. 

Walk on through the wind, 
walk on through the rain, 
tho' your dreams be tossed and blown". 

"Cuando camines a través de la tormenta, 
Mantén la cabeza alta, 
Y no temas por la oscuridad; 
Al final de la tormenta encontrarás la luz del sol 
Y la dulce y plateada canción de una alondra. 

Sigue a través del viento, 
Sigue a través de la lluvia, 
Aunque tus sueños se rompan en pedazos". 

Anfield Road



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero. 


miércoles, 27 de marzo de 2013

Vuela pensamiento




Mientras que la selección nacional de fútbol - campeona del mundo, de Europa y de todo campeonato que se precie- se jugaba las posibilidades de seguir su racha triunfal en París, una porción de gente de un heterogéneo extracto social casi llenaba el teatro El Liceo de Salamanca para el estreno en plaza de “Libre te quiero”, del director nacido en Lumbrales,  Basilio Martín Patino. 

Basilio es hombre de pocas palabras. Austero como las cosas auténticas, parco con las palabras como los labradores que sudan la gota gorda para sacarle algo de provecho a la aridez de la tierra, habla en sus películas. De hecho, usó menos vocablos que pocos para presentar el documental. Poco más que un recuerdo emocionado de su adolescencia cuando se colaba en El Liceo para ver películas de vaqueros. 

Libre te quiero es alegría de vivir, mucha música de ritmo frenético. La cinta tiene duende y compás, desprende frescura y vivacidad: reflejo de un magistral trabajo en el montaje de las imágenes. 


 
 


Cuando ya no seamos ni siquiera un recuerdo, quedará el cine, el documento histórico. El cine sobrevive a las personas y a todos los acontecimientos. Y entre los restos salvaremos el Va pensiero emocionante que una joven orquesta improvisa en la Puerta del Sol con más luz que nunca cuando los ciudadanos despertaron en mayo de 2011. 

Basilio siempre confiesa que él nunca quiere ser maestro de nada, que le inquieta dar lecciones. Plasma su verdad subjetiva en la cinta porque los hechos suceden al pie de su casa. De las imágenes sorprende la dureza de la actuación de las fuerzas del orden en Barcelona en contraste con lo que ocurre en Madrid. En este caso el cine no es una mentira, es una realidad que emociona y que deseas que no se acabe. Lo mejor que se puede decir de un documental de una hora de duración. 


¡Ve, pensamiento, con alas doradas, 
pósate en las praderas y en las cimas 
donde exhala su suave fragancia 
el dulce aire de la tierra natal! 
 Verdi


miércoles, 20 de marzo de 2013

Al alba






"Una beatitud augusta resplandecía en el cielo, y la vaga sensación de la inmensidad del espacio, lo infinito de los mundos imponderables, llevaba a sus corazones una deliciosa calma..."



Mala Hierba. Pío Baroja (8) 

Prueba de que el negocio del juego marcha viento en popa es que el Calatrava invita a gastos pagos a Manuel y a su pariente, Vidal, a una casa de citas un domingo por la tarde. Allí se presenta la Justa, una vieja conocida de La Busca, hija del trapero que ponía pucheros en los mástiles de las banderas. En su casa había pasado Manuel los mejores ratos de su deambular por los bajos fondos madrileños. Regresan al baile de la Bombilla y recuerda los malos momentos que pasó al verla bailar con el Carnicerín. Con posterioridad, éste la deshonra y le pega una enfermedad venérea. “Manuel sentía una tristeza dolorosa, el aniquilamiento completo de la vida”. Se van juntos a su casa. En una noche fría y estrellada, la Justa y Manuel se reajustan. Él le promete sacarla de aquella vida, regeneración que no se cumple. Manuel continúa con la casa de juego, ella rueda por los cafés, colmados y casas de citas de la capital. Se acostumbran a esa vida. Ya sea por pereza o por miedo,  no cambian. La convivencia se deteriora porque la Justa tiene prontos, le arma escandaleras y le dan arrechuchos que se le pasan pronto. 




 "Yo fui deshonrada por un señorito: vivía en Zaragoza y entré en la vida"

Chulos y chulas. Gutierrez Solana.

Pío Baroja compone a continuación un capítulo magistral que aparece por sorpresa y que define por sí solo a un gran novelista, para narrar la muerte de Vidal a manos del Bizco en los aledaños del río Manzanares. Solo un grito lejano lo aparta definitivamente de los amigos cuando las últimas palpitaciones del sol cuajan la tierra de tonos trágicos de color azafrán. El relato abarca veinticuatro horas que tienen de todo, un puñado de páginas al galope, de ritmo frenético. Numerosos ingredientes gobernados con maestría singular. Su habilidad para deslizar la pluma por temas y asuntos tan complejos y diversos es impresionante: un fusilamiento, un ajuste de cuentas, cuadros costumbristas de gran vigor y fuerza narrativa; bien adobados con música popular: cante jondo y danzón cubano. El habla popular, el lenguaje descarnado de un forense junto a pinceladas de hondo lirismo, reflejo del acabamiento: “Tenía clavada la navaja en el cuello, cerca de la nuca. Calatrava tiró del mango, pero el arma debía de estar incrustada en las vértebras”. “Las últimas claridades de la tarde se reflejaban en los ojos, muy abiertos”. 

En efecto, en veinticuatro horas Manuel es testigo mudo de dos formas distintas de hacer justicia con idéntico resultado. Se tropieza con la muerte por partida doble. Sale del teatro acompañado de Vidal y sus parejas respectivas: la Flora y la Justa. Al amanecer se unen a un público estrafalario “de cómicos, trasnochadores, coristas, prostitutas, subidos en coches simones, y una turbamulta de golfos y de mendigos”. Al alba hacen eco en los desmontes de las afueras de Madrid las descargas de los fusiles, rompen el silencio de la mañana y el alma de un reo abandona el cuerpo acribillado que se desmorona sobre el suelo, desmadejado como un muñeco de trapo. 

La Flora no es la primera vez que presencia un ajusticiamiento público, tiempo atrás ya había visto el cuerpo sin ánima de la Higinia tras el par de vueltas al garrote del verdugo. Duermen un poco y a mediodía salen para el merendero de la señora Benita en el Saltillo. Comen, cantan, bailan, viven y sienten quebrar el hilo frágil que ata a Vidal a la existencia. Por capítulos como éste  la lectura de Baroja apasiona a lectores de épocas diferentes.


 "(Los tranvías) venían atestados de gente y fueron los tres en la plataforma"

Tranvía en las afueras. 1953. Acuarela sobre papel. 65 x 54 cm. Colección particular. Madrid


Al día siguiente contaban los papeles el crimen del Saltillo. El miedo a verse involucrados invade los corazones de Manuel y la Justa que se mudan de casa para despistar. Bien sea por el temor de la muerte de su primo o por un impulso interior, Manuel se siente con bríos para cambiar de vida. Encuentra trabajo en una imprenta, pero la vida civilizada le dura lo que tarda la Justa en aburrirse de esperarle en casa. Una semana tarda ella en desaparecer. Su huida le afecta; entra en un periodo de abatimiento del que lo saca una pareja del orden que lo lleva detenido. El traslado al calabozo se hace en un tranvía lleno hasta la bandera de transeúntes. “Dicen que la soledad y el silencio son como el padre y la madre de los pensamientos profundos. Manuel, en medio de la soledad y el silencio, no encontró la idea más insignificante en su caletre”. El jornal de la imprenta recién cobrado le sirve para hacerse con un banco, tomarse un café con el agente de guardia de la prisión y coger aliento para pasar el mal trago del encierro. Declara ante el juez toda la verdad. Se convence de que siempre es mejor decirla que te la arranquen. En la celda recibe la visita del Garro y del Calatrava que le reprende por cantar: 

 “-Merecías estar aquí siempre -exclamó Calatrava-, por panoli, por boceras”. 

La maldición del Cojo no se va a cumplir porque Manuel tiene suerte. Hay gente importante interesada en que el juez eche tierra sobre el asunto y que no se hable más. Pocas cosas hay que se le queden a Pío Baroja en el tintero sin criticar. Tampoco la justicia se libra, sometida al interés político del ministro de turno que impide investigar el Círculo porque uno de los dueños es el director de un periódico. Éste amenaza con hacer campaña en contra del político si se destapa la trama del chiringuito. Los tejemanejes, los intereses de unos y otros, los líos de faldas benefician de rebote a Manuel que se ve en la calle a condición de ayudar a la policía a buscar al Bizco. “¡Qué admirable maquinaria! Desde el primero hasta el último de aquellos leguleyos, togados y sin togar, sabían explotar al humilde, al pobre de espíritu, proteger los sagrados intereses de la sociedad haciendo que el fiel de la justicia se inclinara siempre por el lado de las monedas...” - Reflexiona el autor amargamente-. 


"Empujando al rebaño de humildes y de miserables al matadero de la justicia aparecían el usurero, el polizonte, la corredora de alhajas, el prestamista, el casero..."

La justicia. Gustavo Pascual

A partir de aquí la novela vuela hacia el final, se desliza por los lugares conocidos desde antiguo por Manuel a la busca-siempre a la busca- del Bizco. El rastreo por los aduares de las afueras de Madrid entre traperos, hojalateros, taberneros compinchados y serenos soplones lo dirige el cabo Ortiz. A pesar de su instinto natural de persecución, como de perro de presa, no dan con el escondido; lo cual no deja de ser otra sorpresa para el lector que en vista de las escasas páginas que restan por leer,  ya solo espera con avidez la detención del asesino para poner un punto y final lógico al relato. 

A cambio nos regala un final distinto y sorprendente. Un fundido en dos concepciones de la santidad. Manuel odia la creación, se muestra enfadado con el mundo. Dispuesto a ponerle dinamita, reducirlo a una escombrera y que de ella resurja el nombre nuevo. El hombre encaramado en un orden superior fuera del alcance de injusticias y miserias. 

Pero hete aquí que regresa a escena Jesús regenerado, se aparece como un resucitado en olor de santidad para poner punto y final definitivo: “No más odios, no más rencores. Ni jueces, ni polizontes, ni soldados, ni autoridad, ni patria. En las grandes praderas de la tierra, los hombres libres trabajan al sol. La ley del amor ha sustituido a la ley del deber, y el horizonte de la humanidad se ensancha cada vez más extenso, cada vez más azul...” 

Gran final, tan amplio y espacioso como aquel inolvidable de Valle Inclán:"Lloré como un dios antiguo al extinguirse su culto". En contraste con la atmósfera opresiva de la guardilla de techos bajos de Roberto que abría la novela, un nuevo hombre gobernado por la ley del amor. Nuevo día, radiante primavera recién estrenada que surge de la descomposición del invierno oscuro del alma. Pocos se podían imaginar un final tan corrosivo. Yo no.

"Si te dijera, amor mío, 
que temo a la madrugada, 
no sé qué estrellas son éstas 
que hieren como amenazas 
ni sé qué sangra la luna 
al filo de su guadaña. 

Presiento que tras la noche 
vendrá la noche más larga, 
quiero que no me abandones, 
amor mío, al alba, 
al alba, al alba". 
Luis Eduardo Aute






Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

miércoles, 13 de marzo de 2013

En pie de guerra el cojo y el ciempiés








"Y la bella bailaba con la cara enfurruñada y los dientes apretados, dando taconazos, haciendo que se dibujaran sus caderas poderosas al replegarse la falda". 

Alegrías. 1917. Óleo y temple sobre lienzo. 161 x 157 cm. 




Mala Hierba. Pío Baroja (7) 


La denuncia social es un ingrediente activo en la trama de la novela, lo vamos comprobando en el avance de la misma y en la progresiva concienciación de los personajes. Pío Baroja introduce este elemento de una forma natural, sin perturbar el desarrollo del argumento ni dar tres cuartos al pregonero. Al fin y al cabo, su objetivo primordial es escribir literatura atractiva para el lector, no política, ni sociología. Sin embargo, en modo alguno se le puede acusar de tibieza ni de que no eche su cuarto a espadas y menos aún de falta de compromiso y definición. 

El sacristán de la iglesia de San Sebastián los encuentra en el interior, los echa de allí a cajas destempladas y los entrega a las fuerzas del orden. Jesús se escabulle. El Hombre-boa y Manuel conocen los calabozos, semejantes a jaulas o chiqueros de ganado. A media noche las influencias desenchiqueran a Manuel. Recurre a sus conocidos de la prensa, el llamado cuarto poder que por esos años aún lo conserva y lo ejerce. No como ahora, que como no hay quien se gaste un euro en un periódico, su poder se ha difuminado. De una patada a la rúa y a vivir tropa. Allí enjaulados se quedan don Alonso, la Chata y la Rabanitos; a malcomer gratis que no es poco. Manuel tiene la libertad, pero con la libertad se come poco. Se tiene que conformar con unas nueces que guarda y que comparte con él un veterano de la Guerra de Cuba que le cuenta batallas de los rigores y miserias sufridos en la Manigua. 

El repatriado conserva en formol cierta querencia a los cuarteles, recuerdos militares de la guerra perdida, la sangre derramada sobre las blancas arenas del Caribe, nostalgias de la sombra de los altos, quiméricos penachos del cocotero. El toque de clarines y cornetas de la diana de un cuartel cercano les interrumpe el sueño. Un disparo se suma a la alboreada. Un suicida remacha los clavos de su propio ataúd, cansado de hacer sombra, se aparta para siempre del camino. El repatriado lo saquea. Lleva el botín a Marcos Calatrava, un pirata pata palo, perista y socio de Vidal, el primo de Manuel. Le tocan cinco duros en el reparto. Vidal está echaíto a perder. Abandonó la zapatería de su familia para ser un hampón delincuente que teme al Bizco, más malo que la carne el pescuezo. Pero la familia es la familia: le presta su casa, comen juntos y le cambia de ropa. El sueño tarda en llegar por la noche, Manuel extraña las sábanas, ya ha perdido la costumbre de dormir en la comodidad de una cama blandita. 

Despertar entre sábanas blancas es un lujo oriental, Manuel no se lo puede creer. Sabe que es verdad cuando recuerda los sucesos del día anterior. Sale a la calle como un pincel con la ropa que el primo le presta. Con la vieja hace un rebujón, lo ata con una guita y Vidal se encarga de lanzarlo a un solar por encima de una pared. Manuel se siente incómodo con ropas que no corresponden a la clase trabajadora, inadecuadas para trabajar con las manos, la única herramienta de trabajo que conoce. Como si a cada paso escuchara a la gente reprochándole su impostura: 

 -“No eres de los nuestros”. 




"Si hay que hacer una granujada, casi casi, prefiero vivir así"

La taberna. 1940-1945. Óleo sobre lienzo. 88 x 126 cm. Colección Silvia Manrique. Madrid 

Eduardo Vicente


El gesto de Vidal es un símbolo revolucionario, rompe la barrera de las clases sociales. Considera el trabajo como un castigo, no una recompensa. Trata de explicarle a Manuel que a través del trabajo uno se hace viejo y nada, sigue probe como siempre. Se hace necesario tomar el atajo del engaño, trabajar en el alambre, dar la cara sin correr riesgos, sin exponerse a recibir los mamporros si vienen mal dadas. Engañar o trabajar; no hay más alternativa. 


"En sus ojos brillaba la pasión del juego"


Vidal le explica los trucos para prosperar entre la negritud del mundillo del juego:Ganar dinero cuando se está en un sitio donde lo hay es lo más mollar de la vida”. Los jugadores deambulan como abducidos por la secta. El silencio en los garitos del vicio se respeta más que en una iglesia. “El juego es la única religión que queda” -sostiene Vidal-. “Eran aquellos, tipos de miseria y sordidez horrible; […] En sus ojos brillaba la pasión del juego”. 

El dinero tiene poder. “Poderoso caballero es don Dinero / Pues que da y quita el decoro / Y quebranta cualquier fuero,” sostenía Góngora y aprueba Manuel que no pone reparos a tocar su poder y librarse del ejército. Matarse en África en lucha con los moros es cosa de pobres. Sin embargo, algo habita en su interior que le amonesta. La voz de la conciencia que le ayuda a discernir entre el bien y el mal. 




"Se alistó en el batallón de voluntarios que iba a Cuba"

Por el Garro, un policía sobrecogedor, casado con la Chana que ejerce de perista y timadora profesional, conoce la trayectoria vital del Calatrava. De estudiante malogrado había pasado a cura arrepentido antes de recalar en el cuerpo de la Sanidad Militar en Filipinas. A todos timando, hace carrera en el arte de la estafa y de la mala vida cobrando el barato en los chabisques de Manila, antes del regreso a Madrid. En la guerra de Cuba se distingue por su valor, pero pierde la pierna y su modus vivendi. Por su primo, Vidal, conoce las aventuras y desventuras del Maestro, un ciempiés más listo y letrado en gramática parda que el cojo Calatrava. Se codea con la aristocracia, alterna en el Palacio Real con duques y marqueses. “Pasa los días leyendo y tocando la guitarra”. Que representa el súmmum de la buena vida para Manuel.


"En guerra están la baba y el carmín, 
el duermevela y la pesadilla, 
el chevalier y el puercoespin, 
la extremaunción y las espinillas. 

Están en guerra el cojo y el ciempiés, 
los ascensores y el purgatorio, 
mañana es vispera del día después 
pasado flores en velorio"
 J. Sabina





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


jueves, 7 de marzo de 2013

Metáforas en la nuca




"Vestía un gabán remendado y mugriento, en la cabeza una boina  y encima de ésta un sombrero duro de ala grasienta"
El vagabundo. 1940-1945. Óleo sobre lienzo. 90 x 73 cm. Colección Silvia Manrique. Madrid 

Eduardo Vicente

Mala Hierba. Pío Baroja (6) 

Manuel pasa en la cama la mañana resacosa. Siente vergüenza de haber abandonado al compañero de barra de la noche anterior y sale a la calle a buscarlo, pero nadie sabe nada de él. Al día siguiente tampoco va a la imprenta ni Jesús vuelve a casa. Como si hubiera desaparecido, desorientado y sepultado por un alud de nieve que borra los caminos que llevan a la Puerta del Sol. 

Al tercer día de convalecencia no resucita, pero se acerca al trabajo por la tarde. El Cojo ha despedido a Jesús que lejos de reformarse, sigue con su vida disoluta, acodado como siempre a la barra de la taberna. Al fervor de unas copas de aguardiente se conjuran, se prometen afecto inquebrantable, amistad a prueba de abandono. Celebran el reencuentro con más aguardiente, hasta que el cuerpo aguanta en vertical. Sin un botón en el bolsillo, borrachos como cubas, la casera los echa de la casa. Los niños les hacen corro y les tiran bolas de nieve al pasar. A lo lejos destaca la negrura entre la nieve. La nube negra se apodera de sus actos. 


 "Entraron los dos en la taberna y bebieron otras copas de aguardiente"
  La taberna. 1959. Óleo sobre lienzo. 140 x 128 cm. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia. Madrid. 
 
Despiertan en un cobertizo ateridos de frío. Jesús enfermo, aquejado de una tos fea. Manuel sale de la madriguera a buscar algo de comer. El Hombre- boa le invita. Compran comida con la última peseta que le queda en el bolsillo y se va con ellos. Les entretiene con sus historias de titiritero en América. Llueve a cántaros. Acurrucados en un rincón no pegan ojo durante la noche. Comen de la caridad. Como no les gusta el ambiente del depósito de mendigos, vuelven a las Injurias. Encuentran una casucha vacía y se instalan. De mañana ven a las gentes que madrugan, salen a la busca: “Era gente astrosa: algunos, traperos; otros, mendigos; otros, muertos de hambre; casi todos de facha repulsiva. Peor aspecto que los hombres tenían aún las mujeres, sucias, desgreñadas, haraposas. Era una basura humana, envuelta en guiñapos, entumecida por el frío y la humedad, la que vomitaba aquel barrio infecto. Era la herpe, la lacra, el color amarillo de la terciana, el párpado retraído, todos los estigmas de la enfermedad y de la miseria”. 

El sol es un disco rojo sobre la tierra negra. Don Alonso pertenece a la estirpe de los Quijano de leyenda, los antiguos hidalgos de adarga en astillero, que venden las tierras para comprar libros de caballería. Como no les entra en la cabeza juntar para mañana, le desagrada que se hable mal de los ricos en su presencia. Se codeó con ellos en su paraíso ficticio mientras tuvo con qué en los años de abundancia. A los pobres siempre les quedará la esperanza de la maldición bíblica, la falta de futuro y salvación para ellos, la imposibilidad de pasar por el ojo de la aguja de los que atesoran, amontonan posesiones y maldades como sostiene Jesús que hace de profeta resabiado: “Si le quita usted al rico la satisfacción de saber que mientras él duerme otro se hiela y que mientras él come otro se muere de hambre, le quita usted la mitad de su dicha”. 

Se reconocen en los asiduos de los asilos. Se familiarizan con los medios de explotar la caridad oficial y la espesa densidad del abatimiento: “La atmósfera se caldeó pronto en la sala, y el aire impregnado de olor de tabaco y de miseria, se hizo nauseabundo”. 



"Salieron todos los que habían pasado allí la noche y se desparramaron por aquellos andurriales"

Afueras de Madrid. 1934-40. Acuarela sobre papel Canson. 44,5 x 64 cm. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid 
 

Cuando aún brillan los focos eléctricos como globos de luz en el aire negro de la noche, los mendigos de la inclusa se desparraman por las calles de Madrid. La claridad opaca del amanecer deja entrever la enorme desolación de los alrededores madrileños. Las chimeneas y las calderas de los trenes braman con estentóreos alaridos. 

Una hilera de coches vacíos espera a los viajeros del tren. Los cocheros han hecho una lumbre para espantar el frío de este invierno que se prolonga. Manuel tiene suerte, consigue unas perras al ayudar a un señor a cargar unos bultos. Enfrente del Museo del Prado ven al Hombre-boa corriendo a todo meter detrás de un simón. Se dedica a lo que salga; a vender libros verdes o a pedir limosna. Les invita a cenar y a beber aguardiente con la peseta y media que, como toda fortuna, le queda en el bolsillo. Lo necesitan si quieren pegar el ojo en una casucha llena de okupas gitanos y mendigos. En este momento envidian a los caracoles que llevan la casa a cuestas, así no tienen que pagar posada. “El destino para el hombre es como el viento para la veleta” destaca sentencioso el Hombre-boa con la esperanza de que un golpe de viento inesperado cambie para mejor el rumbo de los pobres.



"Me entra una desazón cuando estoy en el mismo sitio, que tengo que echar a andar. ¡Ah! el campo".

'Descendiendo Rojo-Gris', 1968. (Museo de Arte Contemporáneo de Sevilla)

Luis Gordillo

La dureza de la tierra húmeda de la Casa Negra es su cama: “Dormían todos mezclados, arremolinados en un amontonamiento de harapos y de papeles de periódicos. Algunos hombres buscaban a las mujeres en la semioscuridad y se oían sus gruñidos de placer”. Una mañana de abril al clarear el día, echa a arder la Casa Negra. La columna de humo que se alza sobre los tejados tarda poco en confundirse con las nubes. El avance de la luz pasa a limpio la negrura de la noche, borra los tonos grises del amanecer. En este marco de desolación se van delimitando y definiendo los contornos políticos, visiones diferentes de la situación social. El Hombre-boa ha conocido la abundancia, ha ganado mucho y malgastado más. Ahora pide limosna, como también lo hace Jesús. Jesús tenía trabajo, pero la bebida le sepulta en una vida disoluta, incompatible con la disciplina exigida por un puesto de trabajo. A pesar de que la pobreza extrema los reúne, algo entre los dos los diferencia: mientras don Alonso aún tiene esperanza de que un golpe de suerte los redima del abismo de su pobreza, Jesús lo ve todo negro cuando sentencia: “La civilización está hecha para el que tiene dinero, y el que no lo tiene que se muera. Antes, el rico y el pobre se alumbraban con un candil parecido; hoy, el pobre sigue con el candil, y el rico alumbra su casa con luz eléctrica; antes, el pobre iba a pie, el rico a caballo; hoy, el pobre sigue andando a pie, y el rico va en automóvil; antes, el rico tenía que vivir entre los pobres; hoy vive aparte, se ha hecho una muralla de algodón y no oye nada. Que los pobres chillan, él no oye; que se mueren de hambre, él no se entera…” El chirrido de los carros tirados por bueyes torpones, el cacareo de las gallinas ponedoras y el lejano ladrido de los perros que se encaran con la luna interrumpen una de las conversaciones más interesantes de la novela desde el punto de vista del compromiso social de los personajes. 


"Porque invertir en latas de sopa boba 
es como barnizar el propio ataúd, 
te hubiera dado más de lo que me robas 
le dije al norte cuando me fui pa´l sur. 

Con dos o tres metáforas en la nuca 
y una gota de plomo en el lacrimal, 
mi dueto del cuá-cuá con el pato Lucas 
rodó por los baretos de la ciudad". 
Joaquín Sabina y Pancho Varona 





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

sábado, 2 de marzo de 2013

Sevino




 "De lejos llegaba el rumor de panderetas y de cánticos; de cuando en cuando una voz chillona"

Vendedor navideño. 100 x 81 cm. Colección Museo Municipal. Madrid 

Eduardo Vicente



Mala Hierba. Pío Baroja (5) 

Los vecinos del parador se rigen por un código propio de comportamiento. Toleran que Jesús se amontone con la Sinfo, pero de ninguna manera admiten que dejen tirada a la Fea –una de las suyas- en la estera del suelo y la abandonen para parir como si fuera una alimaña. Como la Sinfo desaparece del parador porque sabe lo que le espera si se queda, la lanzan a la vida según cuentan las malas lenguas. 

El día de Nochebuena por la tarde no se trabaja en la imprenta, pero sí lo hace la Beneficencia. Jesús y Manuel siguen la estela de tres señores de negro que llevan caridad por el parador de las miserias humanas. Así se reconocen mejor en la realidad que les rodea; las desgracias, una detrás de otra, se habían cebado en una señora hidrópica. Como “los todo de hoy nada han de ser” se cumple más veces de las que salen a la estampa, la única mano que le echaron fue al cuello. Unos antiguos criados, carniceros de profesión, le dan un montón de huesos y las sobras de las comidas a cambio de que les componga unos mantones de manila. Caso conmovedor, revancha de folletín lacrimógeno por escribir en su interior. 

Una niña huérfana con su hermanito de dos o tres años a su cargo roba para comer. Jesús hace honor a su nombre, vuelve a ser un buen samaritano y le ofrece su casa, igual que antes se la había ofrecido a Manuel al llegar a la imprenta. Ella acepta como también lo había hecho nuestro protagonista. 



Cementerio de Montparnasse

El Aristón vive en el parador. Sigue con su manía de acompañar la soledad de los muertos en el viaje del que jamás han de volver. Por eso todos los domingos se da un paseo por el cementerio. Es un buen hombre y enterrar a los muertos es una obra de misericordia. Hoy es día de tarea porque la Nochebuena lo ha sido mala para un vecino. A la luz de dos velas descansa un hombre muerto en un cuartucho contiguo mientras de lejos llega el rumor de una mujer borracha que toca la pandereta y canta “Ande, ande, ande la marimorena…” Lo de siempre: el muerto al hoyo y… 


 Los novios. 1960. Antonio López

Manuel desaparece momentáneamente del relato. Por lo tanto puede parecer un capítulo prescindible; pero si nos fijamos, tiene su razón de ser. En el “mientras tanto” que diría Carmen Martín Gaite, la narración avanza por caminos paralelos que de repente se entrecruzan. Cervantes introduce relatos independientes en El Quijote, novelillas intercaladas que a duras penas tienen engarce con la trama principal. Pío Baroja usa este recurso técnico, pero utilizando personajes secundarios conocidos para rematar tramas sueltas que habían quedado en el aire. Presenta la novelilla con formato y contenido de folletín, sigue los cánones clásicos de planteamiento, nudo y desenlace tan del gusto de los lectores mayoritarios de la época y de todas las épocas. Así consigue un doble objetivo - por un lado- atar los cabos sueltos del relato y -por otro- abrir nuevos caminos a la historia con la convergencia de Roberto y Esther. ¡Ay el amor! Ese ceguezuelo que rompe todas las barreras y allana los caminos. 



 "Esther se abrazó a su cuello, un sollozo largo de dolor y de deseo le hizo temblar de la cabeza a los pies"

 Los novios. 1964

La llegada de la Salvadora y el hermanito pequeño influye en las costumbres de Manuel y de Jesús; éste deja de beber. Les lleva la comida al trabajo en una cesta. Con el dinero que ahorran, compran una máquina de coser. Pero la vida ordenada les dura menos que un suspiro. Un día de invierno frío, de claridad opaca en el cielo y nieve en el suelo, les quema en el bolsillo el sobre del jornal quincenal, recién recibido. La llamada de los caminos por hacer les provoca; lo impredecible, la fascinación de nuevos mundos les convoca: les aburre la rutina del trabajo diario que les da de comer. Los brindis de la cena les da alientos para explorar el Polo Norte. Unas copas de aguardiente más allá les da la puntilla, derrotados, listos para el arrastre y vuelta al ruedo. “Los copos de nieve danzando ante sus ojos, le mareaban”. Manuel sale a la calle haciendo eses. Suele pasarle a los que frecuentan más tabernas que bibliotecas. Los copos de nieve nueva tapan las huellas recortadas a la luz de las farolas. Abandonado Jesús en su derrota etílica, Manuel invita a una vendedora de periódicos y a su perro Sevino a tomar chocolate con ensaimada agria, un rato más tarde al baile del frontón. Como el aguardiente y el baile no acompasan, pronto se van a su casa en la calle de La Paz a hacerla verdadera, dejando el rastro en la nieve. “Manuel temblaba de emoción al pensar que llegaba el momento trágico”. “Empujaron una puerta de cristales, y en la escalera oscura desaparecieron...” Lo que allí pasara pertenece a la intimidad. Si Don Pío no nos  lo cuenta, a santo de qué vamos nosotros a desvelar el misterio.

"So hard to find my way, 
Now that I'm all on my own. 
I saw you just the other day, 
My how you have grown, 
Cast my memory back there, 
Lord Sometime 
I'm overcome thinking 'bout 
Making love in the green grass 
Behind the stadium with you 
My brown eyed girl 
You my brown eyed girl"
Van Morrison




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.